Muchas veces, muy a lo largo de nuestra vida, nos comparan y nos comparamos con los árboles. Todos somos producto de una semilla que llegado el climax florece, crece, se reproduce y, a diferencia de los árboles, muere. Pero la analogía que planteo es la del crecimiento. Muchas veces, si el árbol no tiene un guía, se tuerce. Con el ser humano pasa lo mismo, si no se lo educa desde pequeño y se le imprimen los valores éticos y morales que la sociedad tiene preestablecidos para cada humano, el árbol puede caer, doblarse y crecer en otra dirección, obligando a quienes lo educaron a cortarlo o podarlo, he aquí el origen de la muerte del árbol que a pesar de ello puede seguir creciendo, puesto que ha echado raíces por la tierra. Para el humano es lo mismo: crece y establece conexiones emocionales con las personas (raíces) y si tiene un guía crece para tener una mejor calidad de vida… lamentablemente quien no tiene un guía es muy probable que no crezca correctamente y se vea afectado por los efectos de la naturaleza.

Muchas veces decimos que la naturaleza afecta en el crecimiento: el árbol si el viento sopla puede arrancarse, deshojarse o quebrarse sus ramas. Con el ser humano pasan cosas parecidas: si no tiene un tutor lo más probable es que se vea arrastrado por la naturaleza de las culturas sociales en inclinación hacia ideologías, modos de vida, costumbres de la sociedad. Por ser más explícito lo que puede pasar es que la persona caíga en consumos de sustancias psicoactivas y pierda gradualmente el sentido de humanidad.

En otro contexto, cuando el árbol está enfermo debe cortarselo para que no afecte al resto de las plantas. Aquí entra la competitividad: quien quiera luz deberá estirar sus brazos y alimentarse. Con el ser humano pasa lo mismo: si el ser humano enferma lo más posible es que su estilo de vida sea cortado por un tratamiento farmacológico. Es como el huerto: si las plantas enferman hay que ayudarlas a recuperarse y si se secan deben cortarse y buscarse sustitutos. La analogía del árbol nos permite darnos cuenta de todas las dificultades que tiene el ser humano para crecer: entorno social, contexto cultura, economico y laboral, situación de salud, etc. 

 Yo soy un árbol y crecí siguiendo valores del siglo XX, pero la naturaleza me obligo a adaptarme a los valores, actitudes y voluntades de las sociedades del siglo XXI. Por eso he de reconocer que el árbol es resiliente y mientras más adaptado esté a los cambios, más posible es que pueda sobrevivir.