Hoy me acordé de vos. No con nostalgia ni resentimiento, solo con un signo de pregunta. ¿Qué fue todo aquello? ¿De eso qué quedó? Tanto planificar un encuentro que nunca llegó. Tanto chasqui maquillado de emoción. Tanto contar y contar sin contar el tiempo transcurrido. Y el momento final, inesperado, vencido. Esas extraños finales que no llegan ni a los penales, que se suspenden a la mitad por disturbios varios y llegan los antimotines, las balas de goma, los gases lacrimógenos y después todo queda en nada.
De un día para el otro fuiste un fantasma. Perdí tu rastro y ya no quise seguirte. También me sentí un fantasma porque ya no existía para vos. Cosas de la vida… cada vez más comunes y tan inefables. Habrá que aceptar, habrá que continuar, habrá que escribir.
Recuerdo que te molestaba no sé qué, no sé cuál cosa de los hombres. Me lo decías en la cara impunemente. Hasta que te dije: pero ¿qué problema tenés con los pobres hombres? ¿Qué te hicieron? ¿Por qué metés a todos en una bolsa? ¿Por qué tanto ataque? Nunca una valoración positiva; siempre a la defensiva esperando no sé qué respuesta. Dando a entender, nunca diciendo (la típica). No me quejo de los métodos pero a veces aburre. Quizás fui demasiado paciente en algo pero lo que queda claro es que no hay vuelta atrás. Ya entendí todo. Entendí tu madurez infantil, tus reproches bumerang, tu culpa proyectada en el otro.
Cada cual con lo suyo. Yo no me quejo de la experiencia y esta es una más. Ahora con tu permiso ya cumplí con mi misión. ¡Bye!