Fuente de imagen: Pixabay

Creo que el himno argentino más hermoso es el himno a San Martín. Es realmente emotivo si tenemos en cuenta su letra, que es un panegírico magistral que describe muy claramente aspectos heroicos del prócer que para muchos constituyen nuestro ideal, o al menos valores más que loables. Por otro lado también es emotivo escucharlo ya que nos lleva de viaje sin escala a la niñez. Porque ¿quién no recuerda esos actos escolares en donde había un San Martín? Todos querían ser San Martín, yo no tuve esa suerte. Pocos la tuvieron. Sin embargo se me viene a la memoria una vez que participé en uno de esos actos, si mal no recuerdo, en el que se representaba la batalla de San Lorenzo. No era un 17 de Agosto, claramente. Era un día cualquiera pautado por una docente, quizá cercano al día de la batalla, que los entendidos llaman más correctamente: combate. No sé que maestra se le ocurrió pero ese día quedó archivado en mi memoria.

El combate entre realistas y criollos, representado por alumnos —entre los que estaba yo— se llevaba a cabo al compás de las estrofas la marcha de San Lorenzo, justamente. Yo era de los realistas. La cartulina roja que envolvía mi cuerpo, a modo de armadura, distinguía a los de mi tipo. Las bandas cruzadas en blanco eran la ley en los atuendos. Recuerdo que mi papá me había fabricado una espada de madera un tanto larga como un bastón una con punta un tanto redondeada para el caso, con empuñadura también de madera y un detalle único: estaba pintada con pintura plateada. 

Yo no me sentía agraciado con mi espada. La mayoría había comprado en una tienda sus trajes y sus armas, o eso creía en mi mente. Esperaba la burla de alguien pero eso no pasaba. Al contrario. Ocurrió una escena previa al espectáculo. No recuerdo bien si en un ensayo. Había un chico quién había sido designado «a dedo» para representar a San Martín. Era por un lado uno de los mejores alumnos de mi curso; por el otro uno de los seres más burlescos y repulsivos. Lo de «a dedo» lo digo con una ligera sospecha. Él era hijo de una de las secretarias  mas activa y quilomberas de la cooperadora: grupo de personas que se encargan de generar y administrar dinero en negro (fuera del sistema educativo) para hacer algunas compras necesarias.  

Recuerdo que él se acercó a mí y al ver mi espada artesanal y resplandeciente la quiso para sí y sin verguenza me la pedía a toda costa. Yo, claramente, aunque tímido no accedí nunca a darle la espada. Pude ver que él tenía una espada de cotillón comprada, no recuerdo si de cartón o plástico de los baratos creo que por eso sintió envidia de mi espada que bien sería merecedora de algún San Martín. 

Dos historias paralelas se sucedieron ese día del acto. Por un lado, al compás de la marcha yo moría de un sablado ejecutado por ese chico que resultaba ser San Martin; la otra historia contaba sobre la resistencia de un realista que no quiso entregar su espada al enemigo. Ese otro San Martín estaba furioso por no haber cumplido con su cometido. 

Hay una tercera razón por la que San Martín me conmueve de manera particular. Es que un día como hoy simplemente nací y por eso mis padres me pusieron como segundo nombre Martín. No sé si los nombres determinan tu camino pero cada 17 reflexiono dónde estoy parado y todo por lo que pasé.