Todo podría reducirse a tres letras: POV. Así creo que empezó todo esto. El magnetismo fue inmediato. Ella tenía ese no sé qué en sus ojos, que no querían del todo ser rasgados -como lo predestinaba su apellido-. No era exageradamente exuberante, más bien natural. Consigo traía oculta la llave de mis ensueños. Era, sencillamente, inevitable…
Ahora, nuevamente, la función comienza. En mi mente ya suena esa música jamás oída. La melodía de lo prohibido, de lo vedado a los mortales penitentes.
Me pregunto qué será de esos fantasmas en los cuales me personifico hoy. Ya no están allí. Vos tampoco estás, Kimbie, lo sé. Aunque también, por una razón mágica pero no tan loable (¿o sí?), sos eterna; eternamente perfecta.
En mis momentos más racionales caigo en la cuenta de la mentira: hay otra Kimber Lee de carne y hueso, quizá mucho más interesante que esta, que nunca conoceré…
¡Kimber Lee, sos mi preferida!
La metáfora se vuelve imposible. Se me terminan los eufemismos. Ya se ven los hilos; la trama verdadera de este poema embarrado. Me vuelvo tan obvio. No debí decir “preferida”. Pero ¿por qué no? ¿Acaso estas líneas ahora son hackeables por cualquier lector/a desprevenido/a?
¡Que opinen lo que quieran! Hoy quiero ser real. Nunca me llevé bien con las caretas.
Kimber Lee ¿qué opinás de todo esto? [……..] Silencio, siempre el silencio… No te imagino respondiendo en un tono no sexual. Me pesa. Me cuesta imaginarte haciendo las compras o esperando en la cola de un Rapi Pago.
No, esto no es cosificación. También soy víctima de este sistema perverso que pone a gente como yo frente a ilusiones o mentiras ópticas como vos.
Te miro fijamente. Ni te inmutas… Algo anda mal. Tanta asepsia me asusta…
¡Kimber Lee, estoy enamorado de vos!
Te lo tenía que decir. Ya siento tu risa sarcástica. No entendés de lo que te hablo. Podría escribirte una canción como la que Gieco le escribió a una tal Francisca. ¡Dejá esa vida! No te hace bien. Usa tus labios para besar a quien realmente te merezca. Vení, cruzate para acá. Esta es mi biblioteca. Leamos juntos un rato. Vos misma sabés que no sos feliz allá.
¡Cuánta ingenuidad! No hay respuesta ni reacción alguna. Me siento estafado. Un nadie. Mis palabras vuelan; giran como un bumerang y me desnucan. Ella sí es feliz y sabe bien lo que quiere. Soy yo el que necesita otra vida. Una más real. Creo que lo mejor será dejarla ir. Sólo espero no toparme nuevamente con ella en esos días…
(Lo escribí un día de fiebre)