Fue hace poco más de 160 años. En un día que podemos adivinar ventoso. Un joven matrimonio llegado en una modesta embarcación, bajaba en la desembocadura del Napostá, a cierta distancia de la costa. Los esperaban el barro del cangrejal y mas allá; una pequeña población fundada poco tiempo antes, que no llegaba a los 2000 habitantes. Eran Felipe Caronti y su increíble esposa Adela Casati.
En solo dos generaciones, la familia Caronti, dejó una ciudad en marcha, a pleno crecimiento. Y aunque eran inmigrantes, junto a sus vecinos; con empuje y constancia, crearon, sobre todo; una manera bahiense de hacer las cosas.
Está llena Bahía Blanca de obras de los Caronti.
Felipe vino de Italia, huyendo de una condena a muerte a causa de su participación en la lucha por liberar a Italia de las potencias monárquicas de entonces. Pero, sobre todo, por intentar construir una República. Se conoció con otro condenado a muerte por las mismas razones: Silvino Olivieri. Ambos traían la idea de crear un lugar donde refugiar a los republicanos que, derrotados pero libres, necesitaban refugiarse de las persecuciones políticas. Inventaron una extraña compañía: La Legión agrícola militar. Luego Legión Italiana. Un contingente de soldados que a su vez poseían los oficios más diversos. En jornadas agotadoras, trocaban aquí las armas por el arado, el martillo y el yunque.
Eran lo que el famoso Historiador Arnold Toynbee describiría en su teoría sobre el desarrollo de las Sociedades como: “El factor intruso”. Lo dice así: “… la función del factor intruso es proveer a aquello en que se introduce, de un estímulo del tipo mejor calculado para evocar las variaciones creadoras más poderosas.”
En efecto, los miembros de este grupo extraño, no crearon una situación de crisis en el esquema social en que se insertaron. Lo perfeccionaron y lo impulsaron a sus mejores performances. Fue su “Manera local de hacer las cosas”.
En su “Estudio de la historia”, Toymbee nos relata las coincidencias en el salto de calidad de las grandes naciones y sus pueblos. Y señala que cada tanto alguien, algunos; un “factor intruso”, nos sorprende venido desde otro esquema e irrumpe con las soluciones inesperadas para sacar a una sociedad de una situación paralizada.
Los Caronti hicieron de todo. Está documentado y al alcance de cualquiera. En las instituciones que aun funcionan, como la Biblioteca Rivadavia, la Asociación Italiana, el Hospital Municipal, la Plaza central, la consecución de la jerarquía de Ciudad para Bahía Blanca y otras tantas obras que aún persisten y fueron adecuándose a los tiempos y creciendo con nosotros.
La génesis de toda esta maravillosa epopeya, está –en mi humilde opinión- en lo que no se pudo documentar. Pero se puede inferir de aquellas generaciones en: “su forma de hacer las cosas”.
No sobraba nadie. Todos eran necesarios. Todos debían ser parte.
Actuaron como alguna vez nos conminara el filósofo José Ortega y Gasset: “¡Argentinos: A las cosas!”
Aunque tenían opinión política, y no todos pensaban igual; veían claro que las cosas hay que hacerlas. Que hay un momento, un nivel, un estrato si se quiere, en que todos compartían un modo de ser. Ese modo de ser, trasuntaba en un modo de hacer. De ir a las cosas desechando aquello que no funciona.
El Modo de ser de la ciudad que los Caronti construían, no se plebiscitaba ideológicamente en sus hechos cotidianos. Eso siempre es contraproducente; porque de esa manera se gana un enemigo a cada opinión que se tenga.
Los Caronti: Felipe, su esposa Adela Casati, su hijo Luis, Juan B. Charlone, Daniel Cerri, Leónidas Lucero, Sixto Laspiur, y el resto de los vecinos compartían una idea; la del hombre que “Está Haciendo una ciudad”. Todos ellos hacían una ciudad. Y por ello actuaban de esa manera.
Oswald Spengler, dice en su tesis Histórica sobre la Decadencia de Occidente, que los pueblos, cuando arrecia la crisis, vuelven la vista al pasado más floreciente. Buscan respuestas en sus antiguos tiempos de Bonanza. Se refugian en la idea de ser grandes para no caer en el desánimo.
Nuestra ciudad, por muchas razones está en un estado de incertidumbre.
Ayer fue la Capital del Básquet, La Puerta y Puerto del Sur, incluso La Nueva Provincia en sus inicios cuando agonizaba el siglo XIX, lanzaba desde su nombre una proclama clara, desafío para el debate. Plena de ambición en convertir a Bahía Blanca en capital de un nuevo Estado Argentino.
Hasta hace unas pocas décadas soñábamos juntos, sin distinción de banderías políticas con un corredor bioceánico, con el Trasandino del Sur, que conectara a la Ciudad con un aliado productivo estratégico: la Región del Comahue. Nos ofrecimos para ser base de una Zona Franca.
De la garra y tesón de nuestros dirigentes de todo partido heredamos un Puerto de aguas profundas, Universidades Nacionales, Centros de Salud de excelencia e Instituciones fuertes.
¡Qué más podemos pedir?
El legado de los Caronti debe inspirarnos. Los bahienses debemos volver a analizar cómo estamos haciendo las cosas. Sentirnos de nuevo hacedores de una ciudad. Desde el empresario al obrero, del comerciante al productor, del profesional al académico. Debemos tomar conciencia de que estamos haciendo una ciudad. Y discutir cómo queremos hacerla.
El principal consejo que nos da la Historia de nuestros fundadores es: buscar una posible y eficiente forma de ser bahienses. Una forma de ser y hacer.
Convertir a cada uno en hacedor de su vida, su futuro, su familia, su ciudad.
Una ciudad que permita el desarrollo. Provea sustento a los anhelos particulares. Una ciudad de contrincantes donde quepa serlo, y de amistosos colaboradores donde se trate de nuestro lugar en el mundo.
El espíritu de hacer, naturalmente va hacia la cooperación. Porque no sobra nadie cuando se tiene una meta enorme. Las grandes ideas insumen grandes esfuerzos y cantidades de participantes.