«Como te dije antes, no se muy bien que hacer al respecto, aunque seguramente lo más apropiado sea dejar que fluya.»

Ja, «dejar que fluya» que frase del horror, por lo menos para mi que necesito tener las cosas controladas al milímetro y que todo salga perfecto siempre, cuando la realidad es que nada es permanente, por lo tanto no puedo hacer de la perfección una constante; ni para las cosas que yo creo ni para mi vida en general. Irónicamente, mi vida es lo que menos me preocupa mantener en la perfección, todo alrededor parece derrumbarse sin razón aparente y a mi no me mueve un pelo, simplemente dejo que pase, miro como el revoque de las paredes se disminuye a polvo sobre el sucio suelo de mi habitación, lleno de ropa que no logro distinguir si pertenece al lavarropas o al armario, donde también encuentro kilos de tela no muy acomodada.

Aunque lo peor de todo es que a ese armario lo abro, lo examino y lo juzgo de arriba a abajo solo para sacar el mismo buzo con el mismo jean que uso todos los días porque tengo la creatividad totalmente comprimida y succionada como para idear una buena combinación de prendas que adornen y favorezcan mi figura, convirtiéndome en una bolsa de huesos con ojeras kilométricas que vagabundea por lo que debería considerar mi «hogar» cuando en realidad son únicamente cuatro paredes que cumplen la función básica de protegerme del clima, clima que tampoco me importa demasiado porque salgo con una simple remera a la intemperie que tiene una máxima de 9 grados, para encontrarme con la soledad silenciosa de las calles, que parecen haber tomado una actitud fantasmagórica desde diciembre del año previo; todo tiene un tinte deprimente, oscuro, pesimista. Se siente como un gran domingo constante, con neblina molesta y la cantidad exacta de lluvia que te impide ver en caso de usar anteojos pero que te hace parecer exagerado si se te ocurre abrir un paraguas. Como si fuera poco, la gente parece ya no tener un alma propia, preocupándose por nimiedades y temporalidades poco relevantes para el gran esquema de las cosas, el amor parece unirse a esta oscuridad, sintiéndose tenue y como una piedra preciosa inusual pero poco valorada, nadie parece estar motivado ni tener una pulsión de vida muy grande, todo cambia y no parece importar demasiado.

No es mi estilo el pesimismo, es raro en mi tener una visión tan desilusionada de la cotidianeidad pero en el último tiempo entendí (o quizás me hicieron entender a la fuerza) que la vida no es color de rosas, nadie es verdaderamente feliz, a lo mejor porque la felicidad tampoco es permanente y hay que aprender a andar en la montaña rusa de la inestabilidad. Es ahí donde se debe resaltar lo bello de vivir y experimentar, de todo podemos crecer y alimentarnos para mejorar, puede sonar ingenuo, pero realmente creo que deberíamos ver más allá de lo que nos pasa todos los días; y si, se vuelve particularmente complejo en este contexto social, político, cultural y económico; más que nada teniendo en cuenta que envuelve nuestras rutinas de una manera abrumadora, que facilita llenarse de odio para vomitarlo sobre alguien o algo más; sin embargo es por esto mismo que se vuelve aún más importante hacer énfasis en las risas, los abrazos, las lágrimas de felicidad, los reencuentros entre familiares o una usual juntada con amigos. Puede parecer empalagoso, cliché, e incluso aniñado; pero realmente siento que la belleza y la gracia de vivir se encuentra ahí, en los mínimos actos que tan normalizados tenemos, esos son los que cambian el rumbo de un día, semana, mes o año.