1. Llevo en el cuerpo el virus del lenguaje, como todo el mundo parlante. Los infantes, aquellos que no hablan (esa es su etimología), que son nada, es decir, una ‘cosa nacida’ (‘res nata’ significa ‘nada’) pronto contraerán el virus y serán como todo el mundo por el solo hecho de estar en casa. Que sean o no ‘como todo el mundo’ dependerá quizá, en gran medida, de si aprenden más palabras de la voz de su madre o de artefactos parlantes. Que «el lenguaje es un virus» y nosotros su casa, ya lo dijo Burroughs haciendo su Gran Willy de palabras y nos la mandó a guardar. Poco tiempo después, los virus informáticos dieron la prueba empírica de lo infeccioso que son los signos. Y Willy no jugaba con palabras, o sí, y la descosía. Carlos lo explica muy claro: el lenguaje «es un virus porque no ha sido creado por el hombre, sino que lo ha invadido y vive en él como un parásito; y es un virus –y no una bacteria u otro organismo– porque es algo no viviente que al introducirse en un ser vivo usurpa las características de la vida; puede reproducir sus cadenas informativas dentro del organismo y luego infectar a otros (mediante un proceso que los lingüistas llaman “adquisición del lenguaje”) y puede, incluso, matar». Mi propio nombre es producto de un contagio lingüístico. El que mi madre me puso -Guillermo- corría de boca en boca al momento de mi nacimiento: las hazañas deportivas de Guillermo Vilas daban que hablar en la incipiente TV a color de mediados de los ’70s, sobretodo el golpe de pelota que lleva su nombre (o su apodo). Acá, ese aparato reproductor llamado televisor, juega un papel no menos protagónico para mí y para que el lenguaje se contagie llegando a los hogares, haciendo ‘casita’ en sus habitantes. Cuenta el propio Vilas que su Gran Willy está inspirado en un comercial de whisky de la época en el que un jugador de polo (Harriott) golpea la bocha por debajo del caballo. Por su parte, mi padre, trabajó poco menos de 40 años en una empresa de televisores que hoy fabrica plasmas y celulares.

2. ‘Plasma’, ‘celular’, aparatos con nombres provenientes de la biología. Descubro ‘microbioma’ gracias a Denice: «tenemos en el cuerpo más microorganismos que células humanas, nuestro cuerpo es una activa comunidad, un ecosistema en continua transformación». Imagino el virus del lenguaje como una colonia de conquistadores instalada en nuestros cuerpos . Me pregunto: esa comunidad activa de palabras, definiciones, slogans, malentendidos, fragmentos de canciones, y un largo etcétera ¿es nuestra? Vivimos ‘con’ y respiramos palabras. ‘Conspirar’ viene de ahí: es un ‘respirar con’. Siento que, a veces, esa comunidad de palabras ajenas se programa en contra nuestro. Se ponen de acuerdo y conspiran un plan que, de no estar atentos, nos intoxica. Así como un virus biológico nos puede quitar la respiración hasta matarnos, una persona intoxicada por el virus del lenguaje puede asfixiar a otra y ésta morir diciendo «I can’t breathe» (no puedo respirar). Mientras tanto, en la casa ‘blanca’, Donald se enfada porque ‘Trump’ dejó de ser la palabra con más circulación en los medios. Ahora se viraliza más ‘coronavirus’. De yapa, connota a un virus biológico. Y el ‘bonus track’ es que, hoy por hoy, el cuerpo de Donald es una casa más del mismísimo Covid19.

3. Me viene a la mente otro juego de palabras que, alguna vez, pronunció Martin: «el lenguaje es la casa del ser». Con la ayuda de Lud y Gusti  indago en la metáfora. Si por algo se pregunta la filosofía es por eso que llamamos vida. Algo que ni el lenguaje ni el virus tienen (les hace falta hacer ‘casita’ para vivir). Y la vida es algo que se da de inmediato, es decir, sin nada de por medio. Somos vida animal (no parlante) mientras somos uno con el ambiente. En esos tiempos inmemoriales (literal, no tenemos memoria de los primeros años de vida) ‘somos una vida’ arrojada al mundo. El mundo comienza a entrar trabajosamente en el cuerpo a través de juegos. Los juegos inoculan en el cuerpo el virus del lenguaje. El lenguaje no solo sale de la boca de los adultos parlantes que habitan la casa. La casa es un ambiente colmado de lenguaje ya que en ella cada cosa tiene su lugar. El lugar es ese espacio que permite que algo crezca. Crecemos a través de los ‘juegos del lenguaje’ que nos dan forma. Esta forma es, ni más ni menos que, una ‘forma de vida’. Pero la vida pasa a estar mediada (infectada) por el lenguaje. El lenguaje es eso que los humanos tenemos en común. Los humanos dejamos de ‘ser una vida’ y pasamos a ‘tener una’ cuando empezamos a hablar. Al hablar podemos provocar malentendidos. Los malentendidos, como los virus biológicos, pueden llevar a matarnos unxs a otrxs. Incluso otrxs pueden hablar a través de nuestro cuerpo. Pero el cuerpo guarda en algún lugar de su ser, precisamente ‘el ser’. El ser, es ese ámbito del cual quedamos separados para siempre, pero al que siempre podemos volver (como cuando volvemos a casa) a través del propio lenguaje.

4. El «quedate en casa» nos manda a guardar. Protesto: primero, me quedo si tengo una. Segundo ¿y si no me dejan llegar? Familias desesperadas toman tierras, la policía detiene y luego mata a Facundo Astudillo Castro. ¿Y por casa cómo andamos? Encuentro dibujado en una vieja fotocopia -las cosas están a la mano en una casa- el ideograma japonés ‘MA’ que podría traducirse por ‘lugar’: un elemento superior envuelve a otro. Santi lo describe: «las dos hojas de un portón -metáfora de la puerta como paradigma del lugar, que articula el adentro y el afuera- cubren la luna (…) Un ‘lugar’, además de remitir al ‘espacio’ es indisociable del ‘tiempo’, nos remite a una percepción narrativa del mismo». El conjunto ‘MA’ contiene una breve historia a la manera de un haiku; presenta la visión de la luz de la luna que se filtra a través de la puerta. Pero la puerta no puede permanecer cerrada, la clave (que comparte el mismo origen que ‘llave’) es esa articulación indisociable entre espacios por parte de ‘alguien’ que los vincula habitando el tiempo. En esa relación entre lo cercano y lo lejano, entre luz y oscuridad, se da la vida con todos sus misterios. «El lenguaje es el lenguaje del ser, como las nubes son las nubes del cielo» dice Martin sobre el final del texto citado; y el virus del lenguaje, según Willy, vino de cielos lejanos, de ese espacio infinitamente abierto que llamamos ‘exterior’. A la vez, puede ser igual de infinito al ‘interior’. Denice nos ilustra: «hay diez a la treintaiun virus en nuestro planeta, más que estrellas en el universo».

5. Martin llegó a decir que «nadie dice nada, todo es escucha». Por su parte Willy escribió «borren la palabra para siempre» y, a la vez, buscaba una vacuna hecha de palabras. También dijo que el virus del lenguaje era «extraterrestre». De ser así, llegó a la Tierra cual ‘barrilete cósmico’ hace milenios, enviado por algún dios que expelió la peste a través de un gritó sagrado. Es probable que aquel dios ignoto haya hecho ‘casita’ con las manos alrededor de su boca para que sus palabras logren surcar los cielos. Se dice que en su soplo originario exclamó ¡la tenés adentro! y nos la mandó a guardar. ‘Dicha peste’ (literal) provocó en ciertos animales la mutación que nos hizo humanos, seres propensos al juego especular del signo, que tiene la forma de ‘si esto, entonces aquello’. Y desde entonces ‘estamos como estamos’. Hoy, sordos de tanta des-información ¿Dónde protegernos de este aturdimiento, de este parloteo? Las palabras de Robert acerca del cinematógrafo me dan una pista: «la invención del cine sonoro permitió el uso estético del silencio». Carlos se suma a la causa: «la búsqueda de Burroughs es la búsqueda del silencio, es decir, los estados no verbales de la mente, la ausencia de palabras en la conciencia: el estado de silencio equivale a la cura del virus del lenguaje que, a la manera de la cura de los virus no verbales, no se alcanza expulsándolo del organismo sino volviéndolo inocuo: quien la alcanza puede luego coexistir con el invasor sin ser dominado, manejado, dicho por él. Sólo quien ha alcanzado el estado de silencio puede ser dueño de su lenguaje».

6. La Gran Willy del tenis no es un simple globo. Es una jugada como venida de otro planeta ejecutada por alguien que, en ese instante del juego, se la juega. En ese presente puro, es uno con el planeta, es decir, deviene pelota. Deja de ser humano para zambullirse de cabeza en la vida. Lo mismo que una ‘bicicleta’ en el fútbol: ese globo a la carrera donde la pelota sale ‘de taco’ por la espalda del propio jugador y cae delante de sus pies, pasando él por un lado, y ella por arriba del marcador. Ante la Gran Willy de Burroughs los ojos se deslizan sobre la trama celeste del cielo, del mismo cielo de donde vino el virus que nos hizo humanos y nos quedamos literalmente colgados de una nube. La cabeza acompaña la parábola por la que desfilan las palabras. Estas salen de entre las piernas -¡de espaldas!- del jugador hasta picar unos centímetros mas acá del fleje y terminar mansas en las manos de un joven ‘alcanza pelotas’, que hace todo su esfuerzo por disimular la sonrisa. La boca abierta durante todo el trayecto que parece ir en cámara lenta. La impotencia nos frena en seco, atónitos. No hay palabras para aquello. «El silencio es el único antídoto para aplacar el virus del lenguaje» sentencia Bifo. Callar, una suerte de antivirus ante la infodemia reinante. Y, si nos animamos a hablar, que no sea siempre con la lengua. Si nos pronunciamos que sea en nombre de la vida, para celebrarla o, si fuera necesario, para defenderla.

Por orden de aparición:

– Ilustraciones del autor, Guillermo Beluzo.

– Como Willy, Williams Burroughs. «La revolución electrónica».

– Como Carlos, Carlos Gamerro. «Por un arte impuro».

– Como Denise, Denise Najmanovich. «Pensar en tiempos de pandemia».

«I can’t breathe», fueron las últimas palabras de George Floyd. Asesinado por la policía norteamericana en pandemia.

– Como Martin, Martin Heidegger. «Carta sobre el humanismo».

– Como Lud, Ludwig Wittgenstein. «Investigaciones filosóficas».

– Como Gusti, Gustavo Cataldo Sanguinetti. «Hermenéutica y Tropología».

– Como Santi, Santiago Vila. «La escenogrfía».

– Como Robert, Robert Breson. «Notas sobre el cinematógrafo».

«barrilete cósmico» pertenece a Victor Hugo Morales y se refiere a Maradona.

«la tenés adentro» pertenece a Diego Maradona y está dedicada al periodista Toti Pasman
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– Como Bifo, Franco Berardi. «Diarios de la pandemia».