Capítulo 18: Para qué si ya sé que es inútil mi afán, nunca…nunca…vendrás…

     En este capítulo alguien va a morir. Es algo que nadie quiere, ni siquiera quien escribe esto. Va a morir uno de los personajes secundarios que decora las emociones más nobles del protagonista. El adelanto narrativo de la muerte tiene por objeto ficticio atenuar la consternación que podría causar en la sensibilidad de los lectores. Pero también persigue el objetivo de matar a un personaje querible en favor de la continuidad dramática de la historia. Cierto tinte de verosimilitud también se cuenta entre los planes del crimen. Señoras y señores, con ustedes, la muerte en una de sus formas más excéntricas: la imprevista.

     Al día siguiente de matar al personaje que va a matar, Mansilla, el joven asesino, caerá en cana por esto que voy a contarles. Irá en una motito por Hornos, cerca del cementerio de Lomas, irá con otro, con otro pendejo cuyo nombre no nos interesa. Estarán buscando un negocio para afanar. Habrán visto una ferretería industrial, grande, en una esquina. Pensarán en el riesgo que implicaría robar un negocio tan grande y lo dejarán pasar. Depende de cómo pintase, se irán a meter en cualquier negocio: en la sandwichería, en la casa de repuestos de autos o en la química. Darán una vuelta y nada. A la segunda, la mina del kiosco ya los habrá visto y habrá avisado a la cana casi en el acto. Moto al corte, visera y caras de pastillas = chorros, pensará la vendedora. Dicha presunción, casi siempre errónea de los comerciantes, esa vez será cierta: los guachines andarán afanando. O tendrán ganas de hacerlo. Tercera vuelta por Hornos, el patrullero les anunciará su presencia con el grito Wilhelm de la sirena.

—Acelerá, guacho, la gorra. (Un poco impostado suena esto en la escritura, pero eso será lo que Mansilla le dirá al otro pendejo).

Los pibes acelerarán, los pibes estarán empastillados, los pibes transpirarán, los pibes harán patinar la moto al corte cerca de la esquina, los pibes golpearán la moto al corte contra un cordón de la vereda pintado de blanco por un empleado municipal el día anterior, los pibes caerán al piso, uno de ellos (el que no es Mansilla) quedará tendido sobre la vereda que un rato antes la vecina dueña de casa habrá baldeado inútilmente, uno de ellos quedará casi muerto tendido en el piso, uno de ellos llegará casi muerto a la guardia del Gandulfo, uno de ellos morirá veintitrés minutos y trece segundos después de entrar a la guardia del Gandulfo, Mansilla también quedará tirado sobre el asfalto a cinco metros y catorce centímetros de la moto al corte, Mansilla no estará casi muerto, Mansilla se hará el muerto, Mansilla yacerá tendido en el piso apoyado sobre el brazo izquierdo como si fuese un muerto pero no estará nada muerto, Mansilla tendrá una pistola abajo del brazo izquierdo sobre el que estará apoyado, uno de los policías se acercará con su reglamentaria en la mano hacia el cuerpo quieto de Mansilla, uno de los policías lo mirará con entrenada desconfianza, uno de los policías le ordenará quedate quieto, uno de los policías parecerá que le disparará a Mansilla que no se mueve, uno de los policías caerá de un balazo salido de la pistola con entrenada desconfianza de Mansilla, uno de los policías llegará muerto a la guardia del Policlínico Lomas que es donde lo deriva IOMA, el otro policía le tirará y le pegará un balazo en el pecho a Mansilla, el otro policía no podrá rematarlo porque a esa altura habrá mucha gente sobre Hornos, el otro policía guardará su arma un poco frustrado por no haber podido rematar a Mansilla, el otro policía se acercará a Mansilla desmayado y le pegará un borcegazo en la cara. Recién ahí Mansilla sangrará.

Se supone que acá va Tu pálida voz cantada por Charlo.

     Martha nunca había pensado en la muerte, no al menos como algo que le fuera a pasar a ella. Como casi todo el mundo, pensaba que eso era algo que solo les ocurría a los demás. A decir verdad no estaba tan errada: la muerte es algo que les sucede solo a los demás. Martha era de contextura pequeña y delgada, aunque ella se autopercibía más delgada de lo que en realidad era, acaso esa condición sería el secreto por el cual la muerte no habría de distinguirla y la confundiría con algún objeto o alguna planta. A veces se sentía tan delgada que la muerte no podría distinguirla, que la muerte la confundiría con algo ya muerto, por eso evitaba hablar, pensaba que con el silencio la muerte no la sabría reconocer como un ser vivo y, por ende, susceptible de perder su vida. Presunción estúpida si pensamos que existen personas mudas o dogmáticos que asumen votos de silencio o culturas donde el silencio es un bien a destacar. Y esa gente se muere igual que cualquiera, de hecho Martha un rato después de abrir su bar de barrio, su lugar de comidas bien hechas y no tan bien servidas, se va a morir. O la van a matar que es algo parecido. La van a matar de una manera tan inesperada que ni siquiera va a poder pensar en las pocas cosas dignas de ser recordadas por ella antes de morirse. Acaso un puñado de amigos (Diego, los mellizos, un poco Lucy Salazar), acaso algún amor lejano, acaso alguna noche sublime. Podríamos decir que Martha es de esas personas que se destacan por pasar desapercibidas, de esas personas que no dicen nada ni con su presencia ni con su ausencia, de esas personas que no se ríen, que no lloran, que no expresan opinión. Mejor dicho, Martha no tiene opinión sobre los hechos cotidianos, no demuestra intereses, es una especie de silencio humano. Mucho más ahora que está muerta. Solo le gusta mirar MasterChef Celebrity pero porque no le gusta. Lo mira porque lo aborrece. Debe ser ese el único sentimiento que Martha demuestra tener, el resto de los hechos y las personas le despiertan poco interés. O ninguno. Solo un poco sus amigos y solo un poco. Como ya dije, ahora que está muerta ya no siente nada. Me gustaría decir que la memoria de un hijo muerto la mantuvo atormentada durante los últimos quince años de su vida, pero no, eso lo desconocemos. Me gustaría decir que el que la va a matar es su hijo que no estaba muerto tal como ella creía sino que habría sido raptado por una red para convertir en chorros a los pibes desde bien niños, pero no, eso es muy de telenovela mala y por eso, eso no es real. Me gustaría decir que sus lecturas autodidactas de El libro tibetano de los muertos fue su puerta de acceso a un estado superior del alma y que puede ver todo lo que su cadáver ha dejado, pero no, solo está muerta. Bien muerta y ella ni siquiera lo sabe porque ahora de verdad no siente nada. Lo impactante es que hasta hace unos minutos estaba viva. De esta manera pasó de estar viva a estar muerta en solo unos minutos: 

     En el bar de Martha no hay nada personal, ninguna foto, ninguna seña, ni una cadenita, ni un recorte, ni un jarrón, una asepsia emocional absoluta más por hiato afectivo que por privacidad. Sola, cerca de las 11 de la mañana, nadie en el local. Hasta las 12 nunca entra nadie, los laburantes de las fábricas le encargan cerca de las 11.30 y una hora después o pasan a buscarlo o lo comen ahí, a veces con un vaso de vino luego disimulado con chicles de menta. No sabemos muy bien en qué piensa Martha, ni esa mañana ni ninguna otra, es un personaje esquivo a mostrarnos sus pensamientos. Está terminando de preparar el plato de los martes: guiso de lentejas. Había dejado la legumbre en remojo la noche anterior que ahora hervía con mucha panceta y mucho chorizo colorado. Desde la cocina y mediante un pasaplatos de aproximadamente 1,23 x 0,74 se puede ver el ingreso de los clientes. Cuando dentro de unos siete minutos treinta y tres segundos vea ingresar a Mansilla no sabrá que el pibe la matará. Él tampoco sabrá eso, su acción, como casi todas las que lo mueven a diario, será sin premeditación. El diálogo previo al crimen será, artificios más, artificios menos, este:

—Buen día, ¿qué te puedo ofrecer? En un rato sale el guiso de lentejas.

—¡¡¡Dame toda la guita, vieja de mierda!!! ¡¡¡Dale, dale, dale!!!

     Martha no es vieja, claro, pero no es momento de ponernos a pensar en ese detalle. Ella no va a decir nada, solo va a ir a la caja y va a juntar los pocos pesos que hay y se los va a dar a Mansilla (ella no va a saber nunca que el pibe se llama Mansilla porque está muerta, en cambio Mansilla sí va a saber el nombre de su muerta porque va a ver la noticia en youtube, en un celular que tiene escondido en su celda). Pero Mansilla está muy desaforado y cruza el mostrador y le pega un culatazo a Martha que dice “ay” como pidiendo permiso y Mansilla va a pensar que ella quiere impedirle meter las manos en la caja pero en realidad lo que quiere es vaciar la registradora para que Mansilla se lleve toda la guita y Mansilla que sigue pensando que lo que está pasando es un forcejeo, manipulará el arma de tal manera que sembrará el abdomen de Martha con un plomo chiquito, del tamaño de una aceituna pequeña. El abdomen de la pobre Martha muerta en el acto. Cuarenta y tres minutos trece segundos después de matar a Marta, Mansilla caerá en cana en su casa de Villa Centenario: quería ver un rato a su abuelo y pegarse un baño. Los de la séptima hacía rato que lo conocían.
     Ajeno a todo esto, Diego, nuestro benefactor lomense ahora retirado, paseaba por San Marcos Sierras desbordado ante la chance del amor.