Un hombre muere en un tren y nadie lo nota
La sangre fluye desde el abdomen superior, a la altura de la vesícula. Una herida de bala hace imposible detener el drenaje de una bilis desbocada. Vincent (Tom Cruise) se sienta en el tercer asiento de una fila de tres y en ningún momento observamos en el una sensación dolorosa de epigastrio. Traje gris, camisa blanca, el pulso aparenta normal pero la presión arterial comienza a subir. La tumefacción parece desbordar los límites que lo mantienen en pie y en la oreja izquierda también hay sangre. Recibió tres disparos amateurs de un taxista llamado Max (Jamie Foxx) y la herida en la parte posterior de la cervical parece haber venido de atrás. Lo cierto es que estuvieron juntos frente a frente toda la noche; no sólo en la escena final del tren cuando Max acabó con la vida del asesino, sino a lo largo de la jornada, cuando Vincent decidió mostrarle que la diferencia entre un hombre que trabaja de matar a desconocidos y otro que se gana la vida como taxista postergando sus sueños de empresario, sólo pende de pequeños umbrales de decisión. El tren va de este a oeste. La ciudad esta calurosa y el director de la película, Michael Mann, se esfuerza en mostrar cómo los trenes nocturnos de Los Angeles siempre cargan con el peso de los tipos solitarios. Así lo había hecho antes con Heat, cuando decide mostrarnos a Neil (Robert De Niro) saliendo del metro que lo deja en el first building de la estación de bomberos. Así es como lo hará diez años después con Collateral, cuando ponga frente a frente a dos hombres que parecen iguales a otros pero en verdad son muy meticulosos.
Dijimos que Vincent se sienta en el tercer lugar de una fila de tres. Que elije mirarse cara a cara con Max y que su noche había estado marcada por ciertos imprevistos que el oficio de todo asesino siempre debe administrar. Que la jornada de Max, por el contrario, se había hecho reveladora de cómo el fracaso y la postergación de los sueños podían encerrar la peligrosa admiración del asesino. A esta altura, el hígado de Vincent se encuentra estallado estelarmente por su lóbulo derecho, básicamente porque la distancia entre el primer y el segundo disparo no había sido mayor a los cinco metros. Con seguridad, el segundo proyectil había perforado toda la cavidad intestinal y la dirección frontal o la escasa ropa veraniega habían sido datos suficientes para presagiar la fatalidad. Las paredes del hígado comenzaron a derrumbarse y ya ninguna sutura es posible. La noche pasa a ser fría y lenta y es en ese instante donde Max y Vincent se permiten una mirada última. Es curioso como dos hombres que habían compartido la noche terminen a los tiros en un tren nocturno de Los Ángeles.
El desequilibrio de la circulación aumenta. La contusión se eleva a niveles ingentes y el frío comienza a ser la carne. La vida esta en peligro minutos después de los desordenados disparos y Max no espera bajo ningún modo que el último encuentro cara a cara en el tercer asiento de una fila de tres sea el momento propicio para que Vincent le haga una advertencia sobre la sociedad en que vivimos. La última reflexión sociológica del asesino se presumía exhumada en la imprevista perorata con la cual cual obligó a Max a llevarlo como perro nocturno. El disparo que había atravesado el lóbulo derecho del hígado ahora se instalaba en otra profundidad. El tren sigue camino en un fondo de cielo anaranjado desde Vernon hasta la estación de Pico en la séptima parada. Desconocemos el itinerario exacto porque Mann tampoco lo provee. Sólo tenemos ese desierto nocturno de Los Ángeles, un desierto que poco coincide con el tipo de vitalidad que afecta a sus clubes y a la logística callejera: la que hace una S que va desde el barrio de Maravilla hasta Wilshire y convierte a la noche de Los Angeles en una noche tan especial, donde los hombres usan trajes y las mujeres son distintas a esas otras mujeres donde las noches también son pesadas.
La advertencia de Vincent es más que eso. Es una pregunta difícil de digerir por lo imprevista y elemental. Recoge el guante que había dejado Kafka en el tren de La Metamorfosis y va más allá de las espeluznantes metáforas urbanitas de Georg Simmel. Vincent no toma siquiera dos bocanadas de aire, la respiración es siempre por la nariz. El derrame del abdomen crece cuando la cabeza esta gacha y es seguramente allí donde el cerebro le oxigena el pensamiento. La sangre se opaca por la expansión del gas que la bala empieza a desperdigar en el estómago y allí es cuando Vincent levanta la cabeza y lo mira. Los ojos de Cruise siempre fueron de un celeste extraño pero es en la piel del personaje cuando ese exquisito color nos ofrece la frialdad que siempre había estado latente. Es llamativo que esa frialdad, la que había marcado los cinco golpes nocturnos que Max testificó como chofer, ahora se trasunte en el puente que lleva a la pregunta por el modo en que habitamos la otredad.
Ese había sido en verdad el tema de toda la noche: no se trataba de la crueldad, de la falta de mediaciones o de la digitalización de la vida. En los debates morales que habían tenido lugar dentro del taxi, Max le preguntaba a Vincent por qué ejercía de asesino, por qué no contemplaba la historia de sus víctimas, el destino de sus vidas o la verdad de sus entornos. Fue apenas subido al taxi en la 312 de North Spring cuando Vincent le esgrimió las razones para odiar una ciudad como esa: se le aparecía como desconectada e imposible para que catorce millones de personas no experimentaran el vacío sin fondo de la soledad. Le recordó una historia de un hombre que viajó seis horas muerto en un metro sin que nadie se percate a su alrededor. Las dos balas fatídicas estaban ahora acabando con su vida en el tercer asiento de una fila de tres, pero las cartas habían sido prefiguradas en la 312 de la calle Spring. Esa conversación parecía un anticipo del destino que mostraría lo fútil de acabar con cinco vidas. El tema era la omnipresencia de la soledad que ahora se revelaba en los ojos fríos y celestes de Cruise en un tren nocturno de Los Angeles.
Vincent se levanta estando quieto y lo mira. No es suficiente, piensa Max, el fluir pesado y oscuro en que se va combinando el cielo del amanecer de la costa oeste para la pregunta con que aquel se despedirá de nosotros. Se acerca la hora en que el silencio hablará más que las palabras y donde las cadenas que unían a Max a un mundo que ya no existe se hacen verdaderamente sombrías en la primeras horas del húmedo y azulado cielo. Se habían dado unos segundos en mirarse a los ojos, cuando las lesiones de los disparos volvían tardías las posibles cicatrices. En el abdomen, la inflamación de los tejidos iba acercando el final. El aumento de la presión sanguínea era tan grande que sólo dejaba lugar a una pregunta. La compresión de los órganos era de tal magnitud que el dolor provenía desde un rincón extraño, como el de esos motores cuya fuerza persiste una vez apagada la máquina. El dolor venía de la parte interior: su madre había muerto cuando era un niño. Su padre era alcohólico y el se fue volviendo indiferente a la vida. Somos estrellas fugaces en una galaxia infinita, era una de sus últimas. No había buenas o malas razones para seguir viviendo, era otra de sus sentencias. Ser un asesino le había ido enfriando la piel pero no la sensibilidad. Allí es cuando lo mira fijamente en el tren. Allí es cuando toma algo de oxigeno con dos inhalaciones de aire. Allí se quita el polvo de la mirada, clava los ojos en Max y nos pinta en una pregunta el doloroso existir de la vida moderna: Ey Max. Un hombre muere en un tren en Los Angeles, ¿crees que alguien lo nota?

Nací en Rosario en 1988. Soy politólogo (UNR) e intento escribir. Me interesa volver al cine y en esta columna, lo hice referenciado la escena final de «Collateral» (Michael Mann, 2004).



excelente relato!! muy atrapante
felicitaciones, Ignaciiio!
Felicidades, hermoso relato!
muy bueno!!!!
Muy bueno! Me gustó mucho leerlo 🙂
Muy bien contado, me atrapó!! Felicitaciones!!
Tremendo crack
Buenísimo!
muy buen relato , al leerlo se me venían a la mente algunas escenas de la película. tremendo final con la última pregunta de Vincent hacia Max. !es cine!️ 10/10
Buenisimo relato!
Buenísimo Nacho.
Vi la la película un par de veces, muy bien Nacho la narración de esa parte, te felicito, saludos.
Muy bueno !
❤️
Es excelente!!!
excelente relato! muy bien narrado!
muy bien relato.
Tremendo! Felicitaciones!
excelente Nacho, esto es lo tuyo, felicitaciones
Me dejó con ganas de seguir leyéndote!
Maravilloso.
Buenísimo nacho querido
Muy bueno, felicitaciones!
Muy bueno!
hermoso relato!
Te feliicito! muy buen relato!
muy buen relato!!! felicitaciones!!!!
Muy buen relato
La minuciosa descripción de cómo sus órganos van colapsando llenó de tensión la narración al tiempo que contrasta con la inmutabilidad del personaje. El vértigo está en lo profundo, tan sumergido como los pensamientos o sentimientos que nos delizás, tiene Cruise en el filme.
Lindo artículo
Muy buen relato. ¡Atrapante¡ ¡Felicitaciones!
Muy buen relata atrapante
Felicitaciones Nacho!!!
Muy Bueno!!
Felicitaciones!!
me gustó tu narrativa, la descripción te abre a la imaginacion
muy bueno, felicitaciones!!
Emocionante relato que mezcla séptimo arte; sociología y otras yerbas. Congratulaciones al responsable!
PD cinéfilo: sublime actuación de Cruise en uno de sus pocos (o el único) roles de villano.
Excelente crónica ! Felicitaciones
muy bueno primo!