Pensaba que esta puede ser la foto de perfil de Estado actualizado (nuestra página de Facebook sobre cuestiones políticas) para cubrir las elecciones. Más allá de la metáfora del juego, que es un lugar común en la jerga de la política (¿juega Cristina? ¿quiénes son los que van a jugar?) la imagen, como si estuviera pegada en un rectángulo de corcho en las oficinas de nuestra redacción, tiene que funcionar como un recordatorio. Es una postal expresiva de una derrota reciente, podríamos decir del fin del kirchnerismo. Y acá hay un conflicto que subyace en la elección de la foto: ¿cómo no caer en cierto derrotismo de cara a una nueva competencia por los votos?, e incluso más allá (porque la derrota del último kirchnerismo no fue solo electoral) ¿cómo administrar una mirada negra sobre las cosas con la posibilidad efectiva de volver a habitar el Estado?
Bueno, ese es el desafío que nos toca ahora, difícil, como nos tocó militar a Scioli en el 2015, la mayoría de nosotros siendo ciudadanos de a pie, cuando incluso sectores supuestamente orgánicos del kirchnerismo no lo militaron. Ahí una de las tantas claves de las distintas derrotas. Con el diario del lunes podríamos ir más allá y pensar la fórmula Scioli-Zanini ya como un problema con sus distintas aristas, es decir, la falta de una gran PASO que ordenara lo que estaba desordenado y que contemplara la posibilidad de absorber, llegado el momento, al idiota útil que resultó Randazzo. Igual si miramos la provincia esto puede ser discutible: el caso Fernández-Domínguez nos reveló que lo mejor era el dedo de Cristina y no una competencia interna que, mediante operaciones de prensa completamente destructivas, nos terminó debilitando. En todo caso, ahí van varias aristas que conforman la morfología asimétrica de nuestras distintas derrotas.
Pero la peor derrota que tenemos que tener presente, tanto para jugar las elecciones de octubre como para ocupar el gobierno llegado el caso, es la derrota cultural. Hay algo ahí, en los claroscuros y en los intentos concretos por dar la batalla del anterior gobierno (porque los hubieron y solo bastaría revisar los presupuestos para las diferentes áreas en épocas de gestión) que no resultó efectivo. Y con la candidatura de Cristina asomando se me viene a la cabeza esta infografía, que lejos de surgir desde un triunfalismo ciego se me aparece como significativa de nuestra propia derrota:
Muchas veces solemos acordarnos y traer a colación aquel 54% pero no siempre tenemos presente el cuadro completo, que lo vuelve todavía más rotundo. Entonces cabría la pregunta sobre cómo se puede perder tanto capital político en un período relativamente tan corto. En esos términos, con los resultados puestos del 2015, la imagen funcionaría para pensar nuestra derrota específicamente en aquella batalla por conformar una nueva cultura política. Algo que se vuelve más intenso si revisamos los resultados electorales mesa por mesa, haciendo foco en los barrios donde viven los supuestos “choriplaneros” y donde ganó Macri invariablemente y por mucho. Pero en realidad, pensando en términos pragmáticos (otra vez con la candidatura de CFK en el horizonte) esa imagen también dice sobre cómo jugar una elección, que siempre es una foto y nunca una película completa. Puede resultar ilustrativa de que no existe una identidad dura de las grandes mayorías y que lo que hay que hacer es apuntar (y acertar) a esa indeterminación. Quizá algo hayamos aprendido en la derrota, del marketing político del Pro, de los focus group, sobre cómo salir a pensar ese monstruo de millones de cabezas que es el electorado argentino. Decía Benjamin cuando analizaba la emergencia de los nuevos medios de principios del XX: “pensar con la cabeza de otras gentes”, ahí la cuestión. Después, aprender otra cosa del macrismo resulta difícil, porque no solo gobiernan con una correlación de fuerzas muy distinta a la que podría ser la nuestra sino que también, cuando no tuvieron los fierros de todo el Estado, ganaron las elecciones justamente desde otra correlación con respecto a las corporaciones, a esa abstracción discursiva para nada ingenua que son “los mercados” y etcétera.
Ahora, recién decía “la candidatura de Cristina asomando”. Personalmente sigo la línea de Santoro (el bueno), que en una nota para el blog de Vertbisky sostuvo explícitamente que lo mejor que nos podía pasar era que no se presentara. Por supuesto él lo dijo hace poco más de un mes y los vaivenes de los distintos armados ya tiñen con matices la efectividad de su frase. Pero su idea es que hoy lo primordial es sacar a Macri, que es “el enemigo neto”, incluso a costa de que el gobierno sea ocupado por una forma del peronismo menos intensa y más moderada que la nuestra. Y para eso Cristina resulta fundamental: él habla de aplicar la estrategia de aproximación indirecta de Lidell Hart, quien fuera el estratega de Churchill. Santoro la resume así: “vos no tenés capacidad de fuego ni de tropa como para imponer las reglas de la batalla, las impone el enemigo, entonces hacés todo lo que el enemigo espera de vos (Cristina Presidente y etc.) pero llega justo el momento –tiene que ser preciso y es la clave– en donde cambiás el escenario y el enemigo se queda con todos los cañones apuntando hacia otro lugar”. Jugando con la foto de perfil de Estado actualizado podríamos decir que CFK es Messi: es la mejor de nosotros pero al mismo tiempo es mejor que no esté. Igual decía que por el escenario cambiante de la política esto parecería quedar viejo: los Lavagna, los Urtubey, los Massa que se quieren cortar solos o dibujan falsas unidades ponen en discurso la voluntad de dejar afuera a la forma del peronismo que tiene más caudal de votos: léase, a Cristina. Este panorama es el que termina avalando la necesidad de su candidatura.
De ser así, la tarea dificilísima de la época será militarla a ella (aunque resulte mucho más fácil para nuestra conciencia interior que lo que tuvimos que pasar en 2015). Y es desde ahí que pienso en las imágenes de la derrota y en qué se puede sacar de todo eso. Supongo que algo deberíamos haber aprendido y que aquellos tragos amargos nos deberían constituir mejores que antes o al menos dar algunas noticias sobre dónde y cómo poner el oído para funcionar como receptores de las demandas insatisfechas de la población, que hoy son muchas y más que antes. O sobre cómo y con quién se gobernaría si se llagase a ganar un ballotage, es decir, si sería un gobierno exclusivamente de Cristina (con Máximo y Wuado sentados en la mesa chica) o si debería haber lugar para incluir formas “menos puras”, e incluso pienso en aquellos dirigentes que hoy no aceptan armar la unidad si es que esta viene con el kirchnerismo adentro. ¿Se podrá transformar ese núcleo duro de aceptación, que es un núcleo absolutamente parcial y parcializado, en una conducción más general? Algo así se preguntaba Santoro ¿Para algo puede haber servido la derrota? Si va Cristina, y parece que va a ir, estaremos todos atrás de ella y está bien que así sea, pero lo que yo digo es que no nos olvidemos de que, a diferencia de Stolbizer (que enunció una victoria ridícula en primera persona del singular), nosotros ya perdimos.