En la ciudad del desencuentro,
donde el viento arrastra hasta los sueños rotos,
uno simplemente es.
No hablo del estar, de lo efímero que se habita,
sino del Ser que nace en lo profundo,
cuando todo lo demás se desvanece.
Camino entre luces sin calor y calles abarrotadas,
donde las miradas se cruzan sin tocarse,
y el bullicio de vidas que no se tocan
se disuelve en ecos sin rostro.
Pero, a pesar de todo, yo sigo siendo.
No hay promesas que lleguen al horizonte,
ni caminos que se crucen a tiempo;
las palabras se apagan en sombras
de lo que alguna vez quisieron ser.
Y, sin embargo, en esa ausencia,
en ese caos que desnuda y arranca,
uno simplemente es.
Es entre los restos de un deseo desvanecido,
en abrazos que nunca nos sostuvieron,
bajo cielos que han olvidado las estrellas.
Es sin exigir sentido,
sin esperar al otro,
sin más guía que el latido profundo
de este corazón, cansado pero constante.
En la ciudad del desencuentro,
incluso cuando todo se pierde,
uno simplemente puede ser.