La restauración de Lorenzo
Después de un largo año, ya era el momento de hacerlo; tenía que. La presión social a veces era dura, sobre todo del sector de la tercera edad.
-¿Cómo un muchacho como vos va a estar así de impresentable?
Entre las cosas que se decía a mi persona eran de las más leves comparadas con los eufemismos que citaba mi madre: «linyera» «vagabundo» «rabino» «talibán» (estos dos últimos incluso muy diferentes en cuestiones étnicas/culturales/políticas). Pero había un común denominador de todo esto: tenían barba.
Y no la semanal que «pincha», barbas largas y onduladas, poco cuidadas. Y si, lo admito, tenía algo de eso. Desde el 31 de Diciembre que no me afeito. Más de 9 meses, un embarazo.
Pero todo iba a cambiar, se acercaba la primavera y los días lindos (ponele), además de que era un ciclo ya cumplido. Era tiempo de afeitarme.
Pero soy un tipo que le gustan las cosas a la vieja usanza, es por eso que no podía limitarme a volver a afeitarme con la presto barba descartable de siempre (no era muy ecológico de mi parte). Es por eso que recordé que había una valija muy antigua en mi casa, la valija de barbería de mi bis nonno (abuelo). En ella estaba todo lo que un museo envidiaría: viejas máquinas de cortar el pelo tan venidas abajo qué más que cortar te los arrancaba. Peines, peinetas, cremas y lo más valioso: la navaja.
Aquel artefacto que prácticamente se dejó de usar hace mucho estaba ahí, totalmente deteriorado, no podía pasármelo por mi carita así que era necesario una restauración total. Fue entonces que lo mandé con un especialista donde le hizo tratamientos quirúrgicos para dejarla como nueva.
Ese mismo día cuando ya tenía todas las condiciones dadas para rejuvenecer mi rostro unos 10 años al menos y pasar a tener una carita de bebé, un «lavado de cara».
Pero algo curioso pasó: en la primera rasurada me sentía raro, como si ya no estuviese en mi casa, ni en mi cuerpo. Veía en mi cabeza recuerdos de tristeza e incertidumbre pero con algo de esperanza al final del túnel. Eran los recuerdos de mi bisabuelo. Un italiano que luego de la segunda guerra mundial (con todos sus recuerdos traumaticos con ella rememorados) tomó la difícil decisión de dejar a su familia y a su tierra para asentarse en otro país y fue gracias a los salesianos y demás «paisanos » que se encontró pudo obtener las primeras «changas» recaudar dinero para enviar a Italia, y llorar muy profundamente durante las noches de soledad.
Fue así como con el tiempo sus hijos y esposa fueron con él a ese país a «probar suerte» también. Y es al día de llegar donde sanaron tantas cicatrices pero donde el panorama de incertidumbre seguía siendo el mismo. Pero con mejoras, paso a paso. Su casa estaba llena con su familia y un domingo como cualquier otro se dispone a ejecutar su propia rutina estética y es en su espejo donde ve a un curioso joven estupefacto con una barba larga usando su navaja de afeitar.


Collage: Giuliana Di Meglio