Hasta la llegada del 2020, la tecnología y el mundo virtual habían puesto al cuerpo en segundo plano. La pandemia por COVID-19 no solo vuelve a instaurarlo en el centro de toda experiencia: el discurso impersonal y siempre progresivo de los avances científicos es momentáneamente opacado por una vuelta al protagonismo de la vulnerabilidad de la maquinaria sensible. Ahora, más que nunca, tenemos un cuerpo que es personal pero también social, que posee limitaciones y que a la vez constituye, todavía, el punto de partida.

Las reglas del cuerpo, analógico en esencia, vuelven a ser tangibles, al igual que los objetos y las fronteras: se revela, otra vez, la inevitable materialidad de las cosas. Por eso, la aparición del virus COVID-19 constituye un shock al cuerpo actual, ya sumergido en el sueño virtual de Internet, el mercado de valores y las bitcoins, un cuerpo que ya había hecho carne el fin de los grandes relatos, sumiéndose en las realidades particulares y aisladas del siglo XXI.

Con la pandemia aparece la invisibilidad, que en sí misma no constituía un problema para la sociedad del siglo XXI: los bienes ya son invisibles y todo tipo de tecnologías han sido desarrolladas a partir de la manipulación de elementos no directamente percibidos por la vista. Sin embargo, la imposibilidad de controlar lo que a la vez es invisible e inesperado constituye otro desafío, uno más parecido a los que se presentaban muchos años atrás.

Por otro lado, los síntomas del virus permiten una suerte de efecto de reflexión y perplejidad. El bubón, protagonista de la peste del siglo XIV, es notorio, sobresaliente, es algo que mirar y evitar. El COVID-19, en cambio, es de sintomatología ordinaria. Incluso, se puede tener la “sensación” de ser positivo: hay un componente de misterio que obliga a encontrar herramientas materiales y concretas, además del testeo, para poder prevenir contagios.

Como resultado, las medidas de prevención impulsadas por los gobiernos del mundo produjeron que ciertas acciones se desnaturalizaran, y que los movimientos se volvieran más pausados y conscientes. El cuerpo se separó de lo que antes parecía estar unido, y hasta ahora aún no es posible entablar una relación fluida con las superficies. La posible contagiosidad de las cosas nos puso a protagonizar un espectáculo más bien torpe: distancia, alcohol en gel antes y después de tocar y palabras repetidas, porque con el barbijo no se entiende bien. El cuerpo actual ya no es un cuerpo que fluye, que atraviesa los espacios geográficos con soltura. Es un cuerpo que se encuentra con distancia social, un barbijo, puertas cerradas, muros, transporte limitado. La interacción está mediada: el tacto, como extensión impune de la mirada, está contenido.

La distancia social es la otra estrategia material, más bien rudimentaria, que puso en juego la percepción del propio cuerpo y del de los demás. Más que nunca se hizo consciente el organismo del alcance de sus irradiaciones: el estornudo o la tos hablan de una prolongación del cuerpo y de cómo eso puede afectar a los demás. En resumen, reaparece la noción de que el cuerpo no termina donde termina la piel, y ni siquiera termina donde está el otro. El cuerpo es en realidad uno, social, común a todos.

Por otra parte, casi no es posible pensar en el concepto de distancia ligado al mundo digital: la conversión de la lejanía y de la escala global se materializa en transmisiones inmediatas, en el live y el streaming. Sin embargo, la medida preventiva de la distancia social promulgó una especie de razonamiento en red, solo que, otra vez, de naturaleza analógica. Se trata de las dinámicas de contagio. El pensamiento que se armaba era que, si este ocurría y era entre personas jóvenes, quizás no iba a generar mayores consecuencias, pero había que tener en cuenta si una o más de esas personas tenía contacto con alguien en grupo de riesgo, y así sucesivamente. La comprensión de estas dinámicas tuvo que ver con asimilar sus posibles implicancias relacionales indirectas, lo que puso en práctica un razonamiento general a base de sentimientos de conciencia y responsabilidad.

El tapabocas, por su lado, puso de relieve cuestiones de percepción. Además de la imposibilidad del tacto, tanto el gusto como el olfato quedaron ocultos tras el barbijo. Y no solo eso: la pérdida de estos dos sentidos también fue uno de los síntomas comunes de COVID-19 positivo. Como contraparte, los sentidos “libres”, por fuera del barbijo, fueron los mismos que elevaron los niveles de audiencia televisiva y subieron el porcentaje de suscripciones a Netflix: la cultura audio-visual creció en la cuarentena al mismo tiempo en que se disminuyeron los estímulos táctiles, olfativos y gustativos. Se vuelve inevitable recurrir a la famosa magdalena de Proust* para decir que el olfato o el gusto están fuertemente ligados a las emociones y a los recuerdos. En este sentido, no parece del todo descabellado pensar que el fenómeno de la “neonostalgia”*, ocurrido durante la pandemia, haya sido un intento por reponer, a través de materialidades retro, una parte de esa experiencia.

Contra la idea de que la pandemia solo “virtualizó” gran parte de las cosas, lo que inaugura es la omnipresencia de materialidades para pensar al cuerpo desde lo social, a través de los sentidos y del valor de la presencia. A su vez, formula preguntas de infraestructura en un sentido menos aislado: ¿cómo sigue el lema “quedate en casa” alguien que no la tiene? ¿Cómo se da tratamiento adecuado si no se tienen camas de hospital disponibles? La pregunta por lo material ocupa los titulares y las agendas de los gobiernos al mismo tiempo en que se virtualizan actividades y servicios. Por su lado, el cuerpo vive en carne propia el trauma de la pandemia, protagoniza las medidas de prevención y formula sus propias preguntas: ¿de qué otras maneras se puede sentir y pensar a un cuerpo individual y social que atravesó y fue herido por una pandemia, y que ahora tiene por delante adaptarse a un mundo que lucha por refugiarse en el entorno virtual, aséptico y mayoritariamente audiovisual?  

*https://www.abc.es/ciencia/abci-secreto-magdalena-proust-olor-puede-hacerte-viajar-pasado-201709292132_noticia.html

*https://twnews.es/es-news/neonostalgia-por-que-la-pandemia-ha-disparado-la-aficion-por-lo-retro-incluso-entre-los-jovenes