Borbotea espuma por su boca mientras sus gordos dedos aporrean el teclado. Se rasca la entrepierna, huele sus dedos y, en un éxtasis de pseudointelecto, escribe “zurdos planeros” por décima vez en el día. Los únicos testigos de su cruzada digital son los vasos sucios en su escritorio, que hace una semana esperan volver a la cocina. Stickers de «HODL» y «Taxation is theft” se despegan de la pared por la humedad.
“ZURDO HIJO DE PUTA, VOS Y TU CASTA NUNCA ENTENDERÁN A SATOSHI”.
Cambia de pestañas con frenesí: Facebook, TikTok, Youtube, Instagram, subreddits conspiranoicos, un archivo de Drive, Trafkintu, ChatGPT, PornHub (“Step-sister blonde cryptofuck”), y Twitter (o ‘X’, ponele).
Ctrl+C, Ctrl+V, Ctrl+Z. Escribe “zurda puta planera” con la seguridad de quien cita a Mises.
Lleva tres días sin bañarse, pero se sumerge de lleno en 12 hilos de Twitter sobre ‘la verdad absoluta de la historia Argentina’ . Le pide a la IA que le resuma lo que no entendió en quinto de primaria. ‘Más corto’, insiste. ‘Más corto todavía’, repite. La tecla ‘Enter’: el último bastión contra la corrupción del progresismo.
Reasigna muertos en la historia a conspiraciones contemporáneas. Redacta con torpeza, citando a un tipo que citó a otro, el cual leyó un PDF en Telegram. Vuelve a rascarse la entrepierna.
“ZURDA PROGRE COMUNISTA, VOS Y TU ABUELA JUBILADA SON LA RAZÓN POR LA QUE ARGENTINA NO PUEDE TENER UN BITCOIN STANDARD”.
Su madre, en el comedor, le tiende en una silla su campera de cuero falsa.
Me hace acordar a alguien