Esta semana iba a escribir sobre la estrategia del gobierno nacional ante la pandemia. Tenía pensado remarcar unas cuantas críticas, que Alberto Fernández podría autorrealizarse para iniciar el espinoso camino de generar un nuevo contrato social sobre el coronavirus, para recuperar la cuarentena, en una versión adaptada, diferente, menos brutal, como única herramienta viable para detener a la covid, que satura hospitales por doquier.
Y entonces ocurrió el levantamiento de la policía bonaerense. Y entonces los foros, los comentarios de los portales, las redes sociales y hasta las bocas de algunos comunicadores se llenaron de defensas, para nada incómodas, del accionar de los uniformados armados, llegando incluso a desear un golpe de estado, hecho y derecho.
Me sentí tapando una filtración de agua con el dedo, en una pared que se venía abajo. Ni siquiera creo tener que explicar las nefastas consecuencias que tendría la interrupción democrática para nuestro país y la región pero, en términos estrictamente epidemiológicos, lo más terrible del asunto es que los usuarios, los argumentos y el léxico elegido por los defensores del amotinamiento y asedio armado de la bonaerense frente a la Quinta de Olivos eran casi idénticos que los de los anticuarentena, anticientíficos, antibarbijos, antitodo. El mecanismo imposible que se evidencia en algunos es hacerle un golpe de estado al coronavirus, representada en el gobierno de Alberto Fernández, para reinstalar un orden que ya no va a existir más, al menos hasta que se pueda vacunar con eficiencia a gran parte de la población o el virus, inexplicablemente, pierda fuerza hasta desaparecer. Eso, sólo algunos. Otros son golpistas por razones que no tienen nada que ver con un virus biológico.
A continuación va un resumen de los hechos de los últimos días y de una escalada tan exponencial como la de la covid, en la instalación de un posible golpe de estado. Vale recordar para el análisis que, para que se concrete una interrupción del orden democrático, no se necesita una mayoría de la población apoyándola. Alcanza con una minoría con poder y mucha gente paralizada, por el miedo o la indiferencia.
Eduardo Duhalde, el catalizador
La cosa estaba bastante ordenada, pese a la pandemia. No se hablaba de golpes de estado salvo en sectores mínimos y muy radicalizados, en su mayoría partidarios de las ideas libertarias.
Sin embargo, el expresidente apareció en un programa de bastante repercusión como es el de Luis Novaresio y lanzó, como si estuviera comentando la suba del dólar, que “el año que viene no va a haber elecciones” porque “Argentina es la campeona mundial de golpes de estado”.
Después de la lluvia de puteadas que recibió de todos los sectores y partidos, Duhalde le bajó el tono a sus propias declaraciones y hasta pidió disculpas, pero el daño en la agenda pública ya estaba hecho. Nadie se hizo cargo de él. Juntos por el Cambio recordó que era peronista y el Frente de Todos sus vínculos con Clarín. Sin embargo, periodistas con mucha difusión terminaron de instalar el tema para embarrar la cancha y envalentonar golpistas. Uno de ellos fue Jorge Lanata que validó las declaraciones del expresidente:
«¿Saben qué? Yo coincido con lo que Duhalde dijo. Vengo diciendo esto desde hace tiempo y ustedes [por su equipo de compañeros en el programa de radio Mitre] lo han escuchado en reuniones privadas, pero ahora alguien lo dijo en público»
Pero fue quizás Willy Kohan el primero en darle forma a un concepto que sería fundamental para esta acelerada. Lo hizo apenas horas después de las declaraciones de Duhalde, con el para nada enigmático título de su editorial “Tal vez ya hubo un golpe y lo administra Cristina”, introduciendo así la idea de autogolpe.
¿Qué es un autogolpe?
Si en un golpe de estado tradicional una coalición opositora derroca al oficialismo de turno, en un autogolpe es el propio gobierno el que altera las reglas para aumentar su poder o perpetuarse en él. Ejemplos clásicos de esta metodología son Hitler o Napoleón pero no se trata de algo que haya ocurrido en nuestra historia nacional reciente, a diferencia del esquema tradicional de golpe, perpetrado numerosamente por militares y complicidades civiles.
Ni siquiera voy a explicar por qué no hay un autogolpe actualmente en Argentina. Es absurdo y sólo tiene asidero en los prejuicios o las intencionalidades políticas y económicas de quien lo emite. Básicamente, la inclusión de esta idea en el discurso público apunta a una justificación moral, que ya se había insinuado con el neologismo “infectadura”. Si el gobierno de Alberto y Cristina ya rompió el orden democrático, lo podemos derrocar sin sentirnos culpables.
Todos las declaraciones analizadas con anterioridad pertenecen a la última semana de agosto. Veamos que pasó en lo que va de este mes.
Septiembre, el mes de Carrió.
Decíamos que algunos pretenden los 100 años de perdón para el que derroca a un dictador y pocos parecen haberlo entendido como Elisa Carrio. Cuando estuvo en el poder con Cambiemos repartió el mote de golpista sin escatimar, sabedora de la carga peyorativa que tiene en la mayoría del pueblo argentino.
Hace una semana, el 1 de septiembre, reapareció en TN con una maniobra perversamente inteligente. Apelando a una lectura muy general y más etimológica que jurídica, Carrió recurió al constitucionalista Humberto Quiroga Lavié para decir que Massa es un golpista. El extracto del letrado que trae la fundadora de la Coalición Cívica es este: “todo acto de fuerza, fuera del Derecho, es un golpe de Estado”. ¿Qué es un golpe de estado para Carrió entonces? Prácticamente cualquier cosa ilegal que se haga por la fuerza, incluidas, usando un criterio similar, muchas de las acciones que ejecutaron cuando estuvieron en el poder y que la exdiputada decidió, simplemente, ignorar.
Y esto lo realiza porque sabe que cuando todos los títulos digan golpe de estado, nadie, nadie, nadie, probablemente ni el propio Humberto Quiroga Lavié, va a pensar en esa acepción tan permisiva. La entrevista telefónica con TN duró unos 20 minutos, que le sobraron para decir todas estas cosas y hasta para repetirlas más de una vez: “El señor Massa es un irresponsable, un oportunista y ahora hace un golpe institucional al Congreso de la Nación”, “Hay una declaración de estado de sitio de hecho. Todo acto de fuerza fuera del derecho es un golpe de estado”, “Él (por Massa) debe coordinar la asamblea, no hacer lo que quiera. Es un golpista”, “Hay una gravedad institucional en la Cámara de Diputados”, el gobierno quiere “llevarse puestas las instituciones, la Justicia y la Procuración” o Alberto Fernández “no tiene orden moral ni orden psíquico. Y está muy estresado. Yo creo que es la desesperación”.
Lo de pegarle a Massa venía a cuento de si las sesiones tenían que ser presenciales o no, pero el objetivo de fondo era repetir la palabra golpe tantas veces como para que no se disuelva el impulso Duhalde.
Sobre lo de las sesiones presenciales sólo voy a decir que es una postura tribunera, para ese sector mechadito entre anticuarentenas y soñadores de un golpe de estado al populismo. Tanto Capital Federal como Mendoza, gobernadas por JxC, tienen sus sistemas parlamentarios funcionando en forma remota sin que se haya roto ningún orden institucional. Es bastante contradictorio, además, que un partido político que históricamente quiso realizar algo tan complejo como una elección nacional con sistemas electrónicos considere imposible el debate de 300 tipos con idéntica metodología.
Una semana después, Elisa Carrió volvió a TN, esta vez en forma presencial.
La intención fue seguir repitiendo golpe de estado, golpe de estado, golpe de estado hasta que se vuelva realidad o la gente se lo crea, que a sus efectos es lo mismo. La voltereta creativa que siempre le pone fue darle todo un rodeo a San Agustín para terminar bajando a modo Disney la realidad argentina: los kirchneristas son los malos.
Como se ve que pegarle a Massa no debe haber dado tanto rating, volvió a la fija, a la que no falla: Cristina Fernández de Kirchner. “Yo la conozco a Cristina y no para. Va por todo. Nadie puede quedar en manos de una persona que no puede parar, que comete actos en contra de la Constitución”, “Esto es un golpe. Es un acto de fuerza, y no con la fuerza militar sino con violencia institucional. (Cristina) quiere voltear al Presidente. ella quiere tener el dominio”, “Ella está encarcelada en el resentimiento y el odio. No mira otra cosa que ese objetivo, que es dominar al Poder Judicial”, “Ahora la gente va a salir a saquear. Creo que hay saqueos programados por Cristina”, “Massa hizo un acto de fuerza institucional con la complicidad de Roberto Lavagna y el bloque de izquierda”, “la última alternativa es la desobediencia civil” o “No podemos ser una Venezuela partida, tenemos que recuperar el Estado de derecho“.
Menos de 48 horas más tarde, y después de que otros dirigentes y periodistas se sumaran a la golpemanía, los policías rodeaban, uniformados, con armas y patrulleros, la quinta presidencial para reclamar algo provincial. El aluvión de gente que no se sintió tan incómoda con la situación se hizo sentir en las redes. Se compartieron escudos de la policía bonaerense, se habló de héroes y de reclamos justos. Hasta se parodió al cuestionable ministro de seguridad Sergio Berni diciéndole que no eran ningunos tibios.
Es cierto que desde la UCR en JxC y varios diputados que suelen ser bastante tirabombas como Fernando Iglesias llamaron a la cordura pero fueron una minoría, quizás parte de la vieja táctica de, y perdón por la redundancia, policía bueno-policía malo.
De hecho, Juntos por el Cambio sacó un comunicado:
No se habla de peligro institucional ni cosa así. Sólo un apoyo a la policía y una crítica al gobierno (con algunas mentiras incluidas). No tuvieron el mismo criterio cuando condenaron en otro comunicado la desaparición forzada de Facundo Astudillo Castro en manos de la misma policía bonaerense que hoy halagan. O con la trágica y privada muerte del exsecretario de Cristina Fernández, que fue titulado “Un crimen de extrema gravedad institucional”.
Me encantaría saber qué hubiera dicho el comunicado si en septiembre de 2016, a 9 de meses de asumir, la policía bonaerense se le plantaba a María Eugenia Vidal y rodeaba la Quinta de Olivos con Mauricio Macri adentro. Seguramente Carrió apelaría a un plan golpista de Cristina, en complicidad con la policía de Scioli y el peronismo que no deja gobernar.
Cabe recordar que el reciente golpe de estado a Evo Morales en Bolivia se inició con un levantamiento policial, que el gobierno de Mauricio Macri no condenó en su momento.
No voy a caer en el mismo facilismo de decir que Cambiemos quiere derrocar al gobierno. Me consta personalmente que muchos votantes y seguidores de esta opción política no quieren eso. Tal vez va siendo hora de que no se queden en ese lugar cómodo del no se puede hacer nada pero me quedo apoyando. La minoría intensa y poderosa que todo derrocamiento necesita empezó a tomar fuerza. Ahora sólo le falta la mayoría miedosa o indiferente.
Ah, y por cierto, hay una pandemia allá afuera. Y está peor que nunca.