Hace unas semanas publiqué un artículo con el título Todo anticuarentena es un asesino, que me valió algún que otro comentario negativo, no todos con mala leche. En base a esto, decidí emitir una aclaración, que distinga a los rompecuarentena de los anticuarentena, que son bichos diferentes.
Rompecuarentena somos todos. Por necesidad económica o psicológica, por acompañar a un amigo o familiar en problemas, por hartazgo, costumbre o aburrimiento. Hasta el propio presidente reconoció romper la cuarentena al abrazar a Martín Guzmán después del acuerdo con los bonistas. No romper la cuarentena ni una sola vez después de tanto tiempo es casi imposible, más propio de un robot que de un ser humano. Es tan poco probable que la ciudadanía no rompa el aislamiento de vez en cuando que quizás sea hora de evaluar medidas de reducción de daño, como algunos especialistas plantean para el caso de las adicciones. Si vas a romper la cuarentena, hacelo con responsabilidad.
En otra vereda muy diferente están los anticuarentena. No sólo rompen el aislamiento sino que militan en su contra, difunden noticias no siempre veraces, organizan marchas, minimizan el momento histórico que estamos atravesando, fomentan la desobediencia civil, menosprecian la vida del otro. Por eso son asesinos. Porque promueven la muerte y la enfermedad, algunos amparados en su joven y resistente sistema inmunológico, otros por una búsqueda de aumentar sus ganancias o sumidos en la ignorancia de los falsos discursos de libertad e individualismo que promueven los grupos anteriores. Asesinos o cómplices, todos son culpables de los fallecidos y contagiados que generan.
Cada vez son menos, por suerte, en parte por el maremoto de flexibilizaciones, en parte por el aumento constante de casos de covid, que les quitan argumentos día a día.
El caso Viviana Canosa
Uno de los más violentos ejemplos de falta total de respeto por el otro lo protagonizó esta conductora, al tomar en su programa en vivo un trago de lo que ella misma presentó como dióxido de cloro, una falsa cura contra el coronavirus que supieron defender los grandes anticuarentena de este mundo: Donald Trump y Jair Bolsonaro. Asesorada legalmente, la Canosa sostuvo que el producto químico “oxigena la sangre, viene divino. Yo no recomiendo, muestro lo que hago”.
El dióxido de cloro ya estaba prohibido como medicamento por el ANMAT desde el 2017, años antes de la aparición del coronavirus. No es muy distinto a sugerir la ingesta de lavandina para desinfectar el organismo y no precisamente las tres gotitas por litro de agua que se usan para prevenir el cólera.
Viviana Canosa, con esta actitud ilegal, inmoral e irresponsable, sólo busca perseguir esos puntos de rating que Baby Etchecopar y Eduardo Feinmann han sabido conseguir con sus discursos extremistas, que dejan como tibios a Lanata y a todo el Grupo Clarín.
La conductora está esperando una reacción del gobierno de Alberto que la convierta en un mártir de los nuevos derechos adquiridos por el liberalismo mundial en nombre de la manoseada libertad de expresión: el derecho a mentir, a confundir, a enfermar y matar a los demás.
Bahía Blanca y sus contagios
La semana pasada especulamos con los efectos que había tenido o no la Falsa Fase 3. El estancamiento de casos hacía suponer que quizás había servido para algo, pero no ocurrió lo mismo esta semana, donde los casos tendrían que haber subido notablemente, correspondiéndose con los 14 días pasados desde el ascenso de fase. También se podía esperar un repunte debido a los festejos clandestinos por el Día del Amigo, como había pasado tras el fatídico fin de semana de la marcha anticuarentena y el Día del Padre.
Si uno fuera más tendencioso de lo que es podría decir que la ausencia de este boom de contagios se debió a que no hubo una manifestación ilegal de más de 50 personas reunidas en un mismo lugar pero, en honor a la verdad, el movimiento ciudadano por las celebraciones por la amistad no fue tan intenso como en el agasajo a la paternidad, donde se vio un desplazamiento automovilístico incluso mayor que durante los días laborales. Entonces surgen los otros candidatos que mencionamos la semana pasada (o una suma de ellos). La responsabilidad ciudadana, la obediencia y el miedo como estabilizadores de los contagios.
Sin embargo, hay algunos factores de alarma en este estancamiento de los casos. El índice de positividad de los testeos subió de un 20% a un 33% o, visto de otro modo, la semana pasada se hicieron 445 pruebas, contra las 259 de esta. El número de positivos fue casi idéntico (88 y 86, respectivamente) lo que sugiere que hay más infectados que los descubiertos.
Los datos publicados hoy y que remiten al jueves 6 de agosto fueron bajísimos, más dignos de un domingo que de un día hábil. Sólo se procesaron 22 testeos, que arrojaron 3 positivos. También hubo un leve aumento de las camas covid en los hospitales, que subieron de 31 a 38, sobre un total de 142, y de casos sospechosos, pasando a 119 luego de estar en 107.
Otros de los índices se mantuvieron casi estables o mejoraron levemente, gracias en parte al subtesteo: los días de duplicación subieron de 30 a 32, el promedio de casos diarios bajó de 13 a 12.
Finalmente, como buenas noticias se presenta una disminución importante de casos activos (40 menos) y la liberación de 7 respiradores, dato destacable porque ahí no hay subtesteo que oculte nada. La asistencia respiratoria se va a usar se diagnostiquen o no los enfermos.
Lo que parece estar claro es que seguimos viviendo esta versión levísima de la pandemia que no parece poner en riesgo nuestros hospitales, aunque, por supuesto, el coronavirus ha demostrado que en 2 semanas puede dar vuelta todo. El número que calculé y publiqué hace un tiempo es de 65 casos promedio por más de dos semanas para poner en riesgo el sistema sanitario bahiense. Por lo pronto, el lunes que viene, se cumplen 14 días de la apertura de bares, restaurantes y cervecerías. Veremos si los protocolos sirvieron para algo.