Deleuze dice que «ser» (la realidad, la vida) es devenir, es algo en constante cambio. Es caos, la imposibilidad de relación entre dos determinaciones. Así, no hay nada que pueda permanecer. El ser se evapora permanentemente y es ilimitado: no tiene principio ni final ni tampoco identidad. En ese puro movimiento, lo principal es la creación y la diferencia de un modelo preestablecido. Ese caos excluye la coherencia de la representación, pero poco a poco va creando seres identificables: cosas, sujetos. Un orden estable.
Para relacionarnos con las cosas hay tres categorías: la designación (la relación entre el lenguaje que estoy articulando y el objeto nombrado): luego la manifestación (entender que una cosa parte de un deseo o creencia); la significación (que implica que el objeto puede ser verdadero o falso).
En este libro, Deleuze examina la estructura interna de la realidad. Trata al sentido en sí como problema filosófico. Presenta, por un lado, la filosofía estoica para desarrollar su propia teoría y, a su vez, contrasta las ideas que presenta Lewis Carroll en Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo, tomando sus paradojas internas, que cuestionan la lógica del sentido. Cuestiona la relación entre las palabras y las cosas, considerando que el sentido se articula a través del lenguaje. Rescata la corporalidad de las palabras en su sonido, que construyen el mundo. Pero expone que el sentido, en realidad, no está en el plano físico sino en lo incorporal. Lo corporal y lo incorporal se articulan conformando el mundo. Entonces, Deleuze dice que el sentido no está en las cosas: es como si en verdad no existiera. Lo importante, nuevamente, es cómo se articula lo físico (el cuerpo de las cosas) con lo incorporal.
Así, el sentido se crea en la interacción entre el lenguaje y los cuerpos. A su vez, lo que le interesa a Deleuze en verdad son los acontecimientos: esto no es simplemente que una cosa pase sino que devenga de un estado a otro. Entonces, si pensamos que nuestra realidad está repleta de los cuerpos moviéndose y entrechocándose, acontecimiento y sentido es lo mismo. Le da mucha importancia a los verbos como aplicación de una categoría sobre los cuerpos que implica una categoría casi mística. Pero el sentido se da en las cosas, no en las ideas platónicas. Por eso es que Deleuze es superador de la filosofía de Platón y de sus precursores. Por su parte, con respecto al tiempo, presenta al infinito (absoluto, inamovible) y al cronológico (el del constante devenir): los verbos en infinitivo, entonces, como “jugar”, pertenecen al tiempo absoluto en el que todo, en verdad, ocurre al mismo tiempo, en cualquier sentido, evitando el presente y tirando del pasado y del presente al mismo tiempo.