The Bear: elogio a la ansiedad, y otros vicios.

The Bear no es una serie sobre gastronomía. O, reformulemos: la cocina opera acá como un espacio simbólico, intensamente cargado, donde se despliega una reflexión sobre la herencia, el trauma, el duelo y los conflictos afectivos en el mundo contemporáneo. Su protagonista, “Carmy” Berzatto, encarna la figura del sujeto hipercompetente y devastado: formado en la alta cocina neoyorquina, Carmy retorna a Chicago para heredar el caos estructural de un local familiar endeudado tras el suicidio de su hermano. En esta premisa mínima se condensa una tensión existencial: el intento de transformar el ruido en orden, el desborde en precisión, la herida en forma.
Como en Daredevil, donde el cuerpo del héroe se convierte en campo de batalla entre la ética cristiana y la violencia urbana, The Bear explora cómo la interioridad colapsa ante la imposibilidad de narrar el dolor. Pero si en Matt Murdock la ceguera literal abre camino a una percepción ampliada, en Carmy el trauma sensorial se traduce en una hiperconciencia paralizante: no hay más refugio que la exigencia extrema.
Trabajar hasta el colapso como única forma de expiación.
Slavoj Žižek podría decir que The Bear encarna la lógica del exceso del goce contemporáneo: no se cocina para vivir, se vive para cocinar. La cocina ya no es un medio, sino un fin en sí mismo, y Carmy no quiere servir comida, quiere purgarse. El resultado es un universo donde el tiempo se fragmenta en gritos, cortes, colapsos de sistemas, ollas que hierven al palo. La ansiedad no es un efecto de la trama: ¡es la trama!
Por su parte, Byung-Chul Han aportaría una lectura desde la sociedad del cansancio: en The Bear trabajan hasta desfondarse, sin ninguna exterioridad al sistema que lo explota. No hay antagonistas claros porque el enemigo está adentro: es la voz interior que exige más, que impone la excelencia como castigo o la reacción tóxica como recurso de defensa emocional previa a la palabra que escacea por la incomunicación.
Formalmente, The Bear rechaza el confort narrativo: planos cerrados, edición asfixiante, un ritmo avasallador, colores monocromáticos que acompañan y responden a las emociones presentes. En lugar de construir una evolución clásica de personajes, la serie ofrece intensidades episódicas que varían. El capítulo “Forks”, por ejemplo, es casi un manifiesto: un elogio de la disciplina, del silencio, del gesto mínimo que separa un mundo desbordado por la desmesura y presenta, entonces, una alternativa conceptual.
The Bear busca trabajar sobre algo y ese algo solo lo encuentra el espectador. Se instala en lo real como una disonancia. La cocina no es un lugar de expresión, sino una máquina afectiva donde el amor, la culpa y la exigencia se confunden. El plato perfecto no redime: apenas contiene, por un instante, la ansiedad, y después, ah, siempre un después.
@lucasnicolasqu
