Siempre me fue mal en matemática en el secundario. Tanto es así que de los seis años que dura, me llevé matemática a diciembre. Y en el último año, antes de empezar mi vida universitaria, me la llevé a marzo. Por supuesto necesitaba ayuda, por lo que terminé con un profesor particular. Dios quiso que ese profesor, de nombre Mario y a quien recuerdo con mucho cariño, resultó ser un ex referente del conurbano del extinto espacio político Izquierda Unida. Después de cada clase nos quedábamos por lo menos una o dos horas hablando de política. El combo de profesor de matemática y ávido lector político le hacía un personaje fascinante. Sobre la importancia de la matemática me dijo una frase que jamás olvidaré. Cierta ocasión, recordando la nefasta represión de la Noche de los Bastones Largos (cuando la dictadura de Onganía desalojó violentamente cinco facultades tomadas de la UBA), me preguntó si sabía dónde se había generado el movimiento de protesta estudiantil. Me señaló que la movida había surgido principalmente en las facultades de Ciencias Exactas y Naturales y la de Filosofía y Letras. “Porque si el las personas analizaran con lógica matemática el mundo, se darían cuenta que no tiene sentido y querrían cambiarlo”.
Cuánta razón tenía Mario. Nuestra sociedad actual carece de un análisis material y lógico de la realidad. Todas nuestras posturas ideológicas y políticas nacen de una impostada sobre ideologización y un reduccionismo impreciso de términos, conceptos y marco teórico. Así pasamos la última década, discutiendo entre la defensa de un supuesto “campo nacional y popular” contra un “cambiemos el populismo”; entre una vacía defensa de un supuesto “Estado presente” al fanatismo desregulador por la “libertad”; entre una anacrónica lucha contra el “comunismo” y otra homóloga contra el “fascismo”. Discusiones estériles, carente de sustento material, y ajenas totalmente al día a día del pueblo, extraño para las “batallas de tweets” o los debates académicos de las urbes ilustradas.
Liberalismo de derecha y de izquierda
Estériles, además, porque por fuera de sus imposturas progresistas o conservadoras, las dirigencias políticas abrevan de una misma fuente ideológica: el liberalismo, tanto en su versión de derecha como en la de izquierda. Si bien estas dos corrientes pueden diferir en temas sociales (aborto, inmigración, derechos de la comunidad LGBT), al final del día coinciden en materia económica. Si bien unos son unos declarados enemigos del “gasto público”, y los otros cantan a los cuatro vientos su amor por el déficit y su creencia en la omnipotencia estatal, ambas corrientes concuerdan en que el núcleo de la economía es el capital privado, es decir, su equilibrio y/o crecimiento.
Pese a que gran parte del espectro “progresista” se disfraza de peronismo, lo cierto es que Juan Domingo Perón propiciaba poner al Capital en servicio de las necesidades sociales, y no promulgaba la teoría keynesiana de fomento a la demanda para alimentar el consumo y así mover la economía. Repitiendo los dogmas de John Mayrland Keynes, los progresistas creen que si el Estado subsidia la demanda (inyectando dinero en las clases populares), ésta aumentará la oferta (en criollo: si más gente puede comprar más cosas, entonces los privados podrán vender más productos y servicios, y para producir más productos y servicios necesitarán tomar más mano de obra, que serán los mismos individuos demandantes a los que el Estado subsidió), y de esta forma se moverá la rueda económica. Los conservadores en cambio, creen que toda injerencia estatal en la economía es artificial, y por lo tanto genera distorsiones en el estado económico que, a la larga, será imposible sostener y provocará mayores crisis. Si algo tienen en común ambos, es que ninguno cuestiona el rol del capital en la economía. Ambas corrientes podrán diferir en cuestiones sociales y sobre qué tanto debería el Estado intervenir en el mercado, pero al final del día liberales de derecha y de izquierda hacen sus cuentas, y si los números cierran entonces no importa si se afecta la calidad de vida de la población o si se rifa la soberanía del país.
Es fácil ejemplificar el ajuste liberal conservador en la economía, pero no parece intuitivo asimilar el liberalismo económico en el progresismo. Así que daremos un ejemplo poco conocido, pero claro: a principios del 2024 venció la concesión del ramal ferroviario Rosario-Puerto Belgrano (en Punta Alta). Este ramal integra la red ferroviaria de la provincia de Buenos Aires, uniendo los puertos de Bahía Blanca y Coronel Rosales con el puerto de Rosario, en la provincia de Santa Fe. En 1991 el gobierno de Carlos Menem privatizó los trenes, entregando el Rosario-Puerto Belgrano a FerroExpreso Pampeano S.A., cuyas acciones controlantes pertenecen al grupo ítalo-argentino Techint (de Paolo Rocca), manteniendo el 62% de las mismas.
Este ramal permitiría descomprimir la circunvalación de Rosario, en donde la cosecha gruesa de la región no puede transitar, ya que su capacidad logística está saturada. Esto se debe al aumento de la producción agrícola de 109 millones de toneladas en 2010 a 160 millones de toneladas en el período 2023-2024. Esta producción hay que transportarla fuera de Rosario porque sus capacidades están al límite. Sin embargo, en vez de utilizar el ramal ferroviario, esa carga se transporta en camiones por la Ruta Nacional Nº 33, que une Rosario con Bahía Blanca.
Todos quienes hayan transitado esta ruta podrán dar cuenta de su deteriorado y peligroso estado, producto del incesante paso de camiones cargados de cereales con destino a los puertos de Bahía Blanca y Quequén (en Necochea), produciendo no solo incontables siniestros viales, sino una sangría de recursos provinciales destinados a su interminable reparación.
¿Y por qué no se usa el ferrocarril? Porque FerroExpreso Pampeano S.A (Rocca) nunca utilizó la jurisdicción sur, abandonándola y dejando que se deteriore por el paso del tiempo y el desuso, para concentrarse únicamente en las operaciones de transporte de sus bobinas de acero entre Puerto Rosario y Los Callejones. La infraestructura nacional destruida por multinacionales que sólo se preocupan por su lucro privado en desmedro de los argentinos. ¿Qué hizo el gobierno bonaerense de Axel Kicillof? En vez de recuperar este recurso estratégico y ponerlo al servicio de la provincia (y por extensión de la nación), le renovó la concesión a Rocca. Esto no solo perjudica el interés geopolítico y estratégico de la Argentina, también provoca pérdidas a los privados: Como el puerto de Rosario está saturado, los exportadores no pueden colocar su producción entera en los barcos allí, entonces transportan el remanente en camiones por la ruta 33 y los barcos bajan por mar hasta el puerto de Quequén para completar la carga de los mismos cereales (!!!) que no pudieron cargar en Rosario.
Esto eleva los costos logísticos de los exportadores, transportistas y marinos. Y dicho aumento de costos de exportación repercute en el mercado local, subiendo el precio para los hogares argentinos. ¿Y por qué el gobierno de Kicillof renovó la concesión? Lisa y llanamente porque “no cuentan con los recursos” para hacerse cargo del ramal, algo que podría solventar recuperando la concesión del puerto de Quequén y manejando los elevadores de granos. Aquí vemos un ejemplo del progresismo operando políticamente como liberales cuando se trata de la economía real: Si los números «no cierran», entonces que lo maneje un privado.
De esta forma la política argentina ha sido cooptada por el liberalismo, sólo habilitando debates civiles y presupuestarios, pero jamás abordando la matriz productiva, infraestructura e intereses estratégicos de la Nación. Libertarios abogan por un «avance de la libertad» (sic), y progresistas hablan de «derecha o derechos» (¿?). O peor aún, realizando posteos con un «Che Milei…» seguido de 16 párrafos de una batalla twittera que a nadie le importa. Debates estériles, de ideas vacías de contenido.
El problema de la repisa
En una editorial de junio del 2024, el streamer Tomás Rebord se refería a la actualidad del peronismo y con un lenguaje simple graficó un gravísimo problema del movimiento nacional: “Hace por lo menos 15 o 20 años que el peronismo no tiene un candidato que sepa poner una repisa. Eso es un problema. (…) Los problemas de la Argentina de hoy requieren a alguien que sepa dónde el ‘cuchuflito’ va en el ‘cuchuflo’”. Chiste aparte, hay una gran verdad encerrada en el humor: Argentina necesita propuestas que no se apoyen en dogmas o imposturas ideologizadas importadas de Europa y Estados Unidos, sino en un análisis concreto de nuestra realidad. Y que, sobre todo, resuelva de manera efectiva y palpable.
Argentina no es China, ni EE.UU., ni Francia, ni Noruega. Somos un país federal, de herencia hispánica, bicontinental (americano-antártico) y con presencia en todo el Atlántico Sur. Tenemos una pobreza estructural de un 30% desde hace 50 años (hoy está muy por encima de ello), carecemos un sistema de defensa nacional apto para defender nuestro territorio (cooptado en las latitudes sureñas por británicos y chinos, y norteamericanos en las provincias del norte) y nuestra infraestructura estratégica está o bien destruida o bien en manos de grandes capitales extranjeros.
Y así todo, nuestra clase política discute entre “hacer llorar a los zurdos” o “derrotar al fascismo”. Mientras tanto, los argentinos necesitamos que alguien ponga una repisa.
Estudiante de Ciencias Políticas, argentino e intento fallido de comunicador.