La mujer ceramista se ve acorralada por los convencionalismos machistas y objetivistas que la delimitan dentro de parámetros que ponen en duda su relevancia artística, perpetuando su funcionalidad a la creación de objetos utilitarios para todos aquellos que simplifican al arte cerámico de la mujer, su entendimiento no se aparta del entenderlo como una máquina de reproducción.

Pensar en actividades eróticas para la mujer que no sean con el objeto de ser poseídas, penetradas y fecundadas es casi un absurdo para cierta parte de la sociedad, mientras que el deleite tántrico (y natural) de la mujer creadora se hace presente en esta acción. Crear con arcilla se convierte en una metáfora perfecta de la intimidad del encuentro erótico, el placer femenino encarnado y embravecido en los dedos que se humedecen para ampliar, sintiendo espesores, profundizando y acariciando en un entendimiento del poderío de sentir goce sin necesidad de caer en la falacia del placer falocentrista.

El deseo, el placer y lo erótico es la conjunción de la naturaleza humana fusionada con la animalidad irracional. En este encuentro entre materias dispares, entre poseer y ser poseído, entre la carne y el barro se afianza el reconocimiento de la materia como composición propia y estimulante. Las manos nunca dejan de ser herramientas, los sentidos son mayormente percibidos en la humedad y en lo blando que invita a jugar con los dedos. La mujer ceramista en medio de sus abstracciones creativas percibe el placer, se transmuta y experimenta de la misma manera que el material y reivindica su sexualidad entendiéndose más allá de lo que se ha querido instruir.

Trabajar con el barro muchas veces viene sin instrucciones, darnos placer también es una cuestión instintiva ¿Cómo podríamos no relacionar ambas actividades como parte de un redescubrir de la sexualidad como musa del mundo femenino?

Las mujeres y las piezas de cerámica que creamos compartimos muchas cualidades: nos humedecemos, contraemos, agrietamos, expandimos, nos secamos y ardemos, es en este encuentro empático donde surge la reinterpretación del placer.