No es fácil esconder las falencias de un sistema capitalista que, ante la pandemia de la covid-19 no hizo más que agudizar sus condiciones de desigualdad social, en detrimento no solo de la humanidad sino del planeta mismo.

Diez países ricos han acaparado el 95% de las vacunas producidas en el mundo a la luz de todos y sin grandes objeciones. Los multimillonarios no han perdido un ápice de su riqueza, por el contrario duplicaron sus ganancias, y como si fuera poco, el papelón de GameStop no hizo más que ridiculizar el sistema bursátil y demostrar no solo, lo obsoleto del libre mercado, sino (aunque ya lo sabíamos) el desfasaje que se tiene de la realidad existente: mientras el mundo sufre las consecuencias del confinamiento, la enfermedad, el desempleo, los accionistas de la bolsa de valores de los Estados Unidos juegan, poniendo al desnudo las miserias del mercado.

Ante esto, los movimientos de izquierda, los gobiernos progresistas, no han podido concretar, ni siquiera convencer a la población de que son capaces de llevar adelante una propuesta económica que supere estos efectos del capitalismo, y mucho menos de crear una alternativa pospandemia. El presidente Nicolás Maduro, ha dicho en una entrevista realizada hace pocos días que en estas circunstancias de crisis global, los Pueblos buscan a sus líderes para encontrar certezas, para que los sepan guiar; la izquierda parece no decantar nuevos grandes liderazgos como el de Fidel Castro o Hugo Chávez, quienes con aciertos y errores, guiaron a sus Pueblos bajo una idea pero también bajo una planificación y organización de la vida.

A pesar de esto, se avizoran nuevos tiempos para el movimiento progresista en América Latina: los gobiernos de AF y AMLO, el triunfo del MAS en Bolivia, las prontas elecciones en Ecuador, dan un panorama del tablero que parece reacomodarse, luego de ese intento de la los sectores más retrógrados, oligárquicos y de la derecha de retornar nuestras patrias a un estado semicolonial y de violencia desmedida; sin embargo todavía no se delinean nuevas estrategias para recuperar las economías ni cómo salir del golpazo de la pandemia, si bien esto último va atado a la geopolíticas de las vacunas, tema que no quiero desarrollar aquí.

La prioridad hoy de la mayoría de las naciones latinas, y del mundo, es la vacunación para volver a cierto grado de “normalidad” y así poder “reactivar la economía” que tanto hemos escuchando en las campañas electorales de la región, pero resulta que esta reactivación no viene acompañada de un reacomodamiento del estado que disminuya la desigualdad social, sino que no son otra cosa más que paleativos, parches, que en el territorio tardan en dar soluciones a la sociedad y no inciden en lo más mínimo en el problema principal que tiene América Latina y el mundo: la enorme brecha entre los que más tienen y los que menos.

Esta situación, perceptible en las imposibilidad de volver a generar las condiciones que se dieron en los gobiernos populares de la primera oleada progresista en Latinoamérica, genera frustración entre los votantes que creyeron en que se podía regresar fácilmente a ese tiempo, donde “no se podía tirar manteca al techo” como se dice, pero en general los precios de los alimentos y tarifas eran accesibles, los salarios altos, y se podía palpar mejores condiciones de vida en general. El trasfondo aquí es que las propuestas políticas aseguraron poder hacerlo mediante algunas decisiones macroeconómicas que traerían de inmediato la puesta en marcha de la economía, es decir: creaciones de puesto de trabajo, consumo, etc.

La pandemia, resultado de este sistema capitalista depredador, no hizo posible (en la inmediatez) que estas propuestas se llevaran adelante como deberían, retrasando entonces los anhelos de la sociedad que creen (porque lo han visto, pero sobre todo sentido) que se puede vivir mejor. Así es que aunque se anunciaron refinanciamiento de deudas externas y bonos sociales por doquier, el FMI otra vez es un enclave colonial y los programas sociales no logran dar el salto hacia la generación de empleo como se pretende (al menos por ahora). Como dice García Linera, el estado no construye comunidad, es así que esta llamada “clase media” creada por el progresismo latinoamericano no es una comunidad, es una sociedad de consumidores (“fragmentos de comunidad”) y no de los responsables precisamente. Esto podría explicar como por ejemplo en Argentina ganó las elecciones presidenciales el empresario Mauricio Macri, de manera reñida es cierto, pero democráticamente, es decir, la mayoría de la sociedad creyó que se podía conservar lo “bueno” del progresismo, persiguiendo anhelos de pertenecer a ese tipo de sociedades meritócratas donde los que más tienen seguramente son mejores de los que no, y todo se reduce a una sumatoria de individualidades que sabemos, no existe en la realidad esa abstracción como tal, sino como individualismos, aun en los sectores progresistas. Así es como el estado se burocratiza, garantizando y ampliando derechos como nunca antes y mejorando notablemente las condiciones de vida de la población pero sin crear comunidad, por el contrario generando una sumatorias de individualismos, donde la sociedad queda relegada a una participación pasiva, de inacción, que espera y no construye más que para sí y no se reconoce agente de transformación sino como receptor de decisiones que no tiene posibilidades de criticar ni deshacer. Con esto no queremos desmerecer la actividad estatal, sino interpelarnos a pensar el aparato del estado, y sobre todo cuando este debe lidiar con las presiones del capital y el imperialismo.

Instarnos a reflexionar sobre nuestros errores y aciertos, sobre la realidad de los Pueblos se vuelve urgente cuando los dueños de todas las cosas siguen acrecentando sus cuentas, sin virus que los detenga, mientras los pobres del mundo probablemente no reciban vacunas para la covid-19 en mucho tiempo.

La discusión no está en renunciar a algún estilo de vida particular, porque el problema no es económico sino político; el problema del acaparamiento de vacunas no es un debate por dinero es un debate ético, las vacunas existen, sólo que los ricos pretender también hacer negocios con ellas, como lo hacen con todas las cosas en el capitalismo, no hay nada que no se pueda vender, nada que no tenga un valor, y por supuesto la vida humana jamás estuvo exenta. El aumento de ideas conspiranoicas es un manifiesto de cómo las sociedades pueden imaginar el colapso del capital pero no imaginan otras posibilidades al sistema; se puede imaginar el fin del mundo, pero no del capitalismo. Esta mutilación de la proyección de un futuro mejor, o al menos distinto, es parte de esa pasividad colectiva que nos lleva a aceptar y naturalizar absolutamente todo.

La interpelación ética nos exige una propuesta política que ataque la desigualdad económica, y que este planteo ya no se separe, porque no se puede esperar nada sino es de la política y de la creación de nuevos sentidos filosóficos que nos inviten a ver otros horizontes, nuevos significados, nuevas formas de vivir y sentirse en el mundo, pero además, nuevas maneras de comercializar, distribuir y producir que tengan como prioridad la justicia social y el respeto por el planeta, las comunidades locales y la generación de empleo de calidad.

La reminiscencia de que se puede vivir mejor sobrevuela América Latina y será difícil de olvidar; la dignidad en tanto cuestión ética, es sobre todo, política y como dijimos anteriormente, la desigualdad económica es, el problema político más grande del mundo. Es vital para los movimientos de izquierda, progresistas, que asuman la tarea de un nuevo modelo de desarrollo económico exitoso que sirva como una salida en la pospandemia, pero también cómo proyecto de un nuevo humanismo que reencuentre en diversidad, pero sobre todo en justicia, a los Pueblos.

Será el tiempo de sacar a relucir la capacidad de resiliencia de nuestras comunidades, de creación, de unión; nuestra historia de lucha, de superaciones, de sacrificios, aun en los más adversos escenarios, en las condiciones más desoladoras, como lo hemos hecho a lo largo de 500 años, y también en este pandemia, desplegando redes de solidaridad social nunca antes vistas, en otro “nuevo mundo” globalizado donde la información tarda lo que un click en una pantalla; tenemos a nuestro favor siglos de experiencia.

Ilustración ・@agusrecortada

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