La mezquindad en sus ojos no existe, pues aquella dulce luz que de ellos se desprende, embriaga mi alma dándole por hecho la nobleza de la suya.

Oh, maravillosa mujer, de tan armoniosa esencia y celestial sabiduría, no deje de sostener con encanto mí ser, pues sus cálidas y trabajadoras manos que con tanta fe y seguridad me sostienen, son mí regocijo final, aquello que siempre anhelo volver a encontrar.

En eterno sosiego nuestras almas se fusionan esperando volverse a encontrar para celebrar aquella maravillosa unidad.


Para la mujer de mi alma.