Rechazo el papel que me quieren dar en la calle. Aceptarlo sería acercarme más a la inevitable certeza de que voy a morir en mi casa aplastada por folletos y entradas y tickets y cartas y bolsas.

¿A alguien le importa la letra que tenía a los 7 años? ¿El concurso que gané a los 11? ¿Lo que escribía en mis diarios a los 15? ¿Las fotos que saqué con el Nokia a los 19?

Me angustio hasta el ahogamiento de pensar en la tarea de quien se ocupe de mis pertenencias una vez muerta. Ojalá pudiera evitarle revolver entre mi ropa, mis cajas, mis fotos.

¿Para qué hago lo que hago? ¿Para quién? ¿Tiene algún sentido luchar contra el olvido a fuerza de acumular recuerdos?

Todo es absolutamente innecesario. Luchar contra el desorden es, además, estúpido.