Dos mil veinte pasará a los anaqueles de la historia universal como un año difícil de olvidar.
Los habitantes del mundo lo recibieron con una noticia preocupante pero que parecía que ocurría allá, lejos, menospreciando la realidad actual: hoy, debido a los medios de comunicación y transporte el planeta se ha “achicado” y es como bien mencionara Marshall Mc Luhan (1989) una aldea global y – más allá de discusiones acerca de sus ventajas o desventajas- un mundo globalizado donde como nunca antes, cada espacio está íntimamente relacionado con otros y se produce un fluido intercambio financiero, tecnológico, cultural y de personas de un lugar a otro del planeta. Una movilidad como pocas veces anteriormente se había visto, posibilitada por la tecnología, los medios de comunicación y de transporte.
Zygmunt Bauman (2010) manifiesta que las distancias ya no importan, que cada vez resulta más difícil sostener la idea de límite geofísico en el mundo real. También afirma que la distancia no es objetiva, sino un producto social que varía en función de la velocidad empleada para superarla y el costo de la misma, perdiendo así importancia los indicadores de tiempo y espacio.
Y que de una u otra manera, todos vivimos en movimiento, un movimiento real o a través de la web.
Precisamente esta movilidad facilitó la circulación de un virus nuevo y desconocido, el cual rápidamente traspasó las fronteras de todos los países del mundo.
A principios de año, causando estupor y sorpresa, una imagen viralizada recorrió los medios de comunicación donde se ve a una persona que fallece en plena calle en Wuhan (mientras nadie presta atención al suceso ni asistencia al caído). Podría haber sido una escena del libro de ficción “La Peste” de Albert Camus con el cual se podrían tejer tantos paralelismos, pero no. Con el correr de los días dejó de ser un hecho impactante y ese algo que pasa lejos rápidamente se transformó en un acontecimiento real y concreto que cambiaría al mundo, las relaciones sociales, económicas y familiares, la política de los estados y pondría en alerta y crisis a los sistemas sanitarios al interior de los países. A la par, en una carrera contra reloj desafiaba y desafía a los grandes centros de investigación para encontrar medicamentos que curen a quienes se contagien y enfermen o bien como máxima aspiración, una vacuna que inmunice contra el virus, en principio a quienes están más expuestos a contraerlo y a aquellas personas consideradas de riesgo (por su edad, por enfermedades preexistentes, por la exposición relacionada con su trabajo, entre otros factores).
La población del mundo asumía azorada que estaba expuesta a una amenaza desconocida y desconcertante, un virus que hacía su aparición sin que aún hoy se tenga la plena certeza de cómo “saltó” de un animal al hombre y en poco tiempo se transformó en una pandemia – declarada por la OMS el once marzo del corriente-que está aquí y ahora, motorizada por un ente invisible al ojo humano que desde su no-lugar (Marc Augé, 1993) desafía a la ciencia, la política, las sociedades y a cada individuo en particular, que debe revisar cotidianamente su accionar y sus conductas.
Podría agregarse además, que la presencia de este virus puso a la humanidad frente a una binariedad o dicotomía, ya que encierra dos conceptos opuestos, pero imbricados:
El concepto de igualdad, pues afecta a todos los habitantes del planeta por igual sin distinción de edad, sexo, género, clase social.
Y el de desigualdad, donde sí entran en juego la edad (como factor de riesgo), o la clase social a la que pertenecen los individuos, que los colocan en condiciones más o menos favorables (poder adquisitivo, características de la vivienda y demás) para enfrentarse al virus, a la prevención y los cuidados para no contagiarse y a la subsistencia.
Esta dicotomía también puede ser señalada para los países del mundo, ya que todos han sido afectados (igualdad) pero no cuentan con los mismos recursos económicos ni políticos para combatir al virus (desigualdad).
Si bien no es la primera pandemia que sufre la humanidad, quizá sea la de mayor magnitud en cuanto a las consecuencias.
En otra de sus obras, Zigmundt Bauman (2004) caracteriza a la sociedad actual a partir de una descripción de las características de los líquidos y los sólidos, para explicar que los líquidos no conservan fácilmente su forma. A diferencia de los sólidos, los líquidos fluyen, se desplazan, no es fácil detenerlos, se filtran, disuelven. Y entonces aplica, metafóricamente el término a la sociedad actual, denominándola “modernidad líquida” ya que se han perdido todas las certezas de la modernidad (certezas que para él representan lo sólido). En esta modernidad líquida, los individuos abandonan las certezas de la modernidad (mandatos sociales como estudiar, trabajar, casarse, tener una vivienda) para hacer hincapié en la libertad, pero también abandonando en parte esa pertenencia a la sociedad replegándose hacia el individualismo, con poco interés hacia lo que sucede alrededor y con una tendencia muy marcada al consumismo como medio de satisfacción personal, consumismo también atravesado por cambios tan vertiginosos que transforman lo consumido en obsoleto en un tiempo muy breve.
La presencia del SARS-COV-2 o Coronavirus vino a agregar a esta percepción del mundo en la actualidad, más incertidumbre y cambios. De un día para el otro, el mundo se paralizó. En el espacio globalizado los aeropuertos se cerraron, y ya no circularon los aviones ni pudieron trasladarse personas de un lado a otro.
Dejaron de desarrollarse como lo venían haciendo, un sinfín de actividades relacionadas con el turismo, la gastronomía, el uso de gimnasios y otras actividades económicas y lo que es más impactante, ya nadie prácticamente nadie (excepto en unos pocos países con mandatarios negacionistas) pudo movilizarse libremente en la vía pública. Frente al desconocimiento, y hasta tanto se pueda concretar la producción de una vacuna con eficacia comprobada, los especialistas en el tema recomiendan y piden encarecidamente, como única manera de protección personal y comunitaria, el aislamiento y los cuidados personales. No circular, circular lo menos posible, la higiene personal sobre todo en manos, y el uso de barbijo y distanciamiento social, introduciendo así y de golpe, una serie de cambios en el comportamiento individual y social de las personas que dejaron de saludarse, de visitarse, de compartir salidas y esparcimiento y en el caso de Argentina, quizá el mayor impacto haya sido dejar de compartir el mate, una costumbre tan arraigada y generalizada incluso como símbolo de camaradería y hospitalidad.
En lo político, en los niveles que corresponden se debieron tomar apresuradamente decisiones para que esos cambios de hábito sean llevados a cabo por los individuos. Una de esas decisiones, fue el cierre de las fronteras internacionales por un lado, y las provinciales lo cual transformó al país en veinticuatro jurisdicciones con un Muro de Berlín en cada una de ellas, provocando el aislamiento personal y el distanciamiento de los miembros de las familias que no pudieron regresar a sus lugares de origen o pudieron hacerlo luego de trámites que les demandaron tiempo y esfuerzo.
En lo económico, se asiste a una caída en la actividad económica, en la generación de ingresos y empleo, que sumerge a la población en un estado de vulnerabilidad e indefensión a contemplar.
Esta realidad somete a la sociedad y a los gobiernos a reinventarse rápidamente poniendo énfasis más que nunca en los postulados de liquidez y cambio de Bauman. Toma así un lugar preponderante, la tecnología y los medios de comunicación, siendo la red de redes (internet) quien permitirá llevar adelante muchos de ellos.
Así, la virtualidad comenzó a formar parte de la vida cotidiana de todas las personas, sean detractores o adherentes de la misma. Y si hasta hace poco se prohibía el uso de los celulares en el aula por considerarlo un factor distractivo, hoy se lo reivindica como una herramienta fundamental para llevar a cabo los procesos de enseñanza y aprendizaje en todos los niveles del sistema educativo mediante la utilización de mensajería y plataformas.
Las sesiones en los poderes legislativos del estado (municipio, provincias, nación) se llevan adelante por medio de la virtualidad, las empresas (sean grandes o pequeñas) dieron impulso a las ventas on line. Se ha eliminado casi por completo la presencialidad en las reparticiones públicas y bancos, a las que solo se puede concurrir con turnos previos obtenidos por internet.
Virtualmente también se asiste a recitales, ferias de libro, cumpleaños familiares, talleres culturales de todo tipo, cursos de capacitación, y hasta hay abuelos que juegan y leen cuentos a sus nietos y nietas. Es la nueva manera de relacionarse con los otros, aprendida de emergencia por quienes no son considerados nativos digitales y desarrollada al máximo por quienes lo son.
La virtualidad se ha reforzado en estos tiempos, y eso perdurará más allá de la coyuntura actual. Esta nueva realidad vuelve a poner al desnudo, la dicotomía igualdad- desigualdad, marcada por el acceso a la conectividad, que además democratiza el conocimiento universal.
Como reflexión final, cabe señalar que esta pandemia deja al desnudo aspectos poco rescatables de la sociedad y la política, que siguen mostrando en una emergencia como esta sus mezquindades mediante quite de colaboración y de gestos solidarios, circulación de noticias falsas para réditos personales, aumentos desmedidos en precio de insumos necesarios (como ejemplo se puede mencionar el aumento desmedido del precio del litro del alcohol al inicio de la pandemia), la escasez de empatía al desoír actuar de acuerdo con lo aconsejado respecto a distanciamiento social, uso de barbijo, aislamiento en caso de ser indicado y demás circunstancias, pero también como contrapartida, el surgimiento de redes de ayuda sociales mediante teléfonos, paginas o perfiles en las redes sociales dispuestas y comprometidas a dar una mano a quien lo necesite.
Desde el inicio de la pandemia, existieron manifestaciones de que pasada esta circunstancia, como sociedad, seríamos mejores puesto que el tránsito por la misma, dejaría marcas y enseñanzas.
Y ese es el gran interrogante que queda planteado hacia el futuro: ¿Qué cambios se introducirán en el mundo pos pandemia en la relación entre todos los países , la forma de hacer política al interior de los mismos, las relaciones humanas, la economía, el acceso al conocimiento y al capital cultural?
Las respuestas a esta macro pregunta, deberían ser producto de una construcción social que repiense seriamente los conceptos de igualdad versus desigualdad en todos sus campos.