Una vez más vienen los recuerdos.
Hace tres años cuando terminábamos de almorzar con mis padres en un bar, divisé una estantería con algunos libros. Tomé uno de Oliverio Girondo y les dije a mis padres: – Veámos que tiene para decirnos Oliverio. Claro que no sabía que justo iba a abrirlo en el poema 21-
No pude leer más allá del segundo verso. Un nudo en la garganta me impedía avanzar. “Que los ruidos te perforen los dientes, como una lima de dentista, y la memoria se te llene de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas.”
Habían pasado solo dos días. Quedaba todavía mucho dolor que atravesar y mucho que enfrentar. Estaba convencida que podía hacerlo, también sabía que no sería nada fácil, como no había sido nada fácil vivir durante años con un violento.
Por lo general, me cuesta bastante hablar de ello. Pero a la vez siento que debo hacerlo, que hay que seguir hablando. La semana pasada, calculo que la mayoría ha podido verlo, el fiscal Terán maltrató en una nota a la periodista Luli Trujillo. En mi caso, tuve que buscar el video, porque no tengo televisión hace años, lo que sí hago es escuchar radio y parar la oreja cuando la cuestión me interesa y en este caso me atraviesa.
Luli Trujillo en un momento, alzando la voz, porque era la única manera, le dice al fiscal “Ojalá que nunca le haga esa pregunta a una mujer que fue víctima de violencia de género”. Me detengo en ese punto. Hace tres años, como dije, al salir de la situación de violencia, pasé además por varias cuestiones burocráticas, la que más recuerdo es estar en un Juzgado, esperando que firmaran la orden que me permitiría ir a retirar las cosas de mi casa. Apareció un tipo y me dijo que no sabía si iba a poder firmarla, era viernes, ya llevaba más de una semana de andar con lo puesto, en ese momento comencé a gritar, si el fiscal me hubiera visto en ese momento, seguro me decía que estaba como loca, la cuestión es que gracias a la intervención de una de las secretarias, que además me contuvo, pude tener el maldito papel que me permitiría entrar en mi casa, casa de la que por supuesto me tuve que ir. Todo lo cuento y lo escribo del modo que va saliendo, así a las escupidas.
Pasaron tres años, tres años en los que sigo rearmándome, tres años y no puedo decir que ya está, que ya pasó, porque siguen apareciendo fiscales como Terán opinando que no hay salida y justificando sus dichos de que la mujer debe portar un arma para terminar con la violencia machista.
Tengo la suerte de seguir viva, tengo la suerte de poder expresarme, agradezco que haya periodistas como Luli Trujillo, a quien repito, no conocía, que puedan plantarse frente a este tipo de personajes nefastos.
Todavía queda mucho por hacer, debemos seguir hablando. Muchas veces pensé que no había salida, que la única era estar muerta o que el otro lo estuviera, pero no podía ni puedo pensar en matar a alguien, lo que quería era salir del círculo de violencia, quería salir por medios no violentos, no fue posible, no había manera, la justicia, la sociedad, el mundo no estaba preparado aún. Digo aún porque sueño y espero que algún día lo este.
Aquí el poema de Oliverio completo:
Que los ruidos te perforen los dientes, como una lima de dentista, y la memoria se te llene de herrumbre, de olores descompuestos y de palabras rotas.
Que te crezca, en cada uno de los poros, una pata de araña; que sólo puedas alimentarte de barajas usadas y que el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato.
Que al salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas; que un fanatismo irresistible te obligue a prosternarte ante los tachos de basura y que todos los habitantes de la ciudad te confundan con un meadero.
Que cuando quieras decir: “Mi amor”, digas “Pescado frito”; que tus manos intenten estrangularte a cada rato, y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes a las salivaderas.
Que tu mujer te engañe hasta con los buzones; que al acostarse junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa.
Que tu familia se divierta en deformarte el esqueleto, para que los espejos, al mirarte, se suiciden de repugnancia; que tu único entretenimiento consista en instalarte en la sala de espera de los dentistas, disfrazado de cocodrilo, y que te enamores, tan locamente, de una caja de hierro, que no puedas dejar, ni un solo instante, de lamerle la cerradura.