Los años universitarios se asocian por excelencia al momento de descubrir lo desconocido, abrirse al mundo y otros bla bla bla que buscan explicar cómo esa etapa nos marcará a futuro. Pero ¿qué se hace cuando el futuro llega antes de lo pensado?
Es abril. La consigna es sencilla: escriban lo que quieran. ¿La trampa? Siempre lo que parece más fácil termina complicando.
Tengo un problema con la absoluta libertad creativa y es que suele dejarme parada en un lugar del que no sé para dónde salir corriendo. En tiempos de entrega al algoritmo es fundamental elegir qué contar y por qué. Una profesora me recomienda escribir sobre lo ya conocido. Yo, que siempre fui devota a intentar entender la vida a través del arte, no pretendía descubrir América ni abordar el mundo y sus alrededores, pero pretendía hacer algo cuya motivación tenga un ritmo cardíaco propio, que no fuera cualquier cosa para cumplir con el reloj que nos respira en la nuca.
Es mayo. La cabeza se inundó de ideas vagas y la hoja sigue en blanco. Con el mismo instinto impulsivo de un niño que ve un auto cubierto de polvo y elige decorarlo con un “lavame sucio” o de la misma forma en que los que siempre supieron que querían ser artistas practicaban su autógrafo, yo lleno las hojas vacías de garabatos abstractos que siempre repiten un mismo patrón. Escribo “hola” en las pizarras blancas o tipeo siempre la misma oración en un doc de Google: no sé.
En un abrir y cerrar de ojos, algún día se hicieron las 2 de la mañana y en pocas horas se entrega y se defiende un guión que puede llegar a representar lo aprendido en estos años. Todavía mastico el tire y afloje entre la pulsión del deseo y lo factible, pero por lo menos abordé temáticas como el paso del tiempo, el rol de la mujer, el amor, las amistades, la vulnerabilidad emocional. Todos esos bla bla bla en los que siempre me interesó construir una representación concreta de los sentimientos y las sensibilidades (porque no entiendo cómo es posible habitar esta realidad si no se la contempla a través de las artes).
Es agosto. En un abrir y cerrar de ojos, otro reloj volvió a marcar una madrugada y en pocas horas voy a quedar expuesta ante otros profesores y más compañeros, que van a decidir si lo que escribí es ideal para que todos nos metamos de lleno en el proyecto. Yo, que siempre fui algo ansiosa ante la mirada ajena (no por nada me refugio en palabras o en registrar a otros), tuve que pasar del singular al plural. Se ve que algo funcionó. El guión quedó elegido. Ahora mi mundo también es de ellos.
Es septiembre. Más de 14 visiones diferentes me desafían a reinterpretar palabras que se me ocurrieron en algún hueco perdido del tiempo mientras me entregaba al juego de mentir en intenciones de personajes de ficción y burlar egos ajenos. Como todo en la vida, el proceso se inundó de palabras que se tropiezan entre sí y de esos entretelones que existen en el intercambio de personas que no están en la misma página. Aca todos tenemos la misma formación pero cada uno está sujeto a sus formas de concepción del arte, atado a su percepción de la realidad. Que difícil construir sentidos colectivos pero que lindo hacerlo con el escudo del lenguaje audiovisual y las habilidades artísticas de más cerebros.
El rodaje fue la instancia definitiva. Para algunos fue mala palabra, para otros una motivación, para todos un desafío. Ahí se materializó algo propio de las construcciones colectivas -que nunca va a dejar de conmoverme- y es ese momento en el que se evidencia qué tan en sintonía estás con los otros. Lo que en nuestro folclore es ponerse la camiseta, identificar que formamos parte de un mismo equipo, nos dejó salir en búsqueda del mejor resultado posible. Yo, que nunca tendí a creer en lo místico, quedé expuesta cuando para entenderme con alguien más bastaba sólo una mirada, cuando dos personas pensaban una misma idea sin haberlo consultado entre sí, cuando la propuesta despertaba interés genuino de actores, amigos, familiares, conocidos ajenos a la construcción de estos meses.
En la vorágine de querer abarcar todos los frentes de batalla para reducir el margen de error, la preocupación constante era encontrar el equilibrio entre lo técnico y lo creativo. Al coordinar cada una de las áreas pude caminar por la cuerda floja de andar negociando con unos y con otros. Sortear la adrenalina del caos y usarla en beneficio propio fue uno de los grandes logros, pero le tengo una gran apuesta al futuro: creo que el recuerdo que más va a persistir en el paso del tiempo es el de haber podido trabajar con amigos que admiro.
Llámese destino, fortuna, suerte o casualidad (quien lea esto es libre de elegir según su creencia favorita), pero algo de todo eso hizo que pudiera compartir el viaje con gente talentosa dispuesta a manejar imprevistos, capitanear equipos que no les correspondían, conectar desde lo más sensible con los otros, con la creatividad afilada y la esencia que los acompaña día a día. Y todo por amor al arte, a construir desde el plural. Si la práctica quita el miedo y el proceso siempre enriquece cómo no voy a estar agradecida de haber podido encarar juntos semejante desafío.
Se está terminando octubre. En un pestañeo que resume 4 años de clases, lecturas, rodajes y desafíos, el reloj vuelve a marcar las 2 de la mañana y en pocas horas hay que definir una agenda para la postproducción. De fondo suena una cuenta regresiva que me recuerda que una vez que se terminen el foley y la corrección de color, esto se termina. El proyecto, el ciclo, la carrera, este año, este texto. Si en este año que llevó de insignia lo inesperado encontré que en la superficie están las cosas que me motivan a ser mi mejor versión, cómo no voy a querer seguir moviendo los pies en el agua para mantenerme a flote. Va a ser cuestión de un suspiro (o de otro pestañeo) para quedar entregados a la nostalgia.
El futuro llegó antes de lo que pensaba y no sé qué se hace con eso. Mientras tanto sé que quiero seguir escribiendo, seguir buscándole latidos a las ideas, seguir atravesando cualquier tipo de proceso creativo, seguir viviendo rodajes, seguir pasando del singular al plural, seguir trabajando con gente que admiro y seguir flotando por y para el arte y otros bla bla bla que ya iré descubriendo.