Quienes blasfeman contra la medusa
son cobardes que no aguantan su mirada
porque tienen bien claro que esos ojos
calan demasiado hondo
y no quieren que nadie sepa lo que hay adentro
porque saben lo que no hay adentro.
Quienes maldicen el nombre de la medusa
y la acusan de maldades y perfidias
son cobardes que así demuestran
que son indignos de sus labios.
Quienes reniegan de la medusa
son más ciegos que los ciegos, más necios
que los necios; son muertos en vida
que renunciaron a probar sus mieles
por temer demasiado sus venenos.
Pero quién no quisiera verse envuelto
por las serpientes de su hermosa cabellera,
sentirlas avanzar sobre su pecho
y que rasguen tu piel sus colmillos,
luchar con ellas toda una noche,
y solo rendirse al clarear el alba;
quién no quisiera sentirla transformarse
primero en una cobra, ágil y veloz,
luego una hidra de infinitas bocas
y por fin la anaconda, señora de la selva,
y que su abrazo disuelva toda la escoria
que la vida acumula encima tuyo
hasta volver visible el metal reluciente;
quién no quisiera
entregar por fin
la consciencia
y sentir
que encima
se abre
todo el esplendor de la vida.