Sin googlear, por favor sin googlear, intentá recordar el momento en el que te enteraste de que había caído la piedra movediza de Tandil. ¿Cuántos años tenías, dónde estabas, quién te contó?
Hace unos meses me puse a charlar en un recreo con una alumna sobre el guion que ella estaba escribiendo. La historia trataba sobre un pueblo en el que aparecía algo llamativo en la cima de una colina y todo el mundo se alborotaba y recorría grandes distancias para no perderse la novedad. En un momento le hablé sobre la piedra movediza de Tandil, esa mole de 300 toneladas que se mantenía en equilibrio al borde de un cerro. «Pero igual ya se cayó. Cuando yo era chica, a principios de los 90, se cayó»; le dije mientras buscaba en la computadora más información al respecto. Leímos varios datos interesantes, como que hay una teoría que dice que «Tandil» significa «piedra que late» o un par de leyendas de pueblos originarios que explican su aparición y su destrucción en tres grandes bloques. Cuando vi la fecha real de la caída me sorprendí. ¿Cómo podía ser que me hubiera equivocado TANTO?
El «TANTO», así, en mayúsculas, no es porque me caracterice por mi precisión para recordar fechas históricas sino porque el año que me indicaba Wikipedia no era compatible con mi recuerdo: un día, estoy segura, alguien en la escuela entró corriendo al grito de «¿Vieron que se cayó la piedra movediza de Tandil?». Incluso recuerdo el lamento posterior y comentarios del estilo de «Qué garrón, ahora esa ciudad se quedó sin su principal atractivo turístico». De algún lado tuvo que haber salido esa falsa memoria pero, ¿de dónde? Entonces empecé a preguntar.
La mamá de un amigo dijo que creía que la piedra se había caído en los 60. Mi amigo exclamó «uh, yo iba a decir en el 94, nada que ver». Mi hermano menor, que nació en el 99, tiró «2008», un ex que es unos años más grande que yo respondió «1987», una mujer de 59 años dijo «hace 54 años», el abuelo de una amiga respondió «en algún gobierno de Perón», y así fue que empecé a notar un patrón: sin importar nuestra edad, todos asociábamos la caída de la piedra a nuestra propia infancia. Vale aclarar que hubo personas que respondieron fechas más cercanas a la correcta, pero todas ellas habían viajado a Tandil recientemente o estudiado su historia, y confesaron haberse sorprendido cuando descubrieron la fecha real del suceso.
El «Efecto Mandela» es un falso recuerdo compartido; es lo que sucede cuando muchas personas, sin ponerse de acuerdo o siquiera conocerse, creen recordar algo que no es tan así. Por ejemplo, la idea de que el dibujito del juego Monopoly tiene un monóculo, que Pikachu tiene la punta de la cola negra o que Darth Vader dijo «Luke, I am your father». El nombre de este extraño fenómeno colectivo se debe a que la investigadora de lo paranormal Fiona Broome estaba convencida de que Nelson Mandela había muerto en la cárcel en los años 80, y se dio cuenta de que compartía este dato erróneo con mucha gente. El descubrimiento de este extraño fenómeno derivó en dos posibles hipótesis. La más falopa considera que esto es una prueba irrefutable de la existencia de planos paralelos. Es decir, millones de personas creen que el tipito del Monopoly tiene un monóculo porque en alguna dimensión esto es así. El Efecto Mandela podría ser entonces un pequeño error, un glitch del multiverso que permite crear portales con otras versiones de nosotros. La segunda tiene que ver con los modos en los que nuestro cerebro elabora los recuerdos, por lo cual se han hecho estudios psicológicos, neurológicos y sociológicos para intentar comprender este mecanismo.
La falsa vivencia del día en que cayó la piedra de Tandil es una especie de efecto Mandela, pero con una compleja capa de subjetividad agregada. No creemos que haya caído en un contexto histórico común sino que asociamos el acontecimiento a nuestra experiencia infantil. Cuando les revelaba a algunas de las personas consultadas que no habían sido contemporáneas a la caída, muchas me decían «no puede ser», y luego agregaban «ok, puede ser, pero te juro que tengo el recuerdo de que cuando era chico/a pasó ALGO con esa piedra». Entonces, primera hipótesis: guardamos como un recuerdo de la caída lo que en realidad es un recuerdo de otro acontecimiento. Pero por más que investigué no encontré grandes eventos asociados a la piedra. Lo único que sucedió en las últimas décadas fue que en mayo de 2007 colocaron una réplica de acero, resina y fibras sintéticas elaborada por expertos de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. La réplica comparte locación, tamaño, forma, textura y color con la piedra original. Pero no se mueve (Eppur non si muove). Al acto de colocación de la réplica acudieron el entonces presidente Néstor Kirchner y el gobernador bonaerense Felipe Solá; y el municipio dictaminó asueto administrativo y suspensión de clases. Esa fue la primera y última vez que la piedra fue noticia luego de su caída. De todos modos, al seguir investigando noté que los titulares de algunas noticias resultan un tanto engañosos. Por ejemplo, el medio digital Miradas del Centro publicó en 2018 una nota con motivo del estreno del documental «La piedra movediza» de Mariano Mucci. La tituló «¡Cayó la Piedra Movediza! (en la pantalla grande)». En febrero de 2008 el diario La Nación sacó una nota por el aniversario de la caída que directamente tituló «Se cayó la piedra movediza de Tandil». Así, sin siquiera una aclaración entre paréntesis. Es posible, entonces, que lectores que creen que leer únicamente titulares es suficiente para estar informados hayan compartido esta falsa noticia de La Nación (o, en otros años, de alguno de los tantos medios con preferencia por los titulares tendenciosos y/o falsos), y ese dato haya pasado de boca en boca hasta llegar a oídos de inocentes niños y niñas.
Mi segunda hipótesis es que nos contaron mal la historia, y que este hecho dio lugar a otro interesante fenómeno: el efecto Tinker Bell. En el mundo de Peter Pan, un hada muere en el momento exacto en el que un niño o niña deja de creer en la existencia de estos seres. El efecto Tinker Bell (también conocido como Efecto Campanita, por el nombre que la compañera del protagonista adquirió en traducciones hispanoamericanas) describe todo aquello que se vuelve real solo porque uno cree fuertemente en su existencia. En la escuela primaria, especialmente si uno/a creció en la provincia de Buenos Aires, se dedican algunas clases a conocer sitios turísticos e históricos de la zona. Una roca gigante que se mece casi imperceptiblemente a gran altura es la indiscutida favorita de las y los infantes, pero por algún motivo (tal vez porque nos contaron sobre ella en tiempo presente, tal vez porque deseábamos con muchas ganas que siguiera en pie), nuestra mente la volvió a colocar allí, haciendo equilibrio en el borde del cerro La movediza. Cuando no nos quedó otra que crecer y asumir que en realidad esa piedra mágica ya llevaba rato despedazada por el suelo, el dato no fue suficiente para borrar el paisaje mental que habíamos construido. Lo que hicimos fue empujarla ahí mismo, hacerla caer en el instante en el que se derrumbaba nuestra ilusión infantil.
Mi tercera y última hipótesis no tiene que ver con el momento en el que nos enteramos de la presencia de la piedra en nuestra provincia sino en cómo nos contaron su inesperada caída, rodando barranca abajo hasta la base del cerro. Si nos cuentan una anécdota decenas de veces, puede pasar que en determinado momento salgamos del rol de espectadores y nos introduzcamos en la historia. «Te juro que estuve ahí», afirmamos, e incluso podemos agregar detalles sobre situaciones que nunca vivimos. Muchos de nuestros recuerdos de infancia en realidad son recuerdos de las veces que nos contaron una misma historia. La caída de la piedra movediza de Tandil podría ser uno de ellos. El relato de su destrucción se metió en nuestro cerebro con tanta fuerza que estamos convencidísimos de haberla visto caer. Pero no, no es verdad. La piedra cayó el jueves 29 de febrero de 1912 entre las 5 y las 6 de la tarde. No hubo un solo testigo directo del hecho.