En la lejanía, siete lamparitas animaban las ramas del viejo árbol, suprema noche muy oscura. Los contornos de las figuras se perdían entre voces suaves y las respiraciones cálidas de los presentes noctámbulos.
Aquel árbol de ramas secas en su esplendor sobre el verde septiembre, desde el ocaso el vaivén de visitantes maravillados por las luciérnagas, quienes soberanas festejaban surcos azules, magnéticas, deslumbrando los rostros ocultos que se acomodaban dispersos en el suelo.
Apreciando sin desviar la vista, alimentaba un sin fin de motivos.
Era tanto el anhelo de contártelo a vos, de compartir con vos lo magnífico del árbol de las luciérnagas.
¡Lo mágico! Esa magia de los misterios.
Quedan mis deseos en el árbol, quedan mis palabras, quedan mis horas que juegan mudas mientras me dejan destellos de lucecitas con esos bichitos. Admirándolos.
Avanza la noche y sucede todo, todo lo que no estaba, aparecen aclarando los contornos que van definiendo con sus formas serenas, plácidas, conciliando la magia del árbol de las luciérnagas.
¿Qué fenómeno sucede imperceptible de transformar la noche en día?
A la derecha a unos metros dos siluetas en unión íntima muy sexual, esa visión sensorial despertaba en mí piel agitada, percibir el ardor junto a los sonidos tímidos que se olían salvajes ¡y yo! ¡siempre imaginándolo con vos! recorriendo esos instintos profundos.
Intento borrar los movimientos de tus manos en mí imagen, la brisa acercaba voces nítidas de estos seres de la noche.
—El martes viajo —una voz grave masculina —anunciaba inclinándose a la mujer que estaba en la silloneta.
—¿Te vas? ¿vas a verla? —le respondió con un dejo de resignación comprendiendo que ya no lo vería más.
—Vil… yo…
—Está bien —interrumpió ella —mejor sin palabras, esto ya lo sentía.
—Perdón, perdón —la abrazó y se alejó.
Quedé dentro de esa mujer que se le apagaba el amor sin ninguna reacción, ni grito, ni llanto y siguió allí sentada.
Espectadora casual de ella, le dirigí una sonrisa, de esas que hacemos cuando sabemos que está doliendo, sabemos que es la soledad la mejor compañera para indagarnos en las penas, pues disfrazarlas de artimañas y muchas compañías, al santiamén husmean nuestro interior de las memorias y dudas.
Salí a buscar alguna bebida en el comedor que se encontraba a unos metros, siluetas que veía de lejos, alteraban mi pulso siempre con un pedacito de fe que aparecieras, al acercarme ni en pequeñas facciones semejaban a vos, yo asumía tu fragancia, tus pasos, ¡asumía! pero no, era mi propio engaño.
—¿Por qué no viniste? —Mi mente no dejaba de pensarte.
Tu ausencia me dejaba quizás una respuesta negativa, caminaba flotando, me llevaba la inercia pies con pies, alrededor indiferentes sinsabores.
Cuando programamos el encuentro parecías muy entusiasmado. Ya no te hablaría más, me dolía pensar el fin, mi interior se desprendía derrumbado, el flujo de incógnitas abrumaba.
—¿Sería tu cobardía? ¡Parar, parar de pensar! tiempo dicen todos. ¡tiempo!
Una pareja de la mano pasa muy cerca
—¿Te sentís mejor? —Él dulcemente la acerca tomándola de la cintura.
—Sí, solo fue un mareo.
La cubre con una pequeña manta y siguen en un diálogo cariñosito de amor.
Emulando esas estatuas vivientes, sin poder moverme, me trajo de nuevo a vos, no podré con este ahogo ¿Cómo desdoblar un sentimiento? ¿cómo matar un sentimiento?
No se puede. Eso no pasa cuando se ama. Siempre está ahí latente. Es como encerrar un objeto de gran tamaño en un envase pequeño.
Comenzaba a reflejar una leve luz detrás de una plantación de girasoles me indagaba de vos.
Lo magnifico de las magias es lo que parece ser real. A mí todo me parecía a vos.
¿Qué carácter mágico o de fantasías les damos a lo bello o a los hechos hermosos? sin notar que nos rodeamos de ellos.
Volví a sentarme, entre el claro oscuro un murmullo al unísono, las luciérnagas vivaces en el árbol remontaban su vuelo luminoso.
Quedé observando el árbol de las luciérnagas, mostraba sus troncos secos, lo vi distinto, no como siempre. Reconocerlo, separarlo de vos.
—¡No, no era el árbol! eran mis ojos faltos de belleza la angustia o tristeza me consumían, no le diría nada, sin las luciérnagas, sin oscuridad, sin vos.
Cerré con fuerza los ojos con bronca, ira o que se yo.
—Me falta tu magia— oí mi voz aguda —Nada tiene magia sin vos.
—Te asigné el carácter de fantasía, de hermoso, de compañero —murmuré en voz muy alta, tendrían sentido quizás oírlas.
—¿Compañero? —miré al interrogador, noté ese dejo de celos. Que le importaría me dije, ¿quién es este? no lo conocía.
Busque de nuevo sus ojos… así las formas de actos mágicos jugaron entre el ferviente lazo de nuestros pies y la fuerza del fuego agitado.
—Soy un impostor —emitió entre jadeos y apuros.
Vi el árbol, era bello, comprendí en su mirada que amaba este hombre, denunció su ingenio lo que más maravillaba, reconocí al impostor, una identidad prestada, tan autentico por llegar a mí, el amor sucedió.
Desayuno del cuento encantado.
Merienda del cuento encantado.
Lucecitas del árbol llevan nuestros ojos en la piel amando el nido.
Esa magia de los misterios.
¡La magia eras vos!