La acidez en la tripa se hierve

al fuego de la bronca que crece.

Se fruncen el ceño y el culo,

la sangre presiona y derrama

al ritmo de la respiración cortada.

Los dientes chocan en un ritual

más antiguo que los bosques,

la multiplicidad del yo desaparece, 

que, en cenizas, cubren a la bestia

enfebrecida por la adrenalina.

El rastro de la presa es sensible,

su punto débil se figura, se marca

como guía en el mapa del cielo

para un andar de hombros a rastras

y rodillas altas en el espinal.

El aullido precederá al despertar

pero nada se verá de ella,

hay fuegos que arden en candela

pero no iluminan ningún camino

ni cocinan nuestra cruda realidad.