Yo no sé mañana si estaremos juntos, si se acaba el mundo. Yo no sé si soy para ti, si serás para mí, si lleguemos a amarnos o a odiarnos.

Influenciado por el eco de los memes (corriente y fábrica de lo real imaginado) y del consejero algorítmico Netflix (que refinó su conjugación y destilación), he imaginado «Elige tu propio Nisman», una trama interactiva, que guionaré tal vez y que ya de algún modo me justifica en las noches de insomnio. Faltan filtraciones, desmentidas, dibujos; hay facetas del teatro que no nos fueron reveladas aún; hoy, 18 de enero de 2020, la vislumbro así.

La intriga comienza en un país opulento y conmovido: Estados Unidos, Canadá, algún país europeo, algún estado de Oceanía… Ha comenzado, mejor dicho, pues aunque el personaje de quien juega es de mediados de siglo XXI, la historia referida por él ocurrió a principios de siglo. Digamos (por un tema de subsidios) Francia; digamos 2015.

El personaje se llama Álvaro; es primo sexto del fiscal, del heroico, del apuesto, del asesinado Alberto Nisman, cuyo sepulcro fue misteriosamente profanado, cuyo nombre referencia a ONG de transparencia y beneficencia, cuya estatua preside el viaje de millones de automovilistas por Ruta 7.

Nisman fue un denunciador, un atrevido y glorioso capitán de investigadores; a semejanza de Mariano Moreno que, desde el puerto de Buenos Aires, proclamó y no pudo concretar su tierra prometida, Nisman pereció en la víspera de la batalla victoriosa que había premeditado y soñado.

Se aproxima la fecha del primer aniversario de plata de su muerte; las circunstancias del crimen son enigmáticas; Álvaro, dedicado a vender una nueva historia sobre el héroe, descubre que el misterio rebasa lo puramente policial. Nisman fue asesinado en su baño; la policía argentina no dio jamás con el asesino; los historiadores declaran que ese fracaso no empaña su buen crédito, ya que tal vez lo hizo matar la misma policía.

Otras facetas del enigma inquietan a Álvaro. Son de carácter cíclico: parecen reversionar o combinar historias de otros tiempos y lugares. Así, en un hilo, el esbirro que entregó el arma asesina del héroe declara que se la dio a pedido suyo para protección; también Meursault del Extranjero solicita el arma a su esbirro para protegerlo y así provoca el asesinato que le cuesta la vida.

Clamence, de La Caída, pregona en un bar la superioridad del hedonismo como última arma contra la hipocresía de la sociedad ; en otro hilo, falsas y maliciosas cuentas, la víspera de la muerte de Nisman, publicaron en todo el país calumnias sobre su corrupción y desapego, hecho que pudo parecer un presagio, pues entre ellos dominaba el doble discurso.

Esas coincidencias forzadas (y otras armadas a través de edición, omisión y tergiversación) entre las historias de Albert Camus y la historia de un fiscal argentino inducen a Álvaro a suponer una forma críptica de la existencia, una cadencia de memes que se repiten.

Piensa en los cuantos culturales que ideó Dawkins; en las ontologías que propusieron Heidegger, Deleuze y Aksha Pada; en las transmigraciones del samsara, que regeneran desde el cielo hasta el infierno. Piensa en la reencarnación karmica, doctrina que da peso a las letras hindúes y que el ateo Camus hubiera encontrado horrorífica; piensa que antes de ser Alberto Nisman, Alberto Nisman fue Albert Camus.

De esos recorridos circulares lo salva, en un hilo, un curioso descubrimiento, una comprobación que luego lo abisma en otro laberinto más complejo: cierta defensa del terror y el absurdo grabada a lo lejos, tal vez del asesino, que se registró en lo de Alberto Nisman el día de su muerte, fueron prefiguradas por Camus, en la tragedia de Los Justos. Que la historia hubiera copiado a la literatura ya era un horror; que la historia le robe tan descaradamente es inconcebible…

Álvaro indaga que en 1999, Alberto Nisman había comprado en París las obras completas de Camus; entre ellos, Los Justos. También descubre en ese archivo una búsqueda de Nisman sobre como adquirir un arma de Suiza: varios viajes a lo largo de los años, preguntas y visitas que terminan en una al Festspiele de Schwyz: una representación teatral que requiere cientos de actores que encarnan los memes históricos de la ciudad en las montañas donde ocurrieron.

Un ex-espía necesitado de dinero para drogas oncológicas le revela que, pocos días antes del fin, Nisman, a través de un celular descartable, había enviado un mensaje de audio a su amante muy temprano por la madrugada. Este comportamiento no condice con los hábitos protocolares de Nisman. Álvaro investiga el asunto (probablemente una infiltración a una agencia de inteligencia con un hacker o algo del estilo) y logra encontrarlo para revelar el misterio.

Nisman fue ultimado en un baño, pero el teatro fue también la entera ciudad, y los actores dirigidos por él fueron legión, y el drama coronado por su muerte abarcó muchos días y muchas noches. He aquí lo acontecido:

El 7 de enero de 2015 Nisman conoció el terror del absurdo. La cercanía a los ataques terroristas en París le marcó la insignificancia de la vida humana; la vulnerabilidad que sintió lo llevó a una confirmación: él también se había desprotegido, a él y a la gente. Alberto Nisman se enfrentó al espejo y abrió juicio de sus actos. Ejecutó su prosecución y defensa para anunciarse con voz quebrada que era un traidor. Se demostró con pruebas irrefutables que, creyendo vivir para sí mismo y sus deseos, solo se había vuelto un ser inauténtico, preso de voluntades ajenas. Éste firmó su condena en el vidrio, pero se imploró que su castigo no perjudicara a la patria.

Entonces Nisman concibió un extraño proyecto. Argentina idolatraba la hipocresía, por lo que era necesario enfrentarla a sus propias palabras de moral e intenciones vacías. Se propuso un plan que hiciera de la ejecución del traidor un instrumento de emancipación. Sugirió que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en el pico de frecuencia memética de su denuncia, repudio y ostracismo, para así apresurar el colapso de la farsa social y todos sus actores. Nisman juró concretar este proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que daría significado a su vida y muerte.

Con poco tiempo para actuar, no supo inventar las circunstancias de la ejecución; tuvo que plagiar a otro escritor, al francés Albert Camus. Repitió escenas de varias de sus obras en la representación, que comprendió varios días. El condenado entró a Buenos Aires, denunció, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefigurado por Nisman. Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo.

Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada de Argentina. Nisman, arrebatado en ese destino que lo liberaba y que lo perdía, más de una vez improvisó con actos y palabras improvisadas ante el abandono y ataques de aliados pasados y presentes.

Así fue desplegándose el drama, hasta que el 18 de enero de 2015, en un baño del apartamento, un balazo anhelado entró en la cabeza del traidor y del héroe, que apenas pudo articular, entre efusiones de brusca sangre, su propia despedida.

En la obra de Nisman, los pasajes imitados de Camus son los menos dramáticos; Álvaro sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de los memes de Nisman…

Tras dudarlo, resuelve silenciar el descubrimiento y publica un libro dedicado a la gloria del héroe, que le da su momento de dinero y fama; también eso, tal vez, estaba previsto.