Está fácil la cosa para analizar al fascismo argento. Los lugares comunes al respecto serían por estos días, caer sobre los dichos de la electa diputada santafesina Amalia Granata; o dedicarle líneas a las conjeturas de Elisa Carrió; o renegar alrededor de los llamamientos de sangre de las señoras de Recoleta.
No vale la pena. Por lo tanto, a los puristas de las definiciones y los análisis, les decimos que pasen al siguiente artículo del sitio. Lean otras firmas. No encontrarán acá grandes revelaciones.
Vuelvo al asunto del fascismo. La denominada “grieta” nos arroja ejemplos a diestra y siniestra cada día en los medios, en las redes y en las calles. No es pretensión de éstas líneas historizarla. Sólo decir que más que grieta es zanja; y que la misma se abrió o cavó, en 1776 con la creación del Virreinato del río de la Plata. O sea, que ya tiene doscientos cuarenta y dos pirulos. No es novedad entonces; sino más bien – y siendo “elegantes”-, negación colectiva. Una variante reglamentaria del deporte nacional vernáculo: hacerse el pelotudo.
Sobre el fascismo tampoco haremos un decálogo detallado y minucioso. Excelsos escritores e historiadores lo han realizado en las últimas décadas, y por lo tanto invitamos amablemente a leerlos. Acá nos limitaremos a rescatar algunas consideraciones de Humberto Eco respecto del tema. No porque sea sujeto de nuestra admiración, sino porque nos queda a mano.
El italiano, mediante lo que denominó “UR-Fascismo” o “fascismo eterno”, nos tiró la responsabilidad por la cabeza de combatirlo, a partir de algo más de una docena de síntomas que lo identifican. Éstos no necesariamente son coherentes o simultáneos entre sí. De allí la dificultad para cercarlo; y – ¡digámoslo carajo! – de allí también que nos dé “pereza ciudadana” para destruirlo. Funciona igual que el consumo superfluo, el de la compra compulsiva de boludeces: en algún punto nos queda cómodo.
Parafraseando a Perón, con la excusa de Eco, los habemos de derecha e izquierda; más burros o esclarecidos; pero fascistas somos todos.
Acaso, ¿quién de ustedes a la hora de ganar una discusión o de corregir a un niño, no apeló a los sacro valores civilistas, occidentales, cristianos y nacionalistas? Gran favor le hemos hecho al culto de las tradiciones, las sociedades de castas, y los roles comunitarios para los machos y las hembras.
¿Quién de ustedes no se horrorizó ante la invitación a participar de la cacería de pokemones a través de un aplicación de los celulares? Lo moderno y su frecuente estupidez nos toca el culo todos los días y reaccionamos negativamente en consecuencia.
¿Cuántas veces se encontró usted interpelado por los planteos novedosos de las nuevas generaciones? Para muchos de nosotros, el primer encuentro con el lenguaje “inclusivo”, el hablar con “e”, nos escamó el cuero y nos sacó de las casillas. Una gragea nomas de nuestras resistencias a los cambios.
¿Cómo no burlarse socarronamente de quién piensa o siente diferente a nosotros, pero que expresa el disenso en forma educada y mediante formas innovadoras? Porque una cosa es ser transexual con guita, producción y buenas maneras – las “drag queens” por ejemplo -, y otra muy distinta es cruzarse a un transexual pobre y “mal” hablado. Tosco y grotesco en su vestuario y sus gestos. Lo mismo corre para los militantes marxistas: los letrados reproducen puntillosamente las definición de superestructura; los iletrados reducen generalmente la definición a «los de arriba que nos cagan siempre». Me quedo con éstos, soy uno de ellos. Los otros, frecuentemente, son psico-bolches con pre-paga.
¿Niégueme que a partir de los vaivenes económicos políticos de nuestro país, usted no se sintió subestimado, no valorado o no reconocido por sus “correctas conductas ciudadanas”? Pueblan esa jungla quiénes creen poseer un mejor derecho por tener las tasas municipales al día. También aquellos bolicheros y pequeños propietarios, cuyos espejos del baño reflejan la imagen de Soros, Rockefeller, Paolo Rocca y cualquier otro magnate. De allí su concurrencia, parafraseando al Flaco, en la cantata de globos amarillos.
A los tipos les pregunto: ¿cuántos de ustedes no tienen un cagazo infernal para acercarse a una mujer, luego del avance social del llamado “movimiento verde” y su pliego de reivindicaciones? No jodamos; ya no es tan fácil mandarlas a la mierda. Se nos cayó el falo: resulta que entre otras cosas, nos avivamos que existen las mujeres que están dispuestas a ir a la cama con nosotros, y las que no lo están. Lo triste, es que en lugar de aceptar nuestro onanismo mental, en el fondo, las seguimos subestimando.
Hablando de catreras; es de muy copado no ser discriminador, amar a los animales, reciclar y alimentarse sanamente. Pero, ¿cuántas y cuántos progres chetos conocen ustedes, que estén dispuestos a pasearse por la calle con sus amantes pobres? Porque si el o la amante de turno es de origen venezolano, africano, albanés o sirio, da “cool”. No pasa lo mismo si provienen de Bolivia, Perú, Chile o Paraguay. Priman entonces, la segregación y la xenobobia.
Bien… Nos sobran las preguntas de ese estilo. Seguiremos en sucesivas entregas analizando el fenómeno. No tan superfluamente por cierto; además se tornó aburrido escribirlo. Hay que ir al hueso con esta cosa porque nos involucra a todos (pude haber puesto “todes”, pero no se me canta. No se ría ni horrorice; expreso mi cuota de fascismo).
Acéptelo, a usted también le pasa. Si quiere terminar con ello, saque el enano fascista del bolsillo, paseé públicamente con el amigo y preséntelo en sociedad. ¿Le daría calor, no?
Jódase; usted se lo pierde. Al fin y al cabo el fascismo lo reconforta. No sea hipócrita: fascistas somos todos; lo que falta son garantías.
Salieri del Perro (o la música que escuché mientras escribía)…