No te soñé, no la vi venir.
No sentí nada, la verdad.
Nada que me advirtiera
que esto estaba por pasar.
Ni tu piel blanco/ceniza,
ni tus ojos sin brillar.
Ni tu voz gastada y tenue
o el que te cansaras al hablar.
Cuatro años de dolor,
de broncas,
de aguantar.
Mucho tiempo para esto.
Para nada, en realidad.
Hoy vi a todos, todos juntos
sin discutir, sin pelear.
Como en esos XV de antes,
Año Nuevo o Navidad,
donde todo era comer,
reírse y escabiar.
Pero hoy estaban llorando,
yo lloraba un poco más.
Y a vos te ví tranquilo, sin dolor,
sin hacer fuerza al respirar.
Era como de mentira,
te ví tan en paz.
Fui a buscar a mi hermano al cole,
no podían sus papás.
Y tuve que mentirle,
no decirle la verdad.
Algún día voy a hacerlo,
ahora me queda lamentar.
Mañana tengo que ir temprano para decirte adiós,
para no verte nunca más.
Voy a ir aunque me duela,
aunque odie a quien te lleva
lejos de todo lo que eras.
Voy a ir, voy a estar.
Sé que no vas a leer esto
porque existís en mi recuerdo
y en el de cada quien
con quien te llegaste a cruzar.
Pero lo escribo para soltarlo
porque aprieta,
porque ahoga y duele
no decir nada y solo llorar.
Me quedaré con los recuerdos,
con esa nieve espontánea
que vimos bajar
conversando en el auto,
mientras me decías tu verdad.
Que buen viaje que fue ese.
Gracias por eso,
no me lo voy a olvidar.
Lo disfrutamos como el último,
porque otro no se iba a dar.
Fuiste más sin hacerme sentir menos.
Fuiste tanto que eso no se va a borrar.
Espero que tu viaje siga,
no quiero que dejes de viajar.
Yo sigo el mío, voy tranqui.
Todavía estoy aprendiendo a manejar.