I. No sabemos si los peces saben que están dentro, ahí en el agua. No sabemos ni siquiera si lo saben por contraste cuando salen, cuando alguno de esos seres espantosos que debemos ser nosotres a los ojos de los peces, los obliga a estar afuera, boqueando, retorciéndose. Afuera.
Olvidamos casi siempre que ese afuera de los peces es adentro para todo lo que existe de este lado de las aguas. Que igual que peces agonizaríamos boqueando y retorciéndonos, si fuéramos tramposamente arrancades del fluido en que vivimos.
Costumbre y estabilidad. Hace falta una arruguita en la media para que la media deje de estar en perfecta continuidad con la piel. Hace falta un silencio repentino para que la heladera se haga presente como estando hasta recién haciendo ruido. Hace falta que el fluido que entra y sale del umbral de nuestro cuerpo se haga fuente de peligro, para que entre en la conciencia la inmersión.
II. Es un desperdicio, soñar en occidente. No es saber, no es profecía, ni una vida otra, ni excursiones prematuras al destino tras la muerte. Como mucho el balbuceo privado de lo inconfesable de cada quien. Un desperdicio. Especialmente, en estos meses de soñar hipertrofiado.
Es famoso que en los sueños no hay espacio, de manera que soñando estar afuera, estar adentro, irrelevante. El mismo estar se torna de una consistencia que difícilmente pueda ser pensada con los esquemas habituales, tan espaciotemporales ellos.
Y sin embargo, con toda su elegante inconsistencia, pocas cosas como el sueño para mostrar qué cosa es tener una experiencia, en el sentido íntimo de la palabra experiencia, que es el de estar más allá del perímetro.
III. Experiencia, sentido, método, desorientarse, seguir el hilo, perder el hilo, perderse, y varias otras expresiones verbales de nuestra situación en y respecto de la existencia trazan la imagen de un animal caminante, vagabundo, peregrino. Un animal en circulación que va captando los relieves, puntos salientes, intensos de la experiencia. Puntos, justamente, relevantes.
Así que va como trazando un mapa. Como cartografiando. Por acá ya pasé. Por acá no pasar más. Acá volver. Acá quedarse. Esto cuenta. Olvidar esto. Contar esto.
Como marcar un árbol o partir la piedra para dejar una señal de paso.
Y también como una piedra que nos parte: el entorno también está de viaje, y nos deja sus señales. Por eso las cosas nos pasan.
IV. Después de varios meses de zozobra, parando en hoteles y casas amigas y no tanto, me mudé a un departamento pocos días antes del aislamiento. Así que es un lugar nuevo, y un lugar de alivio. Entre eso y el encierro, estar acá tiene todo el tiempo la intensidad del silencio del callar de golpe la heladera. Cada objeto es relevante. Cada ruidito. Cada gesto de las personas con las que convivo. Cada matiz de blanco en las paredes. Cada modulación del ánimo. Cada fantasma.
V. Cada persona tramada en mi vida ahora es más bien un fantasma. Su presencia sensible se detuvo de golpe, igual que la heladera, y dejó su fantasma, una intensidad operativa que me dibuja con su presencia sin dimensiones una silueta interna, anímica, así como los abrazos de la dimensión sensible de algunos de esos fantasmas solían trazar esa zona de la realidad que se dice mi cuerpo, creando la ilusión momentánea de tener unos límites precisos.
VI. Un perímetro determina lo indeterminado (o más bien: un perímetro produce la dualidad entre lo determinado y lo indeterminado). Un perímetro interrumpe lo continuo y crea forma. Una palmada y otra se oponen a la marea voraz del tiempo, trayéndolo al nivel de nuestros umbrales de percepción. Una palabra y otra se oponen al silencio minucioso y lo señalan. Un pensamiento y otro se oponen al fluir como nubes del plano imaginario, el cuerpo mental, creando un punto de conciencia que se fija, se establece como punto de mira y mensura de lo que sigue su camino en la corriente imaginaria. Un afecto y otro se oponen al puro sacudirse de la vida emotiva y vehiculizan tonos, atmósferas temperaturas de la expresión y la percepción.
Son los entornos los que esculpen las cosas.
VII. Una palabra para decir con detalle esos gestos creadores de ponerse en contra. La palabra encuentro.
Son los encuentros los que esculpen las cosas.
VIII. Con espectros, con objetos, con los cuerpos, con los ánimos, encuentros.
IX. A mi madre le pasaban broncoespasmos. Boqueaba, pero inmersa. Como si la hubieran jalado fuera del flujo, pero no hacia afuera, sino adentro, más adentro, un afuera adentro, irse para dentro, meterse para dentro, cerrarse y que el afuera no haya más.
En su forma actual, que es fantasmal, ya no sufre broncoespasmos, ya no tiene que luchar por ahuecarse, hacer espacio, hacer el hueco donde el mundo pueda continuar gestándose. Ya no tiene que luchar por la inspiración, y anda entorno aun y sobre todo en mi soñar, dando forma a una memoria que no se parece nada a recordar.
X. También lo que no ha sido se hace espectro. Lo que íbamos a hacer y quedó trunco, y lo que no ha llegado a ser pero ya viene, incógnito.
Todo fantasma reclama la invención de una forma de justicia.
XI. En torno están también las cosas que también están inmersas y también traen fantasmas, la pantalla, el escritorio, los papeles, los vestidos, las cenizas, los juguetes, las goteras, los enchufes, las canciones, los olores, las tostadas, las pelusas, los virus.
XII. La inmersión, y esta manera de decirla implicando una continuidad entre todo lo que hay, una comunicación fluida pero plegada por encuentros que dan forma, está en la base de maneras de cartografiar más bien tachadas, que podríamos nombrar prudentemente como estado de presencia, pero que ya tenía un nombre antes aun del exorcismo criminal de nuestra era: la Magia.
XIII. Pero la misma tachadura que hace del sueño desperdicio, nos desmienten la existencia de fantasmas. Y nos hacen olvidar de la inmersión, haciéndonos creer, o sea, haciéndonos vivir en un mundo en el que el tiempo marcha siempre hacia delante y el pasado queda siempre en el pasado, y las cosas se sustentan y terminan en sí mismas, los entornos son los mudos escenarios de animales que dominan, los pensares brotan en un alguien que es una isla, los objetos están muertos y no dicen ni reclaman más que el uso, inspiración y ahogo son asuntos personales, y un pez fuera del agua continúa siendo un pez.