Cuando la luz desapareció

Ya han pasado diez días desde que la luz desapareció.

Una mañana el sol no brilló más. Las linternas no prenden, las pantallas se apagaron sin permiso y el fuego escapó entre él pánico.

Ya no vemos nuestras caras, no veo mí rostro hace tiempo. Vivimos en total oscuridad desde hace diez días.

Negro, es lo único que veo, que vemos. Ya no sé si tengo los ojos cerrados o abiertos.

Escuchó voces de otros, pero no los reconozco. Los demás escuchan mis gritos pero no logran alcanzarme.

Desde hace dos días estoy pérdida en mí propia casa. Tocó todo a mí alrededor pero nada me es familiar. No encuentro mí cama o la cocina.

Esta mañana sentí un dolor punzante que nacía de mí rodilla. No sabía con qué me había lastimado o que tan grave era la herida pero sabía que estaba lastimada. Sentía el calor de la sangre, que recuerdo era roja… ¿O celeste?, bajando por mí pierna.

Tomé lo primero que alcanzó mí mano para tapar la herida. Era una cosa áspera y dura, apenas la podía doblar sobre la curva de mí rodilla.

No sé si seguirá sangrando.

No sé qué hora es, pero tengo sueño. Estoy parada quien sabe dónde, pero mis pies descalzos perciben una superficie plana y arenosa, caliente.

Me recosté sobre el suelo y cada prominencia de mí espalda fue abrazada y amoldada a la tierra de aquel lugar desconocido para mi vista.

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