Quiero una cocina roja bien roja con azulejos turquesas, como la del personaje de Antonio Banderas en la última de Almodóvar. Un baño de venecitas naranjas o rosas, cortinas floreadas en el dormitorio también. Quiero un papel tapiz haciendo juego. Que mi camisa hawaiana preferida combine también con el acolchado. Quiero llenar de libros el departamento y que nadie los pueda alcanzar. Quiero guardarlos en una biblioteca de puertas macizas, laqueadas con algún color bien estridente que contraste con la pintura de la pared. Quiero que esa biblioteca sea bien alta, hasta el techo. Quiero tener que subirme a una silla con los pies descalzos cosa de no arruinar el tapizado cada vez que precise llegar al estante de más arriba. Quiero que esos libros sean del Marqués de Sade, guardar entre ellos los paquetes de forros que todavía no han vencido y que no voy a usar porque no cojo. Quiero leerlos recostada en un sofá bien suavecito, hundirme en sus almohadones azul marino. Quiero quedarme dormida con una novela en la mano y un gato a los pies, o un gran macetón de lenguas de suegra. Quiero ir de la cama al living y del living a la cama paseándome en batas de raso y camisolines de satén. Quiero una valija de charol que contenga un tocadiscos, la quiero abierta sobre la cómoda, al lado de la lámpara de pie amarillo patito. Quiero dejar sonando a Gigliola Cinquetti mientras me doy una ducha, salir del baño bailando, tirar la toalla mojada sobre el sommier. Quiero mirarme al espejo mientras me seco el pelo de las axilas, pintarme los labios de rojo antes de vestirme a sabiendas de que voy a manchar el cuello de la remera