Los tres días de duelo nacional se traducen en llanto y cánticos. Una síntesis del velorio más importante de la historia moderna.
Entramos y la cara de Dalma me desmoronó, porque era una hermana sintiendo la pérdida. Porque era mi infancia con mi vieja que me traía la merienda para ver su cara gigante en el gol a Grecia en el 94. Porque era este año que lo vimos cerca en la cancha y las conferencias. El Diego no tenía título universitario en oratoria… pero qué nivel, papá. Una noche mientras hablaba sintió el ruido de un motor y supo que era el auto de Broun, el arquero del lobo. “Fatura, apágalo que estoy hablando”, le dijo entre risas. Otra vez se quedó hablando con Hebe de política en vestuarios cuando el partido estaba por empezar. Ese era Diego, su esencia era lo que se vio en sus años de vida televisada.
En Plaza de Mayo el millón se abrió y respetó el presente: el pueblo tripero abrió paso en la plaza con más historia en tres siglos. La Plaza ayer ató el 79, el 86 y el 90 con el presente gracias al bocón, hijodeputa, ignorante de Maradona, como señaló alguna vez.
Mientras los contreras mandaban fotos morbosas el clima era de solidaridad, tristeza y cánticos: no había desconocidos pese a que las fuerzas llegaron a tirar balas de goma, algo repudiable. Una mujer de 60 años llegó a entrar de milagro con un millón de personas atrás, arrodillada y con los lentes colgando con el sol que pegaba en la transpiración.
Una treintena de zapatillas desfilaban solas al pasar el vallado que esperaba con mangueras y botellas de agua, mientras el sol aturdía la tarde y hacía más brilloso el patio de la Rosada, con un centenar de trajeados que custodiaban el rito popular más importante de la historia reciente. El cajón, las banderas del lobo, de Boca, de Ñuls, de Argentina, del mundo. Cristina angustiada, Nápoli presente, Benjamín mirando la historia y el futuro. El llanto: dos mujeres de cuchillas no pueden creerlo y coordinadas caen al suelo, un tipo prende la vela y gritaba poesía de las entrañas: con Alfonsín al plato de comida lo llenó el segundo gol a los ingleses.
“Gracias, Lobo”, le dijeron al plantel de Gimnasia con aplausos cerrados cuando llegaron a la Rosada, mientras se vendían póster de su emoción en el bosque, del sol que lo iluminó en San Petesburgo, de la copa del 86 con la mirada careta de la FIFA. Y ahí estaba Goyco, desconsolado.
Maradona se convirtió en verbo y como dijo Borges morirá cuando lo deje de nombrar el último que lo recuerda. Diego es el ascenso social, el machismo, la capacidad de hacer feliz a un pueblo que no dejó de desmoronarse ante cada minuto. Diego es un bostero abrazado con una gallina y el recuerdo de tu juventud. Diego es la gambeta, el que se posicionó ante los poderes cuando tenía todo, el que cantaba la marcha peronista y el que genera la indignación burguesa que recuerda Fontanarrosa.
Al atardecer salió por atrás con un vallado humano, y como si nos guiñara un ojo, nos dio fuerzas para seguir adelante. En Plaza de Mayo, en París, en Barcelona, en el Azteca y en La Habana. Ahora con Favaloro hablando del lobo, fumando un habano con Fidel y reprochándole a Néstor entre risas, que Racing le ganó el primer partido cuando debutó en el bosque. Hoy fue el velorio más grande de la historia moderna. Hoy se parte la vida.
Santiago Giorello