Si las comparaciones fueran tan odiosas como dicen, no nos gustarían tanto. Por eso me dedico y me dedicaré a comparar sin culpa, aunque también hay que considerar que las comparaciones son como los canguros: no siempre funcionan. En todo caso puede ser odioso convertirse en el objeto de una comparación, pero al fin y al cabo todos somos objetos en el capitalismo. 

No soy un hombre de teatro, con lo que quiero decir que no acostumbro ir al teatro, aunque si me presionaran no sabría explicar por qué. La cosa es que en las últimas semanas fui a ver tres obras, y dos de ellas eran unipersonales. Al no ser un hombre de teatro se me perdonará quizás que me haya sorprendido el hecho de que en ambos casos se tratara de obras con muchos personajes, sólo que todos ellos eran interpretados por el mismo actor; esperaba, en mi desconocimiento, que un unipersonal constituyera algún tipo de monólogo, quizás algún diálogo del protagonista con personajes invisibles por estar fuera del escenario. 

El primer unipersonal que fui (bueno, fuimos) a ver es una adaptación de la Apología de Sócrates escrita por Cristian Palacios e interpretada por Juan Manuel Caputo. Caputo hace de Sócrates, pero también hace de sus acusadores, de sus amigos y defensores y del juez que lleva adelante el proceso; se traslada por el escenario prácticamente vacío, corre, grita, declama, se sienta, se para, y cambia de voz y de aspecto en una fracción de segundo para pasar de un personaje a otro. Una maravilla. 

Y aquí las circunstancias me llevan a la comparación. Porque apenas unas semanas después, y una semana antes de escribir esto, y después de un par de intentos infructuosos, fui (fuimos) a ver Habitación Macbeth, otro unipersonal, otra adaptación de un clásico bien conocido, pero esta vez a cargo (en todo sentido: actor, autor, director) de Pompeyo Audivert. Nuevamente el hombre solitario moviéndose por el escenario, dando voz a una miríada de caracteres, saltando instantáneamente de postura en postura, de voz en voz, de mirada en mirada. La cuestión es que Pompeyo Audivert le pasa el trapo a Caputo. No hay otra manera de decirlo. Y es que Caputo es muy bueno, pero Pompeyo es Pompeyo. Y para disipar la odiosidad del cotejo déjenme decir esto: quería escribir un texto sobre Habitación Macbeth, pero también quería rendir homenaje a este otro joven actor. Aunque la comparación le sea desfavorable, no quería dejar pasar la oportunidad de contarles que Caputo es un actor del carajo, y recomendarles que vayan a ver cualquier obra que protagonice. Entonces compararlo es una excusa para traerlo, para dejarlo acá. 

Vamos a Habitación Macbeth. La verdad es que fui al teatro esperando una cosa muy diferente de la que me encontré. Por los textos promocionales y las reseñas que había leído, me había quedado la impresión de que se trataba de una obra más bien posmo, una mirada autorreferencial y deconstructiva que tomara la tragedia de Shakespeare para examinarla desde fuera, como por un microscopio o quizás un calidoscopio. Bueno, no, no es eso. Habitación Macbeth es una adaptación bastante directa de la obra shakespeareana que descansa absolutamente en la extraordinaria capacidad actoral de Audivert pero también en los elementos más básicos del artificio teatral: el mobiliario, las cuerdas, la luz y la sombra. 

Audivert es Macbeth, es Banquo, es cada una de las brujas que le anuncian su fortuna en blanco sobre negro y también su caída en confusos tonos de gris. Audivert es, además, Lady Macbeth. Es, sobre todo, Lady Macbeth. Un personaje al que interpreta en toda su carnalidad, su ambición, su afán casi animal de clavarse como una flecha en el ombligo del destino. En todos los casos es más que impecable. A través de una escenografía despojada, en la cual él mismo se encarga de llevar y traer una silla, un atril, una mesita, un espejo, que servirán de distintas maneras para acentuar la caracterización de uno u otro personaje. Es un juego de transformaciones que a veces se apoya, por caso, en la luz proyectada sobre el rostro del actor, pero que generalmente no se apoya en nada, o mejor dicho, se apoya sólo en su corporalidad, en su talento para traducir a ese personaje en un conjunto de gestos mínimos, una postura, una entonación particular, todo en un segundo. 

Hay un momento de la obra en que Audivert dialoga horrorizado con una sombra gigantesca: es la suya propia, proyectada por un potente foco ubicado a ras del piso. Pero son dos personajes: uno es el negativo del otro. 

Estos son los artificios que Habitación Macbeth hace visibles, exhibiendo sus entrañas, podríamos decir, de la misma manera que Lady Macbeth exhibe sin dobleces (en privado, claro) su deseo. Pero no los visibiliza para alejarse de la obra, para verla de costado en un ejercicio analítico: los pone al servicio de la tragedia, le da potencia a la historia que nunca deja de estar en el centro. 

Lo explica mejor, quizás, el propio Audivert en el texto que presenta, explica o comenta la obra: “Habitación Macbeth es el intento de arrojar junto a Shakespeare un piedrazo en el espejo también en el nivel de las formas de producción, de transparentar la estructura soporte, la máquina teatral y su metáfora, sin menguar la extraordinaria potencia poética que sostienen sus efectuaciones ficcionales, por el contrario, mestizándose con ellas, acrecentándolas, defendiendo la máscara (Macbeth), pero también sus misterios sagrados, su ser artificio ritual de una presencia (nos otros) que siempre evade la emboscada que el teatro le tiende amorosamente para develarla, y que tal vez sea la nuestra en esa latitud de ser sin máscaras”. También dice que las brujas representan la tragedia del rey Macbeth para Hécate, y que Hécate no es otra que nosotros, el público.

Pompeyo Audivert decidió escribir Habitación Macbeth durante la pandemia de COVID-19. Fue su manera de mantenerse cuerdo en ese tiempo funesto. Lo dijo, más o menos, en una entrevista televisiva: “El año”, explicó, “no fue angustiante porque me metí de cabeza en esto”. 

Y qué bueno que lo hizo. 

Después de ver la obra Ceci y yo nos preguntábamos cuánto del texto de la obra provenía directamente de la tragedia de Shakespeare (yo la leí hace muchos años, no volví a leerla) y cuánto era una contribución del propio Audivert o quizá de otras fuentes. El autor, director e intérprete explica que hay una intertextualidad fuerte, que su versión de Macbeth está basada en Clov, el sirviente de Final de partida de Beckett. No leí ni vi Final de partida y no sé quién es Clov, así que me interesó ponerme al tanto: ya tengo una lectura pendiente, otra más. 

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