Sociedad

Mitre y Castelar 4:35 AM, Buenos Aires

La noche se derrumbó, precipitándose, ni un alma errante, ni nada más que un perro,
esquelético y sarnoso. José Quintana ensangrentando la pared trató de mantenerse en pie,
pero no pudo, ya arrodillado al ras del suelo ladino a la muerte,
imaginando su cuerpo ya tendido junto al perro y los adoquines, y el cuchillo,
y el bandido, y sus razones o necedades que lo llevaron a estar allí viendo el reloj
que no era otro que el propio pulso de su sangre.

Pero no de esta forma quería caer muerto, rápido cerró sus ojos buscó la llanura
que lo había vestido y dado origen. Calle Mitre, los adoquines, las casas a su
al rededor debían retirarse por el leve momento en honor a su memoria.
Pegó un grito exigiéndolo, las casas lentamente se corrieron,
solo divisó a lo lejos una vieja estancia, vio sus ropas, su lazo pampa y su cuchillo, se vio caer esta
vez entre los yuyos junto a un perro vez de buen pelaje.

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