Como atentas a lo inminente,

inclinadas hasta el borde mismo

donde termina

el mar

se clavan carpas y sombrillas

de todos los colores

menos el negro.

De ahí salen,

invaden el mar,

apenas un par de metros,

y vuelven alegres.

.

Calles, torres, personas,

uno las puede identificar,

señalarlas con el dedo,

decir con seguridad

‘ahí están’.

Pero miro el mar,

allá enfrente,

y todas sus olas

imposibles de señalar…

.

Me muero de ganas,

quisiera salir al mar,

dejar una estela detrás

y que ningún dedo

me vuelva a señalar.

Porque miente

quien dice

que caminando en las calles se pierde.

Porque sabe

quien camina

que doblando la esquina cualquiera se puede encontrar.

.

Clavo en la arena

una sombrilla y una reposera

blancas

y me siento a esperar el mar.

Bien lejos,

lo suficiente

para sólo dejarse ver,

las gaviotas flotan

como barquitos de papel.

.

Y más allá no hay nada,

sólo está el mar.