El día lluvioso y ligeramente fresco hizo más que oportuna una tarde de fingido descanso, pan recién horneado y películas. Me acomodo en el sofá de la sala, descanso los pies sobre la mesa ratona que lo acompaña y dejo sobre ella, en espera, una humeante taza de café. Al comienzo mirar solo una película era el plan, pero un mundo de ficción está frente a mis ojos y al rebotar la mirada por toda la sala y luego hacia la cocina, no encuentro nada interesante. ¿Acaso es mi realidad, este lugar que habito con la comodidad de una roca, más gris que el cielo de hoy? Decidida a huir envuelvo mi cuerpo en mantas y escojo, con una facilidad sospechosa, un nuevo destino. Un mundo de emociones se despliega frente a mí, salpica y arrastra sobre mi alma sedienta. Cuando cae la noche me he enamorado, he llorado y he andado por tantos caminos, pero sigo aquí, en el sofá de la sala frente a la mesa ratona que sostiene románticamente una taza de café, ahora vacía, sola, y aterrada por tanta oscuridad.