Dillom, o: Pagliacci camina en Once mirando a la gente por ahí

UNO

Dillom es una máquina. En varios aspectos, pero principalmente en su paleta referencial. Entre sus colores cuenta a Lil Yachty, Vetements, Elvis Crespo, Johnny Cash, Jake Long, Tom y Jerry, Ted Bundy, Darín, Los Sims, Pergolini, Dead Kennedys, Tame Impala, Coldplay, Herbie Hancock, RHCP, Chicken Little, The Beatles, Hitler, Mariano Closs, Edgar Allan Poe, Lovecraft, Minecraft, Pity Álvarez, Cacho Castaña, Marley, Michael Jackson, youtubers argentinos, Cars, Motley Crew y Harry Potter. Entre tantos.
Ahora, crear un corpus artístico y ser influenciado no es mostrar ante el resto un álbum de figuritas completo. ¡Por suerte!
Dillom se rodea de esas figuritas y las pone en forma de pentagrama, como si los invocara, y hace con ellas algo más. Imaginemos una pared pintada con esos colores hermosos.
Hijo de internet (tal vez EL hijo de internet de esta generación de traperos argentinos exitosos de los últimos 10 años), Dillom conjuga piratear canciones en el Ares con mirar FMVs de Naruto en Youtube, tener que buscar Keygens en páginas dudosas para crackear jueguitos y mirar Fox Kids por la noche (a pesar de ser demasiado joven para ello). Esa es otra cosa atractiva de Dillom. Teniendo 21 años, habita constelaciones culturales de gente más grande que él, que no hace más que explicitar su excelso uso de internet desde chico. Reconozco que esta es una teoría mía que no ha sido consultada con él, claro. Tomo como evidencia su excelso uso de Twitter: Dillom es un hábil shitposter. Maneja el idioma cómedico de internet con habilidad y tranquilidad.

Sus influencias no son solo en la lírica: también se notan en la música. Hay cosas strokeras en Bicicleta, referencias melódicas a Nirvana en 220, Kanye y Black Skinhead en Reality, Tyler, The Creator en Duo (y un par de temitas más), y tomaré a este último porque es el más notable durante el disco; Alfred Tennyson decía “great poets imitate and improve, whereas small ones steal and spoil.”. Basándose en eso, años después T.S. Eliot reformuló: “Immature poets imitate; mature poets steal; bad poets deface what they take, and good poets make it into something better, or at least something different”. Dillom agarra a Tyler, que debe ser uno de los casos de crecimiento artístico más interesantes de la música popular y hace en un solo disco un popurrí. Desvalija a Tyler, sus beats y sus influencias poéticas y le dice no: perdón padre, esto ahora es mío. Junta los beats de Flower Boy/Igor y cierta lírica violenta, desfachatada y quemada de Wolf y Cherry Bomb para crear algo con un distintivo olor a Buenos Aires. No diré que Dillom agarra a Tyler y lo transforma en algo mejor (aún le falta recorrer el camino que el mismo Tyler recorrió hasta encontrar su mejor versión), pero sí que logra darle su propia vuelta argentina y original. Dillom, al fin y al cabo, termina sonando a Dillom.

DOS

Dillom reconoce más que el resto de sus contemporáneos las licencias que le ofrece el género en el que elige escurrirse: nada es tan serio. Los videos de los singles de Post Mortem están dominados por el humor, incluso Piso 13 (tal vez uno de los mejores temas argentinos del siglo XXI), que a pesar de su asquerosamente perturbadora aura logra tener cierta comicidad trágica en su narrativa visual. No son solo los videos: las canciones replican esto, en mayor o menor medida. “Post Mortem” inicia con gritos desgarradores de alguien tratando de escapar de un asesino (más en eso más tarde) y vira a “Tomé seis Ritalin, «¿qué hiciste, chinchulín?»” con una tranquilidad asombrosa.

TRES

Así como Dillom sabe utilizar esa comicidad a su favor, también sabe cuándo cortar con soda y equilibrar el asunto. Pelotuda es el ejemplo primo de esto: un tema gracioso hasta que de repente entran unos pianos amenazadores y Dillom empieza a hablar, casi (casi!) de la nada sobre la miseria que le está ofreciendo esta nueva fama que encuentra en esta pandemia. Si bien tiene cierto reconocimiento del público y alguito de la crítica, no es nada comparable con lo que tienen que soportar los gigantes de la industria como Duki, Bizarrap o Nicki Nicole (reciente recipiente del tan anhelado premio “Y Si Te Hacés Un Tiny Desk?”). Está en un momento crucial: el intermedio. Una linea ejemplificadora es, por ejemplo, “ahora la droga es gratis, como cuando me robaba pastis del cajón”. Lo fabuloso es que logra contar las vicisitudes de la transición con claridad y miedo. Miedo de no poder mantenerse en pié, de caer en caminos de los que sabe es necesario evitar caer. Para citar a The Mountain Goats en Oceanographer’s Choice:
“What will I do when I don’t have you?
When I finally get what I deserve”

Dillom pasa, con habilidad y sutileza de “mi money go dumb, tengo plata pelotuda” a “antes nadie venía a mi cumple. ahora todos quieren venir a mi cumple, cuando hablo nadie me interrumpe, me gusta porque hace que mi mundo se derrumbe, hace un par de años que vivo en la incertidumbre, espero no se me haga una costumbre.” “Pelotuda” es, tal vez, la canción ejemplificadora del hilo narrativo de este disco. Pagliacci deprimido, yendo a ver al psicólogo que le recomienda ir a ver al payaso que se presenta en la ciudad. Funciona como un acto de tragicomedia -alla Bo Burnham- donde el boludeo inicial (el alardeo, la bardeada al aire, el ego titánico) nos distrae para después pegar el remate; la fachada aguantó lo que pudo. La luna baja los telones, el verdadero Dillom se revela otra vez. En “Post Mortem” se ríe un poco de eso, y dice “Yo no hablo de mi vida, esa mierda es muy triste”, para no hacerse caso a si mismo en ningún momento. Esa nota suena durante todo el disco.

CUATRO

Los beats de Post Mortem logran, por suerte, acompañar la habilidad descontrolada de Dillom. Saben cuando oscurecer el cuarto y cuando prender la linterna para recordarnos que se está haciendo una fiesta.
Escuchar Post Mortem es como mirar una slasher clase Z: gore musical, voces rasposas potentísimas cuando la canción lo demanda, beats groseros y asquerosos que cortan como cuchillos oxidados.
Quiero destacar, por cierto, a “220”. Es un himno que con cada recital crecerá. La gente levantará sus celulares con la linterna prendida y cantará, será una muralla llena de anhelo de conexión, al fin correspondida. “220” es un abrazo de esos que después te dejan el hombro medio lleno de mocos, una tristeza desconsoladora pero comunitaria. Es, simplemente, una canción inevitable.

CINCO

Dillom no “hace” música. Juega con ella, en la forma en la que en inglés “play” es “tocar” música. Hay ciertas cualidades lúdicas en el proceso y el alma de sus temas. En ese aspecto preveo (y he leído ya) cierto menosprecio hacia su disco, y hacia su música en general, similar al que recibe el cine de género, particularmente el de terror y el de comedia. Hacer canciones tristes es relativamente lograble y hasta común en el espectro de la historia de la música popular; después de los necesarios ejercicios de vulnerabilidad pública puede llegar a salir. En mi opinión, Dillom hace otra cosa que suele ser rara, y muy difícil de lograr: te abraza, te cuenta unos chistes al oído y en el medio de la risa, clava una daga en el medio del pecho. Y recibo a esa daga lleno de placer, la verdad. Que vengan las dagas.

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