En realidad, el deseo es terriblemente maleable. He conocido gente que se ha arrepentido de nacer, digamos: de nacer como nació. Un chico que conocí en Ñorquinco me dijo una vez que le gustaría tener músculos. Unos músculos que levanten autos, troncos gigantes de arboles recién cortados, peso aumentado por la humedad del rocío del invierno. Pero tenía un perfil soviético, eso me dijo. El perfil soviético me ayuda a levantar. En Almería conocí a un muchacho de Villa María, que llevaba tres años de mudado. El camino al garche, me dijo, era no cerrar nunca los ojos. Pero como nunca cerrar los ojos? Claro, en el peor de los casos hay que mirar al suelo, fingir una modestia que no existe. Claro, ese es el truco; que se sienta levemente que sos un fingidor, como el poeta. El deseo, en realidad, es un acto que nos ponemos encima como un traje, un acto. A rose is a rose is a rose, an act is an act is an act. Y le pregunté si le iba bien así, y me dijo claro, Diego, si no fuera así no te lo diría. Yo particularmente vivo de arrepentirme de nacer, digamos: de nacer como nací. Pienso como sería mi vida si fuera un chico con rulos, si fuera disciplinado y ejercitara, si tuviera ojos claros, ojos raros, si fuera ese tipo de personas que habitan en el misterio de tener los párpados irrefrenablemente a media asta. Cuando miro a esas personas con pinta de drogadictos, los envidio. Vaya y pase quienes se drogan y lo logran a fuerza de sustancia. Pero quienes me destrozan son los casos milagrosos del reventado natural. Tal vez son alcohólicos leves, beben de refilón, mirando por la comisura del ojo, o en todo caso fuman como poeta trabajando de banquero, pero la ojera llegó a esa cara gracias a la genética, a un golpe de viento, tal vez, a un milagro del cielo. Bien, suenan las cuerdas de fondo, tal vez sea una señal de que hay algo que nos estamos perdiendo. Hay una respuesta fácil. es: este es el cuerpo que hay, incluso asqueado por la cirugía y el avance médico, pero al fin y al cabo, salir a la calle es demasiado seductor. Y en la calle hay un chico hermoso que camina por Avenida La Plata, sin saber que se va a morir un día, y que el fin está más cerca de lo que piensa. Y lo miro, y pienso en su final, y en besar su pecho.