El hombre: ¿un ser seguro de qué?

Hace poco participé de un retiro de la fraternidad Comunión y Liberación sobre la esperanza. Una frase de San Agustín captó mi atención: «Nadie da un solo paso sin estar seguro de la meta». ¡Cuán cierto es esto! Porque si de antemano sé que no obtendré lo que con mi propio acto busco, ¿para qué moverme? Quiten el «para qué» y borraran la sucesión de movimientos que hacia él se dirigían. Esto, en lenguaje un poco mas rebuscado, quiere decir que la causa final es la primera en orden de intención, aunque la ultima en orden de realización. Entonces, borren la intención, eliminen el fin y suspenderán el movimiento, abolirán todo acto humano. Esto lo puede corroborar rápidamente cualquiera: supongamos que usted está observando un partido de futbol o tocando la guitarra y se le antoja una bebida; lo que sigue a este deseo es, primero, decidir si ir o no a buscar la bebida, y, de optar por buscarla, una serie de actos que a ello se dirijan; pero si quitamos aquel antojo, al mismo tiempo aboliremos todo lo que le sigue; esto es, si se elimina el fin, se suprime el movimiento.

«Nadie da un solo paso sin estar seguro de la meta». La existencia de los actos humanos es evidente; ¡todos se mueven hacia algún lado! Ergo todos quieren y buscan algo, y, al menos inconscientemente, están seguros de que lo obtendrán. Pero esa seguridad ¿cómo la obtengo? ¿De dónde surge? Me parece innegable que es algo connatural al hombre. ¿Qué estoy diciendo? Digo que esta seguridad de alcanzar el fin está en la propia naturaleza del hombre, sea como sea esto. En una palabra: la esperanza es la actitud humana original. La incertidumbre, y más todavía la inseguridad (luego, la falta de esperanza y, en ultimo termino, la desesperación), surgen en un segundo momento, en un movimiento de la inteligencia que se pregunta, con justicia, cuál será, si lo hay, aquello último que el hombre busca y si es posible alcanzarlo o no. ¿Qué significa «original» aquí? Expresa la idea de que el hombre en un estado «puro», o mejor, considerado en cuanto a su naturaleza, u observado antes de que interprete la realidad, está seguro, aunque inconscientemente, de obtener lo que sacie su deseo, tiene «esperanza», si se puede llamar tal a este estado del que hablamos. Planteemos una dubia para otro momento: ¿Qué importancia tiene que el dinamismo original del hombre sea el encaminarse hacia algo que sacie por completo su deseo ante los argumentos que cuestionan tanto la existencia de “eso último” como la posibilidad o la capacidad humana de alcanzarlo? O también: en la discusión acerca de si la vida tiene o no sentido, si es o no absurda, ¿cómo debe ser considerado, qué relevancia debe dársele al dinamismo original tal como lo presentamos aquí brevemente?

Subrayemos que el dinamismo original del hombre es la búsqueda de la satisfacción de su propio deseo, y esto acaba, una de dos, en la muerte, sentencia última, o en encontrar algo que lo sacie por completo. Nótese entonces que el hombre es, al menos en esta vida y en un cierto sentido, movimiento; de allí que se pueda afirmar cosas tales como «donde hay movimiento, hay vida», o «aquél que ha dejado de buscar, de moverse hacia su fin, ha muerto». Según esto, el hombre vivo es una flecha disparada hacia… «algún lado». Antes afirmé que quitando la intención o eliminando el fin, el movimiento se suspende, se abole todo acto humano; ahora doy un paso más: quiten el fin, eliminaran al mismo tiempo al hombre.

¿El hombre está en tensión con qué? ¿Específicamente hacia dónde se dirige esta suerte de flecha que es el hombre? Ésta es una cuestión más importante, o por lo menos prioritaria en el orden reflexivo, que la de la seguridad. Por el momento diré que el hombre es capaz, gracias a su inteligencia, de percatarse de que persigue un fin, puede tomar consciencia de su «ser-en-tensión». Así que también puede comprender que hay una variedad cuasi infinita de fines u objetos de deseos -antes, por ejemplo, mencionamos el tocar la guitarra: si se llegó a ello fue porque hacerlo era, en un determinado momento, un fin-, pero, al mismo tiempo, experimentar que, cuando sacia sus deseos, cuando logra alcanzar sus fines, no queda plenamente satisfecho. «¿Alguna vez seré pleno? ¿Qué es exactamente lo que deseo? ¿Qué lugar ocupan mis múltiples deseos en relación con aquello que realmente me satisfaga, si es que esto es posible?». Lo que estoy intentando señalar es que la toma de consciencia sobre mi «ser-en-tensión» me lleva a tomar una postura, en primer lugar, acerca de la existencia o no de un fin último, y luego, sobre la posibilidad o no de alcanzarlo. Ésta es para mí la cuestión más importante y por ello más dramática de la existencia humana. ¿Tiene acaso algún sentido mi vida? El amor, la justicia, la verdad… todo lo que busqué, ¿para qué? ¿En qué acabará esto? ¿Qué hacer si descubro que no hay un fin verdadero, que sólo soy un juguete de mi biología y esclavo de mi circunstancia?

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