hace dos meses que falta

aguantó hasta que pudiera volver

sin vuelos, pasajes ni escala

carry on, corrien don

después me quedé, era imposible volver

en ese mundo estrecho y ajeno

apretado, como los rulos

que se hacía en mi infancia

Rosario entendió y regó las plantas

silbando bajito en aquel país

que nunca supo quién era Dulce.

Es un poco difícil de googlear, mi madre

porque su nombre es, era, ay

un adjetivo y su apellido un sustantivo

los abuelos, tan lectores no se anduvieron

con sutilezas de bautismo

Dulce Jardín.

Con los días fui formando un altarcito

su foto de egresada en blanco y negro

presidía todo

en una banqueta alta de cardo

tejida seguro por Albano, el tío perdido

un carnet de vaya a saber qué se sumó

estaba viejita y algo lavada

Dulce era química farmacéutica

y maga y costurera ocasional

los últimos años era lectora de novelas

y escritora de cartas a lo lejos

dos opuntias que se habían hilado

un aeonium medio muerto

sin sol

un monstruoso cactus injertado,

horrible

un blister misterioso

un matecito esmaltado

tres inciensos

dos llamas de Perú…

Dulce tenía un perrito

que se fue enseguida

a buscarla

un plumerito de colores

un potus bastante más vivo

dos autitos -¿míos?-

un thundercat

una servilleta de las que bordaba

dos velas casi acabadas, de miel

el chanchito de unas sorpresitas

muchas pulseritas de macramé

una gallina portuguesa

gomas de pan, caracolitos, un guardapelo

que nunca voy a abrir

el altarcito sube por las mesas

por todas partes va creciendo

con su olor orgánico

sus lentes de montura dorada

un programa del teatro

un muñeco demasiado pequeño para ser de trapo

crece y desborda, alfileres de cabeza de color

grullas hechas de envolturas de té…

Dulce me enseñó muchas cosas

a ser independiente y nunca vestir de negro

a pintarme los ojos de azul vivo

de un solo trazo

a usar minifalda

a respetar la poesía

como el cenit de lo humano:

habrán otras voces, pero la voz de la poesía

no miente.

Dulce no me enseñó a cocinar,

pero sí a trasplantar cebollino y algo de francés

me hizo impaciente y enamoradiza.

nunca le dije mamá, era Dulce a todas horas

Dulce me enseñó que cuando terminara el altarcito

con un libro de tapas azules y un canario pequeño

con tarjetas de la yerba

que ilustraban la flora del país

y otras de teléfono, con sapos

sería la hora de guardar todo en cajas

menos las velas

e irme

solo con su alianza en mi cadena,

junto al pecho

y que ese día sería, finalmente

una mujer que no precisa

ni siquiera su pasado.