Asumir que debemos desarmar esta vida y armarla nuevamente pronto en otro espacio, ese es el primer paso. 

Reunir todas las cosas en un pequeño sector del departamento.

Los muebles de melamina son una pesadilla, no les prestes mucha atención. 

Desarmar cuidadosamente la mesa que compramos en julio pasado. Guardar los tornillos en un pedazo de papel y fijarlos a la parte interior de la mesa con cinta scotch.

Preparar mates y tomarlos angustiosamente —esto es fundamental— renegando de los nuevos espacios vacíos que vamos creando.

Desconectar los cables de la computadora. Cuidado con la tapa del costado izquierdo del gabinete, no tiene tornillos y se cae. Desarmar monitores, cámaras. Guardar los tornillos en otro pedazo de papel y fijarlos a la parte inferior del gabinete o monitor.

No es necesario desarmar el escritorio ni el mueble del televisor. Los estantes de la biblioteca se pueden quitar fácilmente, nunca los atornillaste.

Los libros y los poemas van en cajas. Las guitarras en fundas y se trasladan aparte.

Evitar a toda costa la rumiación excesiva ante los nuevos lugares vacíos que van apareciendo. Por favor. 

No colgaste ningún cuadro y esa fue una decisión que nos va a ahorrar tiempo y un poco de plata. 

Necesitamos cajas para todos los elementos de la cocina. Para los platos vamos a utilizar papel de diario. Fue muy útil guardar las cajas de aquella media docena de vasos que te regalaron para navidad. Bien.

Ahora podes sentarte y comer algo, cualquier cosa. Donde puedas.

¿Te diste cuenta de que estás trabajando en silencio desde hace horas? Parece que cierto tipo de tristeza, a veces, ocupa tanto espacio.

El cuadro de Evita lo guardas con cuidado, era de tu abuelo, también lo tuvo tu papá y lo vas a tener vos por mucho tiempo más.

No hay notificaciones ni mensajes que cambien el rumbo de las cosas, así es esto.

Otra vez toca alegrarnos por guardar cajas vacías de las cosas que compramos. El ventilador y la estufa tienen un lugar asegurado.

Los CD y los apuntes de la facultad están en cajas. A veces te olvidas de cuántas cosas están dentro de esas cajas negras que, aparentemente, mantienen el orden sagrado que tanto te entusiasma, que reducen el ruido visual pero al fin no son más que un cementerio de asuntos con los que ya no queres lidiar tan seguido. 

La heladera no tiene tantas cosas y bien podemos guardar todo en una de las últimas cajas que nos quedaron.

Terminaste de arrumbar todas las cosas en el rincón más cercano a la puerta, aquellos elementos más grandes, como la cama y la heladera van primero. Se van primero. 

Y eso es todo.

Es tu última noche acá, en este espacio, que probablemente nunca más vuelvas a ver, ni a estar y de repente, te descalzas, y los azulejos fríos del comedor te hielan la planta de los pies. Y te reís. 

La piel de esta casa vacía se revela con todos sus centímetros descubiertos, y allí quedarán la risa de los tuyos, la música construida y la tristeza de tener que irse a armar la vida a otro lado. 

Otra vez.