Aunque extrañar el subte D de las 8 de cualquier mañana de la pre-pandemia puede leerse masoquista, Catalina Z., de 23 años, siente cierta nostalgia por hacer el recorrido que, hacinada, de lunes a viernes la llevaba desde la estación Pacífico a la de Tribunales, a un par de cuadras del obelisco porteño. “En realidad, lo que extraño son las miradas que casi todos los días me cruzaba con un morocho flaco, alto y de traje que además olía genial”, confiesa instalada en su cuarto evocando los apretujones que les permitían percibir el perfume, mientras en pijama teletrabaja con su notebook para una empresa de venta de agroquímicos.
Guillermo K. es un contador de mediana edad y buen pasar, dueño de un estudio de rango medio con clientes ídem, que cuenta con una decena empleados. Convencido, tomó la decisión de no renovar el contrato de alquiler y desmontar su oficina, sin vuelta atrás. Aun abonando las cuentas de los celulares, las computadoras y sus conexiones, y cumpliendo con todos los requerimientos de la nueva ley de Teletrabajo 27555 sancionada en el marco de la pandemia, dejar de sostener el espacio fue la mejor manera de –literalmente—cerrar el año “que no fue tan malo después de todo”, ayudado por los ATP (Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción) y por la caída en los gastos, desde el café hasta la luz, que significaba mantener el espacio laboral del barrio del Abasto.
Como se lee, lo cierto es que la aparición de internet y la tecnología hace unas décadas no alteró la forma de trabajar tanto como lo ha hecho el COVID-19 a escala global. Según consigna la empresa WeWork, especializada al nivel mundial en generar espacio de trabajo flexibles, lo que se conoce como coworking, sólo en los Estados Unidos la proporción de personas trabajando de manera remota se ha disparado de una en 50 a una de cada tres.
¿Y al sur del Cono Sur? De acuerdo con el trabajo Evaluando las oportunidades y los límites del teletrabajo en Argentina en tiempos del COVID-19, datado en abril de este año, de un total aproximado de 11,7 millones de trabajadores cubiertos por la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), entre 3,1 y 3,3 millones se dedican a actividades que podrían ser realizadas desde el hogar. Así, Guillermo K. no ha hecho más que confirmar la tendencia que desnuda las estadísticas, las cuales, sin embargo, omiten consignar que la vida de empleados como Catalina Z. si no ha cambiado para siempre, por lo menos no será la misma durante un largo rato.
Sin almuerzos, ni romances
El cierre de la oficina involucra mucho más que un alquiler. El transporte siente el impacto pero no es el único sector afectado. ¿Y los almuerzos en el atestado bar del Gallego, en avenida de Mayo? ¿Y las increíbles porciones de muzzarella de Güerrin, engullidas de pie y a las apuradas antes de volver al escritorio corriendo por un llamado pendiente, una tarea inconclusa o una reunión impostergable? ¿Y qué de los romances clandestinos, llenos de miradas lánguidas que cargaban de hormonas boxes y escritorios? Ya no más puteadas porque el ascensor no funciona o porque la fotocopiadora se atascó en el peor momento.
Primero lo primero: seguramente, el Gallego del bar debió hacer maravillas para mantener las persianas levantadas. Porque toda la economía doméstica que gira en derredor de la oficina se ubica entre las primeras víctimas comerciales de la pandemia, según da cuenta el cierre de locales de todos los tamaños en los principales polos laborales de la ciudad. Además de la Gastronomía y el Transporte, entre las afectadas se suma, entre otras, la industria textil. Por cierto, Catalina Z. ya no se viste con esmero para intentar seducir al flaco del subte y, en lugar de calzar botas de caña altas, anda casi todo el día en pantuflas, que encima no renueva desde por lo menos dos temporadas atrás.
Pero, entonces, ¿la oficina tal como la conocemos dejará de existir? Por lo pronto, pandemia y cuarentena exigieron replanteos. Por caso, la comercializadora de inmuebles Colliers indica que en el tercer trimestre de este 2020 se registraban 259.798 m² de oficinas disponibles, distribuidos en su mayoría entre Puerto Madero (22%), el norte del GBA (21%) y el área del Microcentro (15%). Según consignan, se verificó un aumento de la tasa de vacancia de tres puntos porcentuales por sobre el trimestre anterior, ubicándose en un 14,21% del total de metros cuadrados corporativos construidos
Es de destacar que el bróker inmobiliario se refiere las oficinas premium y las llamadas clase A. Las mismas que albergan a las mega empresas y corporaciones. Las mismas sobre las que vaticina Guillermo Puertas, más conocido como Bill Gates: «La gente irá menos a la oficina. Incluso, las empresas podrían compartirlas unas con otras, con empleados que llegan en días y horarios diferentes”, asevera, refiriéndose a aquello que es el corazón del negocio de la ya citada WeWork y que es a lo que en definitiva alude cuando se refiere a la “flexibilidad”: espacios no exclusivos para llevar a cabo las tareas propias de cada compañía.
“Al no tener la necesidad de movilizarse a la oficina todos los días, las personas podrán alejarse de las ciudades muy pobladas, donde los alquileres son mucho más altos, redefiniendo la vida urbana tal como la conocemos hasta ahora”, proyecta el fundador de Microsoft, involucrando en los cambios no sólo a las oficinas tal como las conocemos sino, también y a partir de estos cambios, a las grandes ciudades, su desenvolvimiento y planificación y a todo el negocio inmobiliario.
Las de ayer y las de hoy
Calma, desarrolladores, arquitectos y constructores de edificios corporativos: no todas las oficinas desaparecerán. De hecho, ustedes ya lo saben ya que de acuerdo con Colliers se mantienen en construcción 379.089 m² de oficinas de alta categoría, lo que equivaldría a un 20% del stock actual distribuido en los próximos cinco años. En cuanto a desarrollos en etapa de planos, se registran hasta el momento 22 proyectos premium por una superficie de 493.704 m², aunque, al menos por ahora, no tengan fecha clara de entrega.
De lo expuesto se desprende que las grandes compañías seguirán teniendo la necesidad de poseer archivos y otros insumos físicos, y de articular sus distintos departamentos más allá de una red virtual, necesitando aprovechar el recurso humano y su sinergia. Aunque, “la multitud de puestos de trabajos colocados en retícula”, tal como describe Wikipedia a la “oficina moderna” a la que ancla en la época de Henry Ford, ya no será posible ni siquiera necesaria. “La distribución respondía a maximizar el número de máquinas de escribir que se podían encajar dentro de un mismo espacio”, consigna la enciclopedia y, más allá de la tecnología vetusta, eso sí, parece, no volverá.
Esa será la institución que caerá. La oficina gris de la centralita telefónica; la del empleado de traje y abdomen incipiente que hacía carrera dentro de una misma compañía hasta su jubilación; la del clima opresivo y rutinario, prometedora de un futuro seguro pero opaco, que tan bien describió Roberto Mariani en sus Cuentos de la oficina, publicados en 1925 y que tanta vigencia tuvieron, por lo menos, hasta el final del siglo que pasó.
Efectivamente, las oficinas se reacomodarán y reformularán y serán empresas de Tecnología, Telecomunicaciones y Entretenimiento, las generadoras de algoritmos e inteligencia artificial, las que las ocupan y las ocuparán. Las mismas que, por cierto, son las responsables de que el lector se quede en su casa y que, computadora y teléfonos celulares mediante, ya no se perfume todas las mañanas para tener que salir e ir a trabajar.