Borré el recuerdo de tu partida amarga, que dejó ese vino derramado justo antes de coserme la boca para evitar retenerte. Entendiendo que en cada suspiro aumentaba la dosis de angustia. Quise darle luz a la vela y tiempo al reloj. Pero ya era tarde para intentar crear algo en vez de destruirlo todo. Mis pedazos se contaban con un palo, y era más fácil volver a nacer que internar unirlos. Me dijo que quería beber de mis lágrimas, se tomó mi desprecio, se llenó de mi inexistencia. Y cuando el tiempo dejó de doler le recé a algún dios, explicándole el por qué de mis decisiones y mis desventuras.