Recuerdos raidos de un joven brujo con el corazón partido
Hoy me puse a escuchar el disco la Síntesis O’ Konor otra vez, y pensé que se ha convertido en una especie de clásico, no solo en el pequeño espacio reducido de mi vida, sino en la vida de mucha gente, y resulta ser un clásico porque a pesar de los casi cuatro años desde su primera aparición sigue manteniendo la frescura encantadora de los primeros tiempos. Así cómo una generación pasada se encontró frente a la «mellon collie»; esa romántica «tristeza infinita» en función de los noventa (cuando la baja autoestima se cantaba encarnada en creep o loser) ahora estamos frente a otro aspecto musical no menos significativo y de igual peso generacional en nuestro territorio. Si un hermoso álbum musical varía con la realidad histórica de la que quiere ser expresión; un clásico se vuelve la precisa expresión de esa realidad; de lo cual se deduce que la estética sentimental es el terreno en donde desempeña su papel con mayor comodidad y precisión.
Entonces intenté recordar cómo La Síntesis O’Konor llegó a mi vida y mucho más importante, bajo que contexto de mi realidad se volvió tan significativo:
Me acuerdo allá por el 2017 me encontraba viviendo en un departamentito de la calle Gorriti: era mi primer año en Bahía Blanca y mi primer año estudiando en la Universidad, vivía por así decirlo, bajo los parámetros de lo que los japoneses llaman Wabi; una forma de apreciación austera y sencilla. En ese año me encontraba saliendo con A. desde hacía casi tres años. La cuestión es que yo estaba en Bahía Blanca, y ella en Monte Hermoso, y como en la mayoría de las historias de amor: ambos éramos jóvenes e inexpertos por lo cual no sabíamos manejar nuestros sentimientos con mesura. Esta historia no fue una excepción: por cuestiones de entorno y sospechosas amistades nos separamos. A la semana siguiente de nuestra separación A. ya estaba con otro chabón. Esto significo el pequeño primer declive sentimental.
El segundo declive sentimental ocurrió por lo siguiente: En el departamentito en el que vivía no tenía calefactor: era invierno y me abrigaba prendiendo las hornallas de la cocinita kitchenet. Hacía tanto frío que se me entumecían las manos, así que por lo general usaba guantes de polar para dormir y un gorrito de lana. Comía y vivía con lo justo. También recuerdo que había re-cursado Gramática Española con Nora. Macri era presidente. Y encima no encontraba trabajo. Precisamente esta seguidilla de hechos significó el segundo declive sentimental. Me sentía, por así decirlo; desorientado. Sentía miedo: ¿pero de qué? Entonces recordé a Galeano: » A veces el bajón demora en irse y yo ando de perdida en perdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción». La sensación que ganaba terreno era la angustia y la angustia es la perdida y la ansiedad mezcladas en el mismo vaso. Es, en definitiva, la extrañan sensación de perderse a uno mismo para encontrarse a la deriva; y que peor angustia que sentirse fuera del mundo, incluso ajeno al corazón propio y su deseo.
Caí entonces que en ese momento necesitaba un lugar familiar que no sea Monte Hermoso ni Bahía Blanca en dónde refugiarme para pensar con claridad. Así fue que ni bien comenzaron las vacaciones de invierno decidí ir a General Alvear: el pueblo en dónde había nacido y en el que vive toda mi familia.
Los primeros días me quedaba en lo de mi Tía, y allí en ese pueblo ocurrió el hallazgo:
Eran la cinco de la tarde de un día pálidamente soleado y no tenía nada que hacer. Al rato A. me llamó por teléfono y discutimos sin demasiadas razones para discutir. Esto fue motivo suficiente para re-caer en un ataque de angustia y ansiedad. Y en un ataque de angustia y ansiedad: puse el agua a calentar, limpié el mate, agarré un termo, me abrigué y agarré la bicicleta. Pasé por la primera panadería que encontré abierta y compré dos docenas de medialunas. Me puse los auriculares y empecé a andar en bicicleta hacia ningún lugar determinado. Solamente pedaleaba. La música estaba en aleatorio: y de repente en un ejercicio de concordancia tecno-alquimista (en realidad gracias al algoritmo de YouTube) caí en La Síntesis O’ konor.
Algo de la primera melodía me caló hondísimo. Es difícil de describir o de explicar: simplemente sucedió que mientras sonaba ese disco (inédito para mí) fui sintiéndome gradualmente mejor.
Repetí cada estribillo cómo una mantra. Sentía, de algún modo, que Santiago Motorizado lo decía todo: tenía en cada canción un aspecto naif que funcionaba para mí como un glorioso refugio. Es decir: él pudo transmitir en sus canciones muchas de las cosas que yo estaba pasando y sin embargo lograba transformar ese dolor en aventura.
Esa tarde recorrí completamente el pueblo de un extremo a otro.
Más de una vez se salió la cadena de la bicicleta. Más de una vez me detuve para ponerla. Me metí en barrios que no conocía y llegué hasta al horizonte del pueblo, en dónde no hay más que campo.
Eventualmente comenzó a oscurecer y pensé por primera vez en el día: que tenía suerte.
Cuando regresé a la casa de mi Tía me sentí reconfortado. No había tomado ningún mate. Las medialunas seguían intactas y el agua se había enfriado. No era que la angustia había desaparecido (pues nada funciona con tanta precisión) sino que ese sentimiento trágico no era el centro de mi vida; había algo más, una especie de promesa que aseguraba un gran fervor.
Eventualmente conseguí trabajo. Aprobé Gramática Española. Macri dejó de ser presidente. Conocí gente increíble. Me enamoré de nuevo e hice de Bahía un espacio propio. Y siempre en mi vida estuvo presente ese disco.
Ahora: cuatro años luego de este hallazgo una historia se repite: me encontré con un hermoso librito de poemas de Sergio Sammartino llamado Niebla que me devolvió aquella sensación fortuita. Abriendo aleatoriamente una página leí el siguiente poema:
“Soplo el polvo
sobre mis tesoros
Afuera el viento
trae fresco y relámpagos
La vida recicla y envejezco
envejecen las cosas que guardo
Entonces recuerdo recuerdos
la noche en que soñé con Dios”.