Eliana se vio caminando por el césped seco aunque no sentía nada bajo los pies descalzos. Había un riachuelo frente a ella, en el centro del mismo se encontraba alguien sumergido. Se acercó y vio a una niña, no llegaría a los doce, quieta y desnuda bajo el agua. Pequeñas aves bajaron del cielo y se precipitaron de un lado del riachuelo hasta el otro, siguiendo la corriente. Nadaron velozmente, atravesaron el cuerpo dejando huecos en su carne. La muchacha miraba el cielo con expresión de dolor contenido. Creyó reconocerla pero no logró discernir de dónde. De pronto sintió que la observaban y dio media vuelta. La imagen del sueño se volvió un caos de espirales de colores, como pintura arrojada al mar, y despertó.
Sintió la boca pastosa y un sabor que le recordaba a un cenicero. Dio pasos lentos hacia el baño y se lavó la cara con agua helada. Esa niña era igual a María, pensó, sólo le queda un mes. Se tocó el abdomen como esperando una patada. El vientre seguía vacío, soltó un suspiro. Tomó el desayuno, se vistió y partió a la iglesia de Gabriel. Quizá pronto las mujeres la dejarían ver a su sobrina.
La Iglesia ocupaba una manzana, era grande para estar dedicada a un culto tan pequeño. En la entrada estaban las caras familiares de las últimas semanas, gracia y vida, saludaban siempre. Camino a la enfermería estaba la escuela, frente al enorme edificio donde se llevaba a cabo el culto. En el patio cantaban niños: no los trae la cigüeña, no, no, los trae el ángel Gabriel. Eliana se tomó del pecho y apresuró el paso. Su lugar de trabajo era una pequeña oficina reutilizada con materiales de oficio médico. Fue terminado de manera apresurada, pero era funcional. Normalmente no dejarían que alguien nuevo al culto trabajara tan pronto, pero era la tía del caso milagroso y si de verdad quería reconstruir su vida espiritual, como le había dicho al pastor, bienvenida sea. La verdad es que Eliana sólo tenía ganas de correr a donde tenían retenida a María, tomarla en sus brazos y correr. Ya lo había intentado su hermana. Recordaba bien las lágrimas, los ruegos y la derrota. Inés, la madre de María, era secretaria del pastor, dependía totalmente de la iglesia, por lo que quedar en malos términos con sus autoridades significaba aún más desgracia encima de no ver a su hija. María había sido encontrada en un descampado, desnuda de la cadera hacia abajo, por la esposa del pastor. La trajeron a la iglesia y la cuidaron, pero al descubrir el embarazo de la niña se volvió un problema de toda la congregación inmediatamente.
— El gobierno no entiende que toda vida por nacer es un milagro. Es nuestro problema ahora — . había dicho Victoria, la esposa del pastor.
Así que María debía quedarse encerrada, las mujeres de la iglesia sostenían que existía peligro de secuestro e intromisión por parte de agentes seculares; peligro de que el milagro en el vientre de la niña fuera asesinado. Y de hecho tenían razón, Eliana guardaba esa intención en secreto. El día que se la llevaron, María dijo que escuchara, que tenía pájaros en la panza. Del abdomen de la niña se podía oír el leve sonido del piar de aves. Le había prometido a su sobrina que la ayudaría, pero la congregación aún no confiaba en Eliana como para que pueda escabullirse y llevarse a la niña. Uno de los estudiantes se acercó a la enfermería buscando asistencia médica. Se había raspado las rodillas. Eliana le aplicó desinfectante y puso vendas sobre las heridas.
— Señora, un pájaro se acostó en mi panza. ¿Sabe por qué? — dijo el niño.
— Porque anuncia la gracia del ángel Gabriel, que llega después de las aves — Eliana repitió una canción que había oído.
— O porque vas a tener un hermanito; después de la gracia viene la vida — Victoria apareció de pronto, había estado escuchando.
El muchacho agradeció la ayuda y se marchó. La mujer del pastor era una de las maestras de escuela, además de ser a efectos prácticos la segunda al mando de toda la institución. Eliana sabía que todo lo que se dice y hace dentro de los límites eclesiásticos llegaba a los oídos de esta mujer.
— Gracias por todo lo que hace por nosotros hermana. Tener una enfermera aquí mismo fue una bendición del cielo.
— Me enorgullecen sus palabras, señora Victoria — Eliana tenía bien ensayada la manera de dirigirsele — . ¿Cree usted que, no sé, pronto pueda ver a María?
Victoria la miró de costado.
— Todo a su tiempo — dijo — , estamos frente a un milagro. Confío en usted, pero es un asunto serio.
Eliana se desesperó. Tenía un bisturí cerca. Se imaginó apuñalandole la cara, exigiendo que libere a su sobrina. Pero se contuvo. Tomó aliento y habló con palabras preparadas.
— Disculpe. Mil disculpas. Es que, bueno, no paro de pensar en los sueños que tengo. Y eso me hace pensar en… No. Ignoreme.
Victoria se mostró interesada.
— Por favor. Continúe hermana. Si algo la apena la podemos ayudar.
— La verdad, señora Victoria, la razón por la que me acerqué a la iglesia de Gabriel es que hace unos meses descubrí que soy infértil. Desde chica quise ser madre, así que esa noticia me devastó. Pero últimamente tengo sueños. Pájaros se acuestan en mi vientre y lo siento llenarse de vida. Necesito un milagro, señora Victoria, y si mi sobrina tuvo la dicha de recibir un niño sin relaciones previas, como me dijeron, entonces quizá yo pueda recibir algo parecido.
Victoria, por primera vez desde que Eliana la conocía, sopesó sus palabras antes de hablar y la miró con ojos piadosos.
— El ángel Gabriel anuncia así sus milagros de vida, Eliana, y todos necesitamos un milagro. Seguí orando y entregando tu vida a la iglesia, vas a ser recompensada — Victoria la tomó de la mano y sonrió — . No hace falta que me digas señora, sólo Victoria.
Eliana sintió un peso en el estómago que le daba ganas de vomitar.
— Gracias Victoria. Gracia y vida.
En la iglesia entraban cómodamente más de mil personas. Había gente de todos los caminos de la vida y edades. Familias enteras tenían por ritual semanal asistir a mantener la iglesia funcionando. Les llamaban ministerios, pero a Eliana le parecía trabajo común y corriente. Había ingenieros de sonido y electricistas manteniendo la infraestructura y comunicaciones en el edificio. Músicos amateur y bailarines, comúnmente hijos de las cantantes, llamadas gorriones, que hacían lo suyo al frente del escenario. No se trataba de un espectáculo grandioso, pero todas esas personas dedicaban su vida a la iglesia de Gabriel por puro amor a lo divino, además de amor al prójimo. De haberse encontrado allí en otras circunstancias Eliana quizá se hubiera abierto a esa gente, quizá los hubiera querido. Ingresar a la iglesia a partir de su cara más desagradable, más desinteresada por la voluntad personal de una niña embarazada, había cerrado ese camino en el corazón de Eliana para siempre.
Una de las muchas noches de culto comenzó con canciones sobre mujeres sin vientre que sin embargo daban a luz, sobre espíritus que se mantenían firmes en su fe a pesar del mundo que se desmoronaba a su alrededor, sobre la aniquilación de los enemigos de la iglesia; luego vino el pastor. La cabeza de la institución era un hombre flaco, miope, siempre vestido de camisa y corbata, que procuraba nunca incordiar o al menos dejarse ver incordiando. El hombre habló de una de las canciones canónicas del culto. Describió la creación del hombre a partir de un dios sin nombre que, según movimientos circulares como emanaciones, creó con su propia materia los ángeles y de entre ellos a Gabriel, el dios menor de la fertilidad, que con su canto y su sangre dio lugar a los seres humanos. De alguna manera, ya que Gabriel usó parte de sí para crear al ser humano este último era también parte de lo divino. Luego el pastor dio un salto en su argumento y concluyó que con semejante poder, no hay nada que Gabriel no pudiera hacer, sólo había que creer y pedirlo. Eliana ya adivinó lo que pasaría a continuación: alguien del público se levantaría a dar testimonio de algún milagro. Era común ver gente dando gracias al ángel por sacarlos de circunstancias miserables y traerlos a la gracia y la vida. El pastor hizo un ademán y una familia de tres, que estaba a la derecha de Eliana, se puso de pie y subió al escenario. El padre y la madre vestían un traje y un vestido de diseñador respectivamente. La adolescente que los acompañaba tenía un vestido blanco sencillo que le quedaba holgado. Eliana notó que la chica estaba pálida y ojerosa, con rubor para aparentar. La pareja habló de haber cometido un error, la mujer se había ligado las trompas pero, recientemente, tuvieron deseos de un hijo nuevo. Aún así Gabriel es piadoso y bueno, y les concedió un embarazo. La congregación aplaudió dando alabanzas. Terminaron agradeciendo al pastor por una donación de vehículos para la empresa del hombre. El pastor asintió diciendo que la iglesia se debe a todo aquel que se dedica lo suficiente por ella. Eliana vio que al decir estas palabras el jefe de la iglesia pasaba una mano curiosa por la espalda baja de la muchacha, que dio un respingo.
— Hijo de remil puta — dijo entre dientes la mujer que Eliana tenía a su izquierda.
Acto seguido se levantó y salió al patio por la puerta del costado. Eliana no conocía a esa mujer pero hizo un esfuerzo por grabarla en su memoria, no cualquiera insulta abiertamente al pastor.
Una vez finalizada la ceremonia partió en busca de la mujer. La encontró casi a los gritos con Victoria, revoleando una cartera. Una de las luces fuera de la enfermería no funcionaba, Eliana se apoyó en la pared a oscuras y escuchó. Estaba lejos así que de no ser por el volumen de la mujer no habría entendido nada.
— ¡Primero la nena encerrada, ahora el enfermo de tu marido se pone cariñoso con una menor frente a todos! Yo sabía que pasaba algo en tu casa ¿Qué imagen da la iglesia, Vicky?
— ¡A mi no me grites! Ya no estamos en la facultad, Lucía. El pastor no está metido en nada. No estamos metidos en nada.
— Un auto de alta gama deja a una chica en tu casa. Una chica que apenas se tiene en pie, además. ¿Y más tarde los padres dan las gracias por una donación? Ustedes piensan que somos todos estúpidos.
— No voy a seguir hablando de alucinaciones con vos, Lucía. Seguí contando mentiras y vas a ver como quedas en la iglesia. A vos también te ayudamos, no te olvides.
Lucía enmudeció. Tomó con fuerza la cartera sobre el pecho y se marchó. Victoria se quedó viendo a la mujer que daba pasos apresurados, luego sacó un juego de llaves del bolsillo. Eliana había visto esas llaves antes, una de ellas abría la puerta de la habitación donde estaba su sobrina. Victoria entró a la iglesia y Eliana siguió tras ella. La esposa del pastor recibió un recipiente y cubiertos de parte de un cocinero, después subió al escenario ya vacío, abrió una trampilla que, al bajar y girar a la derecha, llevaba a donde estaba María. Eliana contuvo las ganas de seguirla y quitarle la llave. Había demasiados testigos. Se sintió como si se desinflara, contuvo las lágrimas y se fue arrastrando los pies a su casa.
La mañana siguiente Eliana preguntó en la iglesia como contactarse con Lucía. Le contó sobre su situación y la de María; arreglaron encontrarse en un café por la tarde.
Cuando llegó vio a Lucía con sus lentes negros enormes y un saco finísimo; ya había fumado medio atado e iba por el tercer café. Fue abierta con Eliana desde el principio. Conoció a Victoria en la facultad, estudiaron psicología juntas. Fueron buenas amigas gran parte de la carrera, pero eso cambió cuando conoció al pastor.
— Siempre fue un poco forra, un poco controladora. Se creía que podía mandar a los demás pero la verdad era que siempre que le dieras lo que quería, era fácil sacártela de encima — la mujer se removió los lentes y mostró la tristeza de su mirada — . Éramos amigas porque yo podía sacarle algo de dulzura a esa mujer. Seguimos un camino religioso las dos, distinto, pero más o menos juntas. Después perdí a mi hijo y todo se fue al traste. Imagínate vivir con fe en un dios de la fertilidad y que después te ocurra eso. Me rompió. Iba a la iglesia un día sí, un día no. Y ahora sigo ahí sólo por los años dedicados.
Lucía terminó su café. Suspiró y siguió.
— Vicky también pasó por lo suyo. Esperó a casarse para tener hijos y descubrió que era infértil. ¿Podes creer? Se quedó sin el pan y sin la torta. Si no fuera por lo que dice el culto una creería que Gabriel es un dios de las bromas crueles.
— Yo le mentí. Le dije que era infértil y me miró como con lástima. Ahora entiendo porqué.
— Aprovechalo. Capaz te acepta y podes sacar a tu sobrina de ahí.
— Las escuché peleando ayer. Perdóname. Pero dijiste algo sobre una chica entrando a la casa del pastor.
— Si, yo pasaba por ahí, quería visitar a Vicky, y lo vi. Esa pobre nena drogada hasta la frente. Y no me lo reconoció anoche. Le da vergüenza pero la verdad es innegable. Ahora quiero ir a denunciar. Fuimos amigas pero crímenes no tolero. El tema es que denunciar a un pastor de iglesia es difícil, las comisarías están todas llenas de ídolos, puedo llegar a insultar a algún comisario fiel.
— Me pasó algo así cuando denuncié que tenían a María retenida. La oficial hizo garabatos en la hoja y prácticamente me mandó a la mierda — Eliana pensó un momento — ¿Y si tenemos evidencia fuerte? Mi hermana trabaja en el despacho del pastor, pudo haber visto algo.
— Si conseguís algo llamame, yo denuncio y te saco esa carga de encima. Y te digo más, si necesitas ayuda sacando a la nena de la iglesia también te ayudo. A Victoria la tengo entre ceja y ceja. Me arrepiento de no haber entrado a parar ese abuso en su casa ni bien lo vi.
Más tarde ese día Eliana llamó a su hermana para contarle sobre la mujer que había conocido. Inés se escuchaba bastante apagada y apenas respondía con monosílabos. Le preguntó luego si había visto alguna cosa sospechosa mientras trabajaba en el despacho del pastor. Inés dijo que no vio nada, hizo una pausa y afirmó que buscaría lo que sea que pueda ayudar, todavía tenía la copia de la llave que le habían dado.
Un día a Eliana la sorprendieron con equipamiento nuevo en la enfermería. Una nueva camilla, una balanza, un tallímetro, un kit de emergencia, la alacena llena de drogas.
— Queremos que continúes trabajando con nosotros — dijo Victoria — . La gratitud no es sólo palabras después de todo. Abrí el kit.
Eliana encontró un sobre abultado entre los instrumentos. Al abrirlo sacó un fajo de billetes.
— Por Dios — no pudo ocultar que le gustaba todo lo que estaba recibiendo. Sintió vergüenza y confusión. Entendió cómo su hermana tuvo el estómago para trabajar con estas personas por años — . No sé qué decir, es mucho más de lo que esperaba.
— No es lo que digas, a nuestros ojos, lo que importa es lo que hagas — Victoria apartó la mirada por un momento. Estaba sombría, como sopesando algo que le quitaba el sueño — ¿Todavía tenés esos sueños con pájaros?
— Si, hay un río, está tranquilo y bajan pájaros chiquitos.
— Gabriel envía sus milagros así, como dice la canción del Santo Mateo. Y si pensas en lo que te dijeron los médicos puede ser un hijo, un milagro en tu caso. Es posible que siempre haya sido tu destino encontrar a Dios.
Eliana guardó silencio.
— Decime — continuó Victoria — . Lo que te voy a preguntar es muy grave. ¿Sabes hacer un aborto? Uno seguro.
— Aprendí el proceso en la escuela de medicina. Con las pastillas adecuadas y seguimiento, es seguro.
— Si haces uno para una muchacha que lo necesita, y guardas silencio, vas a tener más de esos sobres.
Eliana vio una oportunidad y la tomó.
— Muy bien. Pero olvidate de los billetes. Quiero ver a mi sobrina. Es muy joven para un embarazo y quiero… acompañarla. Necesita que la revise seguido para que todo salga bien.
— Te prometo que la vas a ver y toda la iglesia va a ayudar a la niña — Eliana entendió que a partir de ahora todas sus acciones tendrían testigos — . Gracias, si algo se llega a saber sería un problema. Dios te envió para servirnos, estoy segura. La muchacha llega pronto, dejá la puerta cerrada cuando hagas el trabajo.
— No te dije qué pastillas necesito.
— Yo me ocupo de eso. Gracia y vida.
Una hora más tarde llegó a la enfermería la adolescente de aspecto enfermizo del otro día, acompañada del padre. El hombre mantenía la mirada en la puerta y movía una pierna impaciente. Eliana le aseguró que sería mejor que dejara a la muchacha pues le tomaría todo el día. El padre le dio una bolsa pequeña con pastillas, dejó su número y se despidió de su hija con un abrazo; no la miraba a los ojos. Mientras Eliana revisaba a la chica esta dijo que se llamaba Clara, tenía catorce años, era la menor de cinco hermanos.
— Normalmente me ignoran. Pero con lo que me pasa mis padres no paran de darme atención.
— ¿Te gusta la atención?
— No. Mamá me trata peor que nunca.
— Pobrecita.
Eliana abrió la bolsa con pastillas y notó que había mucho más de las necesarias. Por algún motivo el padre o Victoria se habían equivocado. Era una oportunidad caída del cielo, las ocultaría y se las llevaría a María cuando tuviera la oportunidad. Guardó lo que no necesitaba ahí mismo en su bolso. El proceso tomó hasta el anochecer. Acompañó a Clara en los dolores y el sangrado, le dio conversación y, por una vez, pudo hablar en la iglesia sin mentir.
— Tengo miedo señora — le había dicho Clara.
— Ya casi terminamos y está saliendo todo bien. El sangrado es normal.
— No es eso. Tengo miedo por mi alma.
Eliana se quedó sin palabras. Dejó que hablara.
— Gabriel le dijo a mi mamá mientras rezaba: tu hija no puede tener ese bebé, no lo permito. Eso dijo mi mamá.
Eliana sintió calor subirle por las mejillas.
— Eso es una mentira, Clara. Nada de eso es cierto.
— ¡No diga eso señora, está mal!
— No. Una nena de tu edad no tiene porqué pasar por todo esto. Te abusaron. ¡Lo que te hicieron está mal María! — hizo una pausa, incómoda — . Perdón. Tengo la cabeza en otro lado.
— ¿Cómo sabe usted que me pasó?
Eliana habló de más. Improvisó pronto y mal:
— Lo escuché. No. Vi al pastor tocándote el otro día y ahora con esto uní los puntos. Eso está mal.
— Yo no me acuerdo mucho. Mi papá me prometió llevarme de viaje si tomaba unas pastillas y visitaba al pastor. Yo quiero hacer felices a mis padres. Eso dicen las canciones que tiene que hacer una hija. Y mis papás no me prestan atención. Es como que apenas los conozco. Ojalá salgamos de viaje.
Eliana tuvo una idea. Sacó su teléfono y le pidió a la Clara que repitiera lo que acababa de contarle.
— No hace falta que menciones a tus padres. Me interesa que hables del pastor.
Clara estaba recelosa.
— Lo vas a entender a tu tiempo. Todavía sos muy chica, pero vas a entender que te engañaron. A vos y a todos en esta iglesia. Fueron engañados por malas personas que se aprovechan de gente que necesita ayuda de verdad. Y cuando la verdad sale a la luz nadie puede seguir engañado.
Clara pensó un momento pero cedió. Eliana grabó todo lo que la niña tenía para decir que incrimina al pastor y a Victoria. Le dio las gracias, llamó al padre y este se marchó con su hija. Luego, cuando quedó sola, envió la grabación de unos diez minutos a Lucía.
— Está hecho — le dijo a Victoria que iba saliendo de la iglesia — ¿Puedo ver a mi sobrina?
— A su tiempo querida. A su tiempo.
Pero el tiempo corría y Eliana no lograba alcanzarlo.
Tenía la vista fija en el cielo, una estrella solitaria le devolvía la mirada. Burbujas le acariciaron la cara. No podía mover el cuerpo, sólo la cabeza; instintivamente la sacó del agua para respirar. No sintió olor alguno y tomar aire fuera o dentro de la corriente no hacía diferencia. Desde el otro lado del límite de su visión aparecieron pequeñas aves. Revolotearon, se persiguieron dando círculos y finalmente se precipitaron al agua. Eliana no lo sintió pero tuvo seguridad de que le estaban haciendo agujeros en el estómago. Las aves salieron del agua y volvieron con palillos en los picos. Iban y venían. A Eliana le costaba cada vez más respirar. Hizo un esfuerzo enorme para mirar lo que le estaba pasando y sus ojos encontraron los de una muchacha que no conocía. Tenía la mirada perdida. Alcanzó a oír césped seco romperse detrás de la chica, esta se volteó y Eliana despertó.
Golpeaban a su puerta muy temprano, el sol aún no salía. Era Inés, entró casi corriendo, agitaba un manojo de llaves. Dijo que, buscando evidencia, encontró las copias de llaves del pastor; entre ellas se encontraba la puerta donde tenían a María. Eliana se vistió y llamó a Lucía, que en cuanto le contaron lo que había pasado llegó con su automóvil lo más rápido que pudo.
— Hice la denuncia — dijo, ya camino a la iglesia con Eliana — . Me tomaron mis datos y preguntaron quién era la mujer que hablaba con Clara en la grabación. Anónimo les dije.
El teléfono de Eliana dio tres rápidos pitidos.
— Es Victoria — se detuvo en seco, los ojos fijos en la pantalla — . Clara habló. Victoria sabe que siempre le mentí — hizo una larga pausa — . Que ingenua fui.
El resto del camino lo hicieron en silencio.
A la iglesia de Gabriel aún la cubría la noche. Entre semana los porteros deben dejar la entrada al terreno con llave, y así era. Usaron una de las llaves y dejaron el portón abierto para huir cuanto antes. Si había personas montando guardia, no se los veía. Entraron al edificio vacío. La luz tenue que cruzaba por las ventanas golpeaba las estatuas e imágenes de los Santos, iluminando sólo medio rostro a cada uno. Daba la impresión de que las observaban con el ojo blanco de luz eléctrica. Abrieron la trampilla, alas de polvo se batieron a sus pies. Bajaron, dieron a la derecha, y llegaron a la puerta. Probaron varias llaves hasta dar con la correcta. Eliana esperaba ver inmediatamente a su sobrina, pero el recorrido seguía hacía abajo. Iluminaron el camino con la linterna del teléfono. La piedra de las paredes era distinta a la del resto del edificio. Pasar las manos al caminar les dejaba un material viscoso que olía a diente podrido en las manos. El material para construir ese túnel se había desprendido con los años y ahora crujía bajo sus pies. Eventualmente encontraron una puerta de madera, sin cerradura, que en el centro lucía un grabado metálico de múltiples alas. Al atravesar la puerta encontraron una habitación con dos camas y entradas de ventilación en el techo. Frente a ellas estaba acostada una muchacha de unos veinte años. A un lado de la cama, un cadáver emplumado del tamaño de un niño pequeño, no lograron captar detalles sobre el animal debido al estado en que se encontraba.
— Eliana, mira detrás de ella — dijo Lucía.
En el fondo del cuarto, balbuceando y temblando, se encontraba María. Las mujeres corrieron hacia la niña. Lucia se detuvo frente a la primera cama y Eliana tomó a su sobrina en sus brazos, la besó y lloró. María estaba en mal estado, pálida, se marcaban sus costillas y tenía el estómago hinchado; para empeorar las cosas, no respondía a lo que le decían. La niña susurraba, perdón, perdón, decía.
— Tenemos que irnos — se dirigió a Lucía — ¿Cómo está esa chica, podemos llevarla?
Lucía no emitió palabra. Negó con la cabeza y tomó a la desconocida por el brazo. La piel se estiró como si fuera un globo. Era evidente que la chica estaba muerta y, vista de cerca, no tenía huesos ni carne en el cuerpo. Como una muñeca, pensó Eliana. De pronto Lucía dio un grito y se alejó del cuerpo. El estómago del cadáver se hinchó con un sonido chirriante de aire inspirado.
— Gracia y vida — la voz de Victoria llenó el lugar y observó el espectáculo, maravillada. Eliana no podía creer que no la había notado siguiéndole el paso — . Que belleza es el milagro de la vida, ¿No?
El cadáver tenía la boca abierta pero no había dientes ni lengua. Los ojos abiertos sin globos oculares, solo oscuridad. El cuerpo se removió y se acható al dejar salir aire, y la criatura que habitaba dentro de la mujer se abrió camino por la boca. Era impresionante lo mucho que la piel podía estirarse sin carne y huesos que la mantuviera fija. Daba la impresión de un acordeón hecho de piel contraído hacía su centro con violenta fuerza. De dentro salió algo del tamaño de un perro. Eliana notó múltiples ojos cubiertos de una película de moco burbujeante, sin párpados. La piel estaba cubierta de un líquido similar al aceite y plumas negras. Decenas de cartílagos, algunos emplumados y otros no, se movían torpemente haciendo una mala imitación de un aleteo. Cerca de cada ojo había un pico abierto que dejaba escapar un quejido agudo. Eliana y Lucía estaban rígidas. Debían sortear a Victoria y a ese monstruo si querían salir de allí. Victoria fue hasta el pie de la cama, mordió un trozo del cadáver y lo masticó un poco. Luego dio de comer a la criatura de muchas alas en uno de sus picos.
— El ángel Gabriel no vive mucho en este mundo imperfecto, no es como nosotros — comenzó Victoria — . Vive unos meses y luego renace en el vientre de una virgen. Vuelve a morir, y vuelve a renacer. Alimentarse de su cuerpo previo lo mantiene vivo los meses necesarios para terminar su gestación. Lo amo y él a mí, por eso me permite ser su madre.
— ¡Estás demente Victoria! — gritó Lucía.
— Hacer esto sólo para tener un hijo postizo es una locura — dijo Eliana.
— Yo de verdad creí… Quería creer que me entenderías — dijo Victoria — , que sabías cómo es no poder llevar a cabo tu papel como mujer. No poder estar completa por fin. Por supuesto fui una estúpida y sólo eran mentiras. Váyanse. No importa que se la lleven, ahora que vieron lo inevitable de la creación de Dios. Siempre que alguna mujer recibe su milagro Gabriel me lo muestra en sueños, y nos encargamos de traerla.
Eliana tomó a su sobrina en brazos y caminó alrededor de la cama, la mirada fija en los ojos cansados de Victoria, hacia la salida. Lucía siguió detrás, se detuvo de pronto, y le dio un golpe con la mano abierta a la que alguna vez fue su amiga. Y se marcharon.
Tomó varias horas pero el aborto fue exitoso. María se mantuvo pegada a su madre, quien logró sacarla del caparazón emocional en el que se encontraba. Lucía seguía con ellas, sirviendo de compañía. Por fin las mujeres pudieron respirar aliviadas. Eliana hablaba con su hermana sobre conseguir asistencia psicológica para María luego de lo que vivió, sin mencionar la violación.
— No fue violación — dijo María.
Las adultas hicieron silencio.
— ¿Por qué decís eso? Estabas embarazada, no tiene sentido si no fue así — dijo Inés.
— De verdad nadie me hizo nada. Tuve varios sueños raros. Y después los pajaritos. Y después me llevaron al fondo de la iglesia.
Alguien golpeó la puerta. Eliana corrió las cortinas de la ventana y vio dos oficiales de policía parados frente a su casa. Recordó a Clara. En la calle, mirando atentamente desde el asiento de acompañante del patrullero, estaba Victoria. Le vino a la mente los ojos de la niña que creyó ayudar forzándola a acusar al pastor. Golpearon la puerta otra vez, más fuerte. Se llevó la mano al vientre y sintió náuseas. Pudo escuchar que de ahí le venía el sonido de piar de pájaros.